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La felicidad

Todos vamos tras la felicidad, a veces sin saber a ciencia cierta tras qué vamos.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 15 DE ENERO DE 2011 23:00 h

Nos agrada la comodidad y la buscamos como si comodidad y felicidad fueran sinónimos. Y no lo son. Que nada ni nadie nos moleste o nos provoque un disgusto. Incluso hemos llegado a concebir la felicidad del cristiano como una vida exenta de persecuciones y dolores. Queremos ir tras las pisadas del Varón de Dolores sin experimentar dolor. Y cuando lo sufrimos, ponemos el grito en el cielo.

¿Qué es la felicidad?

Me hice la pregunta un día de estos cuando, mientras almorzaba en mi hora de lunch descubrí que podía masticar casi sin que me molestaran las encías, adoloridas y cosidas después de la última de una serie de cirugías a las que me he tenido que someter. Ese hecho tan insignificante, junto con plantearme la cuestión, me produjo una felicidad tan grande que casi podría compararla con aquella que experimenté cuando cambié mi transportation(*) por un cero kilómetros hace de esto ya casi una década.

Lo de masticar sin dolor tiene que ver con el vía crucis por el que transito desde hace varios años en procura del día cuando a uno de estos benditos dentistas de los EUA se le ocurra terminarme los trabajos cuyos inicios bien podría fecharlos en el siglo pasado. Y a propósito, si alguna vez necesitan buscar un lugar donde hacerse algún trabajo dental, ni se les ocurra elegir los Estados Unidos. Aquí, para ponerte un diente te sacan un ojo de la cara además que el dentista juega contigo como juega el gato Maula con el mísero ratón. Huí del primero después de casi cinco años de estar entreteniéndose conmigo. Y del actual mejor no hablo.
Pues, como les decía, morder sin dolor me trajo un poco de felicidad.

Cualquiera diría: Está exagerando, amigo mío. Y yo le respondería: Cualquiera que no haya tenido que pasar lo que yo he pasado quizás pueda decir que estoy exagerando.

Un día de estos hablé por teléfono con un amigo. Lo noté eufórico y antes que pudiera preguntarle la causa, me la dijo: «Acabo de estar con el cardiólogo y me dijo que mi corazón estaba sano y que la causa de los cambios bruscos de presión había que buscarla por otro lado. Corazón sano = Felicidad.

Felicidad, según el DRAE (al que más y más quiero menos y menos porque cada vez que lo consulto para que me confirme la interpretación que hago de un término cualquiera, me dice que estoy equivocado, que el significado de esa palabra no es el que yo suponía y me lo veta, o simplemente no lo registra) es: «estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien». ¿Y bien, qué es? Vuelvo al diccionario y lo cierro de inmediato. No podría transcribir las dos páginas de definiciones que tiene la palabrita. «Un bien» bien podría ser una casa, un aeroplano, acciones en la Bolsa de Nueva York, un bungaló en la playa, una cabaña en las montañas, un Hummer 6, un televisor de alta definición de 52” o el abrazo de un hijo o la sonrisa de un nieto.

¿Cuál de los enumerados nos podría proporcionar la felicidad buena, la auténtica?

En la iglesia acostumbramos cantar un «corito» (Voy de nuevo al DRAE y transcribo (pueden reírse o, a lo menos, sonreír) Corito = «Desnudo o en cueros. 2 Encogido y pusilánime. 3 Nombre que se ha dado a los montañeses asturianos. 4 Obrero que lleva a hombros los pellejos de mosto o vino desde el lagar a las cubas). ¿No les decía? O el DRAE está más perdido que «el chiquito de la llorona»(**) o nosotros vamos a tener que sacarnos la ropa cuando llegue el momento de cantar «coritos» en la congregación.

Decía que en la iglesia cantamos un «corito» que tiene una letra que no termina de ponerse de acuerdo con la música. La tonada es lánguida, tristona, como para quedarse dormido. Y la letra dice:
«Tú me haces tan feliz
Tú me haces tan feliz
Tú me haces tan feliz
Mi corazón se alegra en ti, etc., etc.»

Cuando cantamos este corito, a mí me dan ganas de llorar. No de felicidad sino de pena. Si la felicidad la expresamos así le estamos haciendo un flaco favor a nuestro cristianismo.

¿Se ha fijado usted cómo abusamos, en el uso de nuestro «léxico eclesiástico» con frases tales como: «Estoy muy contento», «Estoy muy feliz», «Cuánta alegría me hace sentir esto o aquello», «Tengo tanto gozo esta mañana…»? Pronunciamos estas y otras frasecitas «tan cristianas» con una indiferencia rayana en la apatía.

La felicidad tiene poco que ver con las posesiones, o «bienes» que alguien pudiere acumular. Lo que tales cosas producen podría definirse como satisfacción (satisfacción = acción y efecto de satisfacer o satisfacerse; presunción, vanagloria; confianza o seguridad del ánimo; cumplimiento del deseo o del gusto). De nuevo, con sus gracias, el famoso DRAE.

Yo no sé tú que me lees, pero a mí, la felicidad me la da la vida en pequeñas gotas que poco o nada tienen que ver con valores monetarios. Como por ejemplo, la respuesta que Sophia, de 4 años y que se encuentra empezando a transitar por la vida con un pie en el español y el otro en el inglés le dio a su abuela cuando ésta le preguntó dónde estaba la Biblia: «La papá la tengala» le dijo. O cuando Esteban, nuestro hijo postizo nos llamó desde Connecticut para decirnos que había llegado bien después de un viaje de dos días desde Florida por carreteras azotadas por la lluvia, el viento y la nieve invernales. O cuando entre la correspondencia que llega encuentro un mensaje de alguien que dice que está orando por nosotros.

Buscando en la Biblia, creo haber encontrado la esencia de la felicidad en la declaración del apóstol Pablo cuando dijo: «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad… Mi Dios, pues, os suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:11-12, 19).

Aquí está definido lo que es la felicidad.

Y Jesús lo hizo con estas palabras: «Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).

Si bien la risa puede tener alguna relación con la felicidad, ésta se manifiesta a través de una complacencia reposada y paciente con las incidencias que nos depara el caminar diario por la vida. Bueno es reír aunque, a veces, bueno es también llorar. El punto es creer que Dios suplirá todo lo que nos falta conforme a sus riquezas en gloria.

He ahí el principio de la felicidad.



(*) En los EUA, transportation es un vehículo que apenas anda y que solo sirve para llevarme, a duras penas, al trabajo y devolverme luego a casa.
(**) En el anecdotario folklórico costarricense se habla de una supuesta mujer que perdió a su hijo (su chiquito) y a la que se la puede oír, especialmente por las noches y por lugares apartados, llorando mientras lo busca sin hallarlo.
 

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