La estructura del libro obedece al origen mismo de su escritura: la primera parte (que constituía la primera edición) dividida en dos secciones y la segunda,
DON QUIJOTE EN BARCELONA, que se ha agregado a esta nueva edición. La primera sección dividida a su vez en cuatro capítulos, constituye la parte más analítica, puesto que revisa una serie de puntos de contacto entre ambas obras. A ella le dedicaremos mayor atención aquí. Don Eliseo Vila recuerda muy atinadamente, en la presentación editorial, que este libro fue considerado como uno de los libros más importantes y expuesto por el Ministerio de Cultura en el pabellón español de la Feria Mundial de Nueva York en 1964, y afirma que en uno de los nuevos capítulos se encuentra uno de los mejores análisis que se han escrito sobre la muerte de Don Quijote.
En el prólogo a la primera edición, Monroy explicaba el origen del volumen: una conferencia que presentó en Tánger en 1955. Se queja también, entre amargo e irónico, cuando escribe:
“El Quijote ha sido manoseado por especialistas de todas las ramas del saber y su texto ha sido analizado, criticado y comentado escrupulosamente por las más grandes inteligencias literarias tanto españolas como extranjeras. Ningún escritor español que se precie de serlo se irá de este mundo sin habernos dejado su opinión escrita sobre la genial obra de Cervantes, y de esta misma fiebre participan muchos escritores no españoles. Pero con todo, el tema es inagotable”.
Acaso la desazón que le produjo este manoseo reforzó la decisión por agregar un nuevo tomo a la ya extensa bibliografía cervantista. Cuarenta años más tarde, en el nuevo prólogo, señala: “
Cuatrocientos años lleva el caballero de la Triste Figura, el inmortal Don Quijote de la Mancha recorriendo los caminos del mundo siempre acompañado de su fiel Sancho, empeñados ambos en un diálogo incesante sin búsqueda de acuerdo necesario. (…) Hace cuatro siglos un Don Quijote cautivo del ideal proporcionó al mundo una imagen de libertad que ha fascinado a grandes pensadores y ha prendido en el pueblo llano”. Monroy tiene razón, pues un crítico tan exigente como Harold Bloom, devoto hasta el delirio de la obra de Shakespeare, a quien no ha dudado en catalogar como
el inventor de lo humano, se ha rendido ante el Quijote para reconocer sus valores.
En ¿
DÓNDE SE ENCUENTRA LA SABIDURÍA?, su más reciente libro, no duda en compararlos, con su muy peculiar estilo, pletórico de alusiones religiosas:
Cervantes y Shakespeare, que murieron casi simultáneamente, son los autores capitales de Occidente, al menos desde Dante, y ningún otro escritor los ha igualado, ni Tolstoi, ni Goethe, Dickens, Proust o Joyce. Cervantes y Shakespeare escapan a su contexto: la Edad de Oro en España y la época isabelino-jacobina son algo secundario cuando intentamos hacer una valoración completa de lo que nos ofrecieron…
En las obras de Shakespeare él no aparece, ni siquiera en sus sonetos…
Y sin embargo, ¡qué astuta y sutil es la presencia de Cervantes! En sus momentos más hilarantes, Don Quijote es inmensamente sombrío. De nuevo es Shakespeare la analogía que nos ilumina. Ni siquiera en sus momentos más melancólicos abandona Hamlet sus juegos de palabras ni su humor negro y el infinito ingenio de Falstaff está atormentado por insinuaciones de rechazo. Al igual que Shakespeare escribió sin adherirse a ningún género, Don Quijote es a la vez tragedia y comedia. Aunque permanecerá siempre como el nacimiento de la novela a partir de la novela de caballerías en prosa, y sigue siendo la mejor de todas las novelas, encuentro que su tristeza aumenta cada vez que la releo, y la convierte en “ la Biblia española ”, como llamó Unamuno a la más grande de todas las narraciones. (….) Aunque quizá Don Quijote no es una sagrada escritura, nos contiene de tal manera que, al igual pasa con Shakespeare, no podemos salir de él a fin de alcanzar un cierto perspectivismo. Estamos dentro de ese libro inmenso y gozamos del privilegio de oír las soberbias conversaciones entre el Caballero y su escudero, aunque más a menudo somos trotamundos invisibles que acompañan a esa sublime pareja en sus aventuras y debacles.
En contra de lo que dice Auden, Cervantes, al igual que Shakespeare, nos ofrece una trascendencia laica. Don Quijote se considera un caballero de Dios, pero continuamente sigue su voluntad caprichosa, que es gloriosamente idiosincrásica. Vapuleado por unas realidades que son incluso más violentas que él, don Quijote se resiste a ceder ante la autoridad de la Iglesia y el Estado. Cuando cesa de reivindicar su autonomía, no queda nada excepto, de nuevo, Alonso Quijano el Bueno, y lo único que le resta es morir.
Regreso a mi pregunta inicial: ¿qué busca el Caballero de la Triste Figura? Está en guerra con el principio de la realidad de Freud, que acepta la necesidad de morir. Pero ni es un necio ni un loco, y su visión siempre es al menos doble: ve lo que nosotros vemos, y también algo más, una posible gloria de la que desea apropiarse, o al menos compartir. Unamuno llama a esta trascendencia fama literaria, la inmortalidad de Cervantes y Shakespeare.
