La misma palabra “calvinista” fue acuñada por algunos seguidores de Lutero al final de nuestro periodo para oponerse a los “errores” de Calvino en relación con la fe verdadera [...] Calvino mismo nunca deseó ser calvinista. Pero ¿deberíamos asumir el reto y ver cómo el calvinismo puede enfrentar el futuro? Me gustaría terminar con una anécdota: cuando apareció mi libro en Francia, muy pocos protestantes podían llamarse “calvinistas”. Serlo era algo casi excéntrico. Pero algunos amigos, entre ellos varios pastores, cuando lo leyeron, ¡descubrieron que ya lo eran! También yo. Y si puedo agregar una nota personal: yo también soy calvinista, después de todo. B. COTTRET
Pocas son las biografías de Calvino que se pueden leer en español. Si la aparición de Calvino, una vida por la Reforma, del catalán Joan Gomis fue una auténtica sorpresa por tratarse de la primera biografía del reformador francés escrita por un autor español, la de Denis Crouzet (Calvino, vidas paralelas, título original en francés), constituye el esfuerzo de un historiador que, sin ser creyente, llevó a cabo una soberbia indagación, con formidables tintes psicológicos, en la vida de Calvino.
Ahora, con “Calvino: la fuerza y la fragilidad”, de Bernard Cottret, publicada en francés en 1995, se comienza a subsanar esta gran laguna que implica para los lectores. Y es que si se revisa la bibliografía calviniana que publica anualmente en Internet el Meeter Center, dedicado a la investigación sobre Calvino y su tradición, la cantidad de materiales que aparecen en otros idiomas es verdaderamente impresionante.
Por ello resulta relevante acercarse a la obra de Cottret, profesor de la Universidad de Versalles, militante laico en la Iglesia Reformada de Mulhouse, donde predica ocasionalmente y autor de otras obras tan interesantes como Los hugonotes en Inglaterra (1991), El Edicto de Nantes (1997) y una Historia de la Reforma Protestante (2001). Todos estos autores continúan la ya añeja tradición iniciada por el sucesor de Calvino, Teodoro de Beza, su primer biógrafo.
Lo primero que llama la atención en esta biografía es el aliento que preside la investigación, donde la biografía y el devenir son enlazados mediante una sólida interpretación de los sucesos, en la línea de Lucien Febvre, otro francés que estudió la vida de Calvino con seriedad y escribió un volumen, ya clásico, sobre Lutero.
En la introducción, Cottret explica su abordaje al fenómeno Calvino mediante tres apartados que marcan la pauta del análisis: a) un retrato inacabado: el biógrafo se acerca a un personaje tan difícil “por admiración y exasperación”, porque siendo un individuo “discreto, secreto, casi volcánico por timidez”, es, también, “lo radicalmente opuesto a una estrella, un hombre en toda la acepción del término”; b) la fuerza y la fragilidad: “una voluntad de hierro en un cuerpo endeble, distinguido casi”, palabras dirigidas a entender la relación entre la imagen física de Calvino, tan débil y modesta, con su fortaleza de espíritu. Su herencia, por lo tanto, tenía que ser algo sólido, como lo expresan las magníficas palabras con que Lucien Febvre concluye un texto sobre él:
Probablemente, Calvino consiguió que lo enterraran en un anonimato tal, que nadie ha podido nunca reconocer el lugar de su sepultura. Siguiendo en eso la ley de Ginebra. Nada de tumbas individuales. Nada de epitafios, tampoco nada de cruces. Ni ministros rezando sobre la fosa, ni liturgia en el templo, ni tañido de campanas, ni oración fúnebre. Nada. Fiel a la ley común, Calvino no se construyó una tumba de piedras muertas. Se la construyó de piedras vivas.[11]
Y c) ni dictador, ni fundamentalista: una lección tan amplia para las generaciones posteriores, tan proclives a entender a los grandes seres humanos mediante la caricatura y el estereotipo, pues a la imagen autoritaria de Calvino, tan extendida por todas partes, Cottret opone desde el principio, a la leyenda negra, una visión equilibrada, puesto que su proyecto consiste en presentar “un Calvino ‘en movimiento'”, porque su apuesta es por un hombre “inacabado”,[12] cuya vida ha producido, al menos en el siglo XX, interpretaciones que lo ven como un individuo totalitario.
La división tripartita del libro hace plena justicia al biografiado, pues las dos primeras se ocupan de los sucesos vitales y la tercera es una sección interpretativa. Los encabezados son elocuentes: Juventud de un reformador (desde su nacimiento hasta 1536); Organizar y resistir (1536 hasta su muerte); y Creer, con apartados específicos sobre el Calvino polemista, el predicador, la Institución de la religión Cristiana y, finalmente, Calvino como escritor francés. Quince capítulos que aportan un panorama sólido, documentadísimo y sumamente ameno. Cuatrocientas páginas de rigor académico dominado por una empatía contenida que no deja cabos sueltos ni subtemas pendientes.
