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La farola

Relato escrito en agradecimiento al Dr. Carles Pujol, médico de familia en Catalunya, y a todos los buenos psicoterapeutas.
MUY PERSONAL AUTOR Antonio Cárdenas 29 DE OCTUBRE DE 2005 22:00 h

Cuando todavía los traperos recorrían las calles recogiendo los trastos dejados junto a los containers de basura, hubo uno de ellos, llamado Bertrán que al amparo de la luz de las farolas de la avenida Meridiana, hacía su recorrido nocturno con un carrito desbordado de cartones y cacharros. No acostumbraba a renegar de su condición de trapero aunque era amigo de que como él, todos cumpliesen bien su labor en la ciudad, tanto el alcalde como barrenderos o basureros.

Pero aquella noche, quizá por el traspié que dio al salir de casa, por algún furtivo pensamiento, o por su poco celebrado cumpleaños de aquel día, el ánimo le dio un vuelco y recorrió ceñudo la ancha calle paralela a los meridianos.

A su derecha se adivinaba un surtido montón de basura, pero para su desgracia carecía de la iluminación necesaria para hacer la selección. La farola que correspondía a aquella porción de calle estaba apagada. Me –pip- la mala suerte. La –pip- que te –pip-. Me –pip- en tu estampa. Estas y otras maldiciones profirió Bertrán sin más espectadores que la farola incólume y algunos que esperaban el autobús en una parada.

Maldijo el servicio de mantenimiento del alumbrado, a su trabajo, a personajes de la mitología y del santoral. La farola lo miraba desde arriba encorvada y compasiva.
-¿Tanto te enfadas? - Pareció oírse desde la cápsula de vidrio de aquel palo gigante.
- ¿Qué?¿Quién ha hablado? - Contestó Bertrán.
-Soy yo, la farola-

Bertrán buscó el micro que suponía incorporado en el palo, esperando explicar al supuesto operario del otro lado el perjuicio que le ocasionaba aquel apagón.
-Soy yo, la farola propiamente - Volvió a decir.
-¿Desde cuando hablan las farolas? Contestó.

Bertrán continuó la conversación con el convencimiento de que al otro lado, y a la una de la madrugada había un funcionario del Ayuntamiento que le daba conversación. Cosa difícil, y menos creíble que las farolas hablen.

Habiendo hecho las suficientes averiguaciones visuales que descartasen se trataba de algún tipo de pericia técnica, se dirigió a la farola: -A ver, repite, ¿qué has dicho?-
- Digo que no tienes motivos para maldecir de ese modo, ignorando el buen servicio que te proporcionan el resto de mis numerosísimas compañeras - Contestó la oscura farola.
Bertrán creyó encontrarse en una fábula, con la diferencia que a cambio de zorra había farola.
-¿Desde cuándo las farolas nos dan lecciones de moral?- Contestó Bertrán.
- Desde que los hombres la desecharon - Oyó decir.
-¡Si sabes hablar, bien podrías evitar tu oscuridad! ¡No sabes el perjuicio que me ocasionas! -increpó Bertrán.

Y asignándole culpa al objeto, acabó propinándole un golpe con una porra, de modo que la dejó tambaleando de pie a cabeza.
-¡Mañana mismo te denunciaré al Ayuntamiento de distrito!

Acabó Bertrán su trabajo aquella noche y llegando a su casa le recibió su gato que le ofrecía el lomo para recibir alguna caricia. Al día siguiente, a las diez de la mañana, ya se encontraba en el mostrador de la sección de alumbrado público. Recibido por una chica tan simpática como ineficaz, le confesó: -Hay una farola en la avenida Meridiana que no da luz.
-¿Cuál?- Contestó la chica, sin esperar.
-Pues compruébelo usted- Contestó Bertrán
-¿Cómo lo voy a comprobar si ahora están todas apagadas?- dijo orgullosa. – Mire, lo que tiene que hacer es anotar el número de la farola que figura en las base de la misma. Usted nos dice mañana el número y cambiamos la bombilla.

Se proveyó aquella noche de libreta y papel para anotar el número. Llegó hasta ella y… -¡Córcholis, no puedo ver el número por la misma oscuridad. Se enfadó consigo mismo.
-No sabrás tú el número - murmuró Bertrán.
-No me lo dijeron cuando me fabricaron, aunque si te sirve de algo me llamo Iluminada- Contestó la esbelta figura.
-Pues no veo que tengas algo de iluminada, y tu nombre de poco me servirá.

A pesar del enfado inicial hoy Bertrán estaba más dialogante, y trapero y farola se enzarzaron en una conversación sobre el modo de ver las cosas y la misma vida.

Al día siguiente la basura abundaba más. No podía hacer la selección, y el trabajo se le acumulaba, pero hoy tenía una linterna. Anotó un número largísimo compuesto también por alguna que otra letra. Ese día hizo un alto y apoyado en Iluminada se fumó cuatro cigarrillos. El lomo de su gato no le satisfacía completamente, y la farola se prestaba a escuchar. Salieron muchas cosas al pie de aquella sombría farola. Iluminada hacía las justas preguntas que permitían que Bertrán vaciase sus penas. Cuando fue esposo, padre, cuando enviudó, cuando amó, cuando se equivocó… de nada se escandalizaba Iluminada.

Al día siguiente fue otra vez al Ayuntamiento y resulta que estaban de fiesta porque celebraban el día internacional del funcionario.

A la noche otra vez estaba junto a Iluminada departiendo intimidades. Esta vez habló un poco ella y explicó cómo las farolas ven a los hombres desde arriba. No es que Bertrán lo encontrase interesante, pero se creía en el deber de escuchar y no acaparar todo el discurso.

Por fin un día Bertrán dio el papel con el número a la chica del mostrador. Aquella noche, sentado en el bordillo bajo la sombra de la farola, Bertrán supo lo que es la amistad. Ser escuchado y comprendido, sin sentirse culpable por nada. Sin necesidad de demostrar nada ni defenderse de nada.

Ya no reparaba en que aquel palo encorvado no era ni animal, ni hombre ni mujer. Tal era su necesidad de ser amado que no aspiraba a más, y asumió aquella ayuda sin preguntar nada, como hacen los niños.

Se dispuso a emprender la carrera una noche más, con la ilusión de explicar los sucesos del día a Iluminada, pero… cual fue su sorpresa al advertir que todas las farolas alumbraban por igual. La suya, una más, estaba perdida en el anonimato de no ser más que una luciente farola entre muchas. Llegó el día en que le cambiaron la bombilla.

Con suma tristeza, Bertrán llenaba su carrito chirriante. Los que se cruzaban con él le creyeron borracho o loco, porque iba repitiendo desconsolado mientras caminaba de farola en farola… “¿eres iluminada?”

Dichosos los que alguna vez han dejado de brillar para que otros brillen.
 

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