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Todo es mentira

No, señores, no vayan a asustarse. No es que me haya dado un arrebato tremendista ni que en esta semana haya sufrido la mayor decepción de mi vida. El título de este artículo simplemente responde a un afán por mi parte por empezar, esta vez y sin que necesariamente sirva como precedente, la casa por el tejado. Por decirlo de otra forma, es mi conclusión antes incluso de empezar a argumentarla.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 15 DE ENERO DE 2011 23:00 h

Sólo les pido, entonces, un poquito de paciencia y les llevaré conmigo por el camino completo que me lleva a tal sentencia. Puede ocurrir, en cualquier caso, que al final del trayecto mi conclusión no sea compartida por todos, pero ni siquiera ese es el objetivo. Me conformo con que en el proceso hasta allí me acompañen.

Pensaba en estos días, a raíz de ciertos comentarios que leía en términos evolucionistas (ya saben, sobre aquellas conductas llamadas “adaptativas” que han contribuido con el paso de los siglos a que unas especies y no otras hayan sobrevivido y evolucionado, entre las cuales, por supuesto, nos encontramos nosotros según tales estudiosos) en que, sin duda, uno de los comportamientos que más usamos los seres humanos para adaptarnos a nuestro medio es la mentira.

Sí, efectivamente, la mentira. Tampoco nos vamos a sorprender de esto ahora. Que el ser humano miente y miente mucho es un hecho inapelable. Otra cosa son las razones de fondo que mueven a cada cual. Vale. Como diría el famoso anuncio, “Aceptamos pulpo como animal de compañía”. No vamos de momento a cuestionar esto. Pero creo que, desde todo punto de vista, lo que no puede negarse es la mayor, véase: que mentir, mentimos todos.

Y profundizando un poco en la reflexión, pensaba cómo, curiosamente en la línea de lo que es la propia naturaleza de la mentira, muchas veces aparece como disfrazada, de forma que hemos llegado incluso a no ser capaces de diferenciar a menudo las mentiras de lo que no lo son. Al igual que hablamos ocasionalmente, en términos paradójicos, del “cazador cazado”, tendríamos que hablar aquí de “la mentira que miente”.

Porque la mentira misma, como concepto, está cargada de sí misma. Y como decía antes, aparece disfrazada de cosas que son aparentemente más justificables, más buenas, más nobles… pero igualmente mentira. Se nutre, en definitiva, de su propia esencia para aparecer como menos mentira de lo que en realidad es.

Quizá antes de cualquier análisis convendría remarcar que la mentira no es buena, por si alguna duda quedara. Y ya esto al margen de consideraciones religiosas (que también). A ninguno creo que le supone dudas el que la sinceridad o la honestidad sean valores a perseguir por todos. Otra cosa diferente es que estemos tan acostumbrados al “uso y disfrute” del engaño que ya estemos absolutamente insensibilizados a lo que implica y significa.

La Biblia, ya en terreno de creencias, no duda en declararla como pecado y es que, de hecho, es incluso anterior al propio pecado del hombre y acerca al hombre peligrosamente hacia él. Antes incluso de que Adán y Eva se pudieran siquiera plantear comer del fruto prohibido, Satanás ya sembraba la mentira en sus corazones, en forma de media verdad. ¡Claro que conocerían el bien y el mal, en carne propia, además! Pero no era cierto que serían igual a Dios. Y es que las medias verdades, ¡vaya sorpresa!, también son mentira. Como otras tantas manifestaciones de la misma que en algún momento consideraremos. Ésta y no otra es, curiosamente, la estrategia que más veces se emplea para el despiste. No pocas veces se nos advierte en el texto bíblico de las graves implicaciones y riesgos que conlleva mezclar la verdad con la mentira. Porque es entonces, más que nunca, cuando cuesta distinguir y discernir lo verdaderamente cierto de lo que no es más que un simple o complejo engaño.

Si nos ponemos a “tirar de la manta”, las manifestaciones de la mentira son innumerables. Y es que hemos tenido una infinidad de años y siglos para perfeccionarla y ejercitarla. Lejos de estar prevenidos contra ella y su uso, más bien nos hemos convertido en maestros de la misma, hasta el punto de que parece que ya no lo vemos ni como malo ni como peligroso. Las excusas son mentiras. Las mentirijillas o mentiras piadosas son mentiras. Las omisiones de la verdad son mentiras. Las verdades a medias son mentiras. Las verdades contaminadas o exageradas son mentiras. El retraso alevoso en la información como forma de conseguir de otros lo que queremos es mentira. La manipulación es mentira. La deformación de la verdad es mentira. En definitiva, esto es una cuestión de extremos en que todo lo que no es cien por cien verdad es, en menor o mayor porcentaje, mentira.

Los humanos seguimos viendo, sin embargo, la mentira como un medio más para conseguir un fin. Hemos hecho de nuestra capacidad racional una herramienta poderosísima a través de la cual justificamos hasta lo injustificable y nosotros mismos hemos terminado creyendo nuestras propias mentiras (volvemos a la curiosa imagen del “cazador cazado”). La dulcificamos, la edulcoramos, la suavizamos a través de una multitud de procesos ya semiautomáticos en nosotros, con tal de no desterrarla de nuestras vidas, porque nos sigue resultando funcional, al menos a corto plazo.

Éste es, al fin y al cabo, el juego más antiguo del mundo. Juego que, por cierto no es un juego a la luz de las tremendas consecuencias que trae al mundo y que ha traído al ser humano como criatura hecha a la imagen de Dios y que, dejándose llevar por una gran mentira, le ha dado la espalda completamente. A la mentira inicial siguieron otras, para luego llegar a tal manejo en la materia que el ser humano mismo ha terminado creyendo como verdad inapelable lo que en el fondo es un engaño como cualquier otro, sólo que de fatales consecuencias. ¿O nos creemos que, por el simple hecho de estar convencidos de ello, de darle credibilidad absoluta o por ser, simplemente, el pensamiento compartido por la mayoría Dios no existe, no aplicará su juicio sobre los hombres y establecerá una distinción definitiva entre los que le han aceptado y los que le rechazan?

Las cosas no son o dejan de ser porque uno las crea o deje de creer. Eso es otra mentira, nos pese lo que nos pese. Y sólo en el manejo y contacto permanentes con la verdad es que somos capaces de detectar la mentira sin problema.

Los expertos en detectar dinero falso a través de los sentidos, del taco, de la vista… lo son entrenándose en el contacto constante con los billetes verdaderos ¿Cuánta cercanía tenemos con la verdad en nuestro día a día, en los temas cotidianos? ¿Cuánta en lo relacionado con los temas de envergadura, los eternos, esos que pensamos que no existen por el simple hecho de no verlos o de no quererlos ver? ¿Cuánto contacto directo y personal con Aquel que se definió a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida con mayúsculas (Evangelio de Juan 14:6)? Si somos capaces de unir estos tres conceptos adecuadamente en una misma frase seremos capaces de llegar a la conclusión más cierta y trascendente de nuestra existencia. Y es que sólo Jesús mismo es el Camino Verdadero a la Vida con mayúsculas.
 

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