JUVENTUD DE UN REFORMADOR: LOS PRIMEROS AÑOSLas palabras con que abre el primero de los cinco capítulos de esta sección bien pueden definir el espíritu del trazo biográfico: “La vida de Calvino no deja de ser un destino secular. El Reformador nunca suscitó en torno a él ningún culto a la personalidad”. Nada más lejos de una comprensión religiosa de la vida del reformador: su existencia marca ya, de antemano, el talante de la renovación religiosa y eclesiástica que habrá de ser su legado. En su existencia, la relación entre fe y secularidad aparecen con un dinamismo continuo que no deja espacio para la reducción hacia uno u otro lado. A los inicios aparentemente tan apacibles, en el seno de una familia burguesa, bien acomodada, le siguen episodios tristes derivados del desencuentro de su padre con el obispo de su ciudad natal. Su paso por colegios parisinos dejará una impronta que inevitablemente lo llevará por los caminos del humanismo, esto es, por las afición hacia el clasicismo. Destinado en un principio al sacerdocio, aun cuando al parecer nunca recibió las órdenes formales, el estudio del derecho sería un ingrediente fundamental en su vida: “Calvino se inició en la filología humanista al contacto con la ciencia jurídica de los textos”. De modo que su pasión por las letras derivaría pronto hacia los textos bíblicos también.
Cottret subraya muy bien la ambigüedad del humanismo en los días de Calvino, pues ello es la base para comprender la orientación intelectual, religiosa y espiritual de Calvino en algo tan central como su conversión al Evangelio reformado. Así lo explica: “Por su cultura, por sus orígenes, por su pensamiento, Calvino fue un humanista. Fue un hombre de una generación, cuyo corazón late al unísono del prodigioso desarrollo de la filología grecolatina. Pero este legado humanista es ambiguo: ¿acaso la valorización de la Antigüedad no lleva a una cristianización de los antiguos y a un paganismo de los cristianos”. Marie-Madelaine de la Garanderie lo resume bien: “La empresa teológica consiste, pues, en lanzar sobre las coordenadas de la Revelación una red de grandes símbolos sacados del fondo pagano y sus implicaciones literarias o inconscientes”. La Reforma Protestante misma es, entonces, un “poderoso revelador cultural”, porque: “El rumor, la aprensión, la desaparición del consenso son algunos de los efectos del hecho protestante que disuelve el tejido social tradicional. [...] No es tanto la idea de Dios la que se modifica, sino la imagen del mundo. El cielo y la tierra se convierten en un gran ‘teatro desierto y neutro' del que el maravilloso cristiano se excluye como idólatra o como encantado”. Esto significa que las relaciones portentosas que lleva a cabo Jesucristo para religar a la humanidad con Dios deben tener consecuencias intramundanas para sintonizar, en el aquí y el ahora, con la voluntad divina y así poder dar toda la gloria al Creador. Si no se renuncia a éste, menos a encontrarlo en el mundo real.
Cottret se sirve de una ágil exposición de las miserias y esplendores del humanismo francés para ambientar el momento en que Calvino “se decide” a ser reformador de tiempo completo y sitúa su conversión entre 1532 y 1533, apenas unos meses después de publicar su comentario a De Clementia, del filósofo latino Séneca. La cita textual de Calvino es obligada:
Y luego, en primer lugar, como quiera que yo fuese obstinadamente proclive a las supersticiones del papado, que era muy difícil que pudiera salir de un lodazal tan profundo por una conversión súbita, doblegó y retornó a la docilidad mi corazón, el cual, por razón de la edad, estaba demasiado endurecido en tales cosas. Habiendo recibido, pues, cierto gusto y conocimiento de la auténtica piedad, de inmediato me inflamé de un deseo tan grande de rendir, que aunque no dejé los otros estudios, me dediqué a ellos más relajadamente. No obstante, me quedé atónito ante lo que pasaba, que todos los que tenían algún deseo por la doctrina pura se arrimaban a mí para aprender, cuando yo mismo no hacía sino empezar.
Calvino escribió estas palabras inspirándose en el ejemplo del rey David. Se trata, pues, de una conversión dinámica, no instantánea ni espectacular, pues la elección divina de Calvino es, a diferencia de otras marcadas por el signo de la vocación automática, un verdadero proceso que abarca todas las zonas de su personalidad. Al no confinar el encuentro soteriológico a una experiencia arrebatadora, el reformador francés afirma, implícitamente que su conversión fue, simultáneamente, un encuentro con Dios, la decisión de entregarse a la teología y la afirmación de su vocación reformadora. ¡Todo al mismo tiempo! Porque cuántas veces no hemos presenciado la disociación de estos aspectos debido a la alteración de nuestros planes vitales e interpretamos el llamado divino a una tarea específica con el abandono de aspectos que no dejan de dolernos y causarnos nostalgia durante toda la vida.
En el otoño de 1533, Calvino pasa de ser espectador a colocarse en el ojo mismo del huracán reformador. Luego del explosivo discurso de apertura de cursos en La Sorbona (noviembre de 1533), en cuya elaboración su participó indudablemente, ya no pudo seguir en Francia y al año siguiente tomó el camino del exilio. Al mismo tiempo, escribe Psychopannychia, violento alegato contra los excesos que él veía en las creencias de algunos anabaptistas en relación con el destino de las almas. El Calvino escritor no se va a detener jamás: en 1535 concluye la Institución de la Religión Cristiana, magna obra que lo mantendrá ocupado hasta cinco años antes de su muerte.
En el quinto capítulo de su libro, Cottret traza magistralmente el desarrollo del bibliocentrismo típicamente protestante, aderezándolo con puntuales observaciones acerca de su carácter, todo ello para mostrar a Calvino en el momento de escribir, probablemente desde Basilea, el prólogo a la traducción del Nuevo Testamento llevada a cabo por su primo Robert Olivétan.
El próximo domingo, el segundo artículo de esta serie: Calvino, una obra imperdurable.
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