En “Cervantes y la Biblia”, Monroy explora brevemente la cultura religiosa del novelista, o sea, sus conocimientos bíblicos, y discute acerca del debate sobre la profundidad de los mismos. Citando a Menéndez y Pelayo como refuerzo, se suma a la idea de que el “espíritu de la antigüedad” habitaba en lo más hondo de su alma, pues si en toda su obra la Biblia aparece por doquier, es en el Quijote donde esto brilla con mayor intensidad. El capítulo siguiente, “Opinión de Cervantes sobre la Biblia” es una indagación acerca de la forma en que el escritor de Alcalá apreciaba el texto sagrado, pues parte de una interrogante que encierra un escollo metodológico: Cervantes conocía la Biblia, no hay duda, pero ¿cuál era su opinión acerca de ella? Monroy hace notar que la respuesta ha sido contradictoria, aunque subraya que la declaración fundamental sobre la Biblia, es decir, su divinidad, queda bien clara en las propias palabras del escritor:
“ Todos los hechos que en ella se describen son verdaderos, rigurosamente auténticos. Todas las verdades de la Biblia son grandiosas, en virtud de la grandiosidad de su Autor y de los temas que abarca. Para Cervantes, todo cuanto la Biblia dice es verdad, y en esta verdad descansaba su fe y su conciencia religiosa”.
Cervantes es un creyente que no cree sólo “ por tradición, por acomodarse a la Historia, ni cree por una necesidad intelectual, ni concibe la religión como un movimiento cultural. Cree como debe creerse, sintiendo a Dios en experiencia diaria, “sufriendo a Dios”.
En “La Biblia que conoció Cervantes” se puede apreciar la visión de conjunto que tiene Monroy acerca de las versiones o ediciones de la Biblia que pudo haber conocido el autor del Quijote. Allí se plantea también la imposibilidad de determinar cuál debió usar, porque sus citas no coinciden textualmente con ninguna de las versiones consultadas por Monroy. La hipótesis más probable, sugiere, es que como Cervantes traducía libremente el texto latino, transcribía al castellano sin ajustarse a la literalidad de las palabras o citaba de memoria, lo cual enaltece aún más su trabajo intertextual, en consonancia con lo afirmado por Menéndez y Pelayo:
“ Lejos de estar privados los españoles del siglo XVI del manjar de las Sagradas Escrituras, penetraba en todas las almas, así el espíritu como la letra de ellas”.
LA BIBLIA Y EL QUIJOTE es un ejercicio comparativo de las virtudes de ambas obras literarias centrado en siete aspectos (historia, poesía, profundidad humana, universalidad, sinceridad, impenetrabilidad, amor a la humanidad). Resaltaré aquí sólo dos de ellos: la profundidad humana, pues Monroy resume muy bien la forma en que confluyen los dos libros en este sentido:
“ Ambos describen nuestras miserias, nuestra flaca naturaleza, nuestras tentaciones y claudicaciones, nuestras reacciones terrenas y nuestras vanas promesas de reforma. Los dos penetran en nuestra alma con exquisita sensibilidad, remueven las paredes de nuestro corazón y tratan de despertar nuestros sentimientos a lo bello y a lo noble de la vida ”. Los separa únicamente el hecho de que la Biblia habla firmemente del remedio a las calamidades humanas: la intervención de Jesucristo. De lo anterior procede precisamente la universalidad, pues la proyección de la Biblia y del Quijote ha rebasado ampliamente todas las fronteras y lenguas para transmitir su mensaje y percepción de la vida y el mundo.
La siguiente sección del libro es la revisión detallada del Quijote para encontrar los rastros precisos de la Biblia, un viaje el que cada estación depara sorpresa tras sorpresa. Lo mismo se puede decir de la última parte, en la que Monroy sigue los pasos del Quijote durante su estancia en Barcelona y lo acompaña hasta el final de su vida. Allí, en su lecho de muerte, encuentra que
“ el triste desenlace del retorno forzado a la aldea producen un inmenso dolor”. Y que
“ el alma, lastimada, vierte lágrimas ”. “ Pero –concluye- el idealista no llora. Ni se deja morir cobardemente. Vencedor o vencido, la persona de ideales nunca cede . Don Quijote representa la fe, lo eterno e inmutable, la energía del sacrificio. En el esquelético y bondadoso personaje hay una fuerza que le impulsa a proseguir su misión”. Al final de la travesía, ya no es Don Quijote de la Mancha. Ha vuelto a ser quien fue, aunque como lo dijo en una ocasión memorable, nunca dejó de saber quién era. Monroy sentencia, en total consonancia con el espíritu quijotesco y su herencia:
“ Pero todo lo grande es eterno. Tan grandes hechos como los protagonizados por Don quijote en vida no desaparecieron para siempre en la fosa. Aún vivimos en ellos. Aún morimos con ellos. Y pasarán a la vida más alta del espíritu”. Y resucitará Don Quijote….
Imposible no terminar con otro formidable ejemplo de intertextualidad quijotesca,
VENCIDOS, el poema de León Felipe:
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá quedó su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de don Quijote pasar .
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