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Me niego a vivir de sucedáneos

Nunca olvidaré un episodio en el que, yendo a una cafetería como otra cualquiera del centro de la capital junto a unos amigos que venían de Málaga, a uno de ellos se le ocurrió pedir un café con leche. Hasta ahí, todo normal. Mientras esperábamos que nos sirvieran las consumiciones que cada cual habíamos pedido, dedicamos un buen rato a analizar con cierto detenimiento un cartel en el que el bar ofrecía todos los diferentes tipos de café de que disponían, cada uno denominado con su nombre caract
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 11 DE DICIEMBRE DE 2010 23:00 h

Cuál fue nuestra sorpresa al descubrir entre tanta variedad uno en particular, denominado con un vocablo de lo más castizo: un “desgraciao”. Lo primero fue la sorpresa, luego la risa. Finalmente, comprendimos el por qué de ese sorprendente nombre: un “desgraciao” es un descafeinado con leche desnatada y con sacarina, razones más que suficientes para una denominación tan particular y tan gráfica a la vez. Y es que, si ni siquiera un café es un café normal, a la altura de todo lo que se puede esperar de un café cuando se le quita su esencia o se le añaden sucedáneos, no ha de pasar algo muy diferente en nuestras vidas cuando hacemos justamente eso: desnatarla, convertirla en light y quitarle el “azúcar” que la endulza y le da sabor, por mucho que engorde.

No es infrecuente que me acuerde de esta anécdota. De hecho, una de las razones que me lleva a tratar este tema en estas líneas es, justamente, la frecuencia con la que ese pensamiento ha bombardeado mi mente últimamente. Mejor dicho, más que la anécdota en sí (que no es más que eso, un episodio aislado), las implicaciones que tiene para las personas vivir a base de sucedáneos.

Una de esas últimas ocasiones en que este pensamiento venía a mi cabeza era a raíz de una película que vi recientemente: “Los sustitutos”. En este film de ciencia ficción el protagonista es un Bruce Willis completamente desnatado. Encarna a un policía que, como tantos otros seres humanos de su época han decidido vivir sus vidas en el cuerpo de “sustitutos”, máquinas casi perfectas de aspecto humano que imitan a la práctica perfección el desempeño y funcionamiento de las personas en cada una de las facetas que compone la existencia. El procedimiento es sencillo: uno adquiere su sustituto, se encarga de tenerlo adecuadamente cargado, y lo emplea de cara a la vida mientras la persona real, la de verdad, permanece conectada a un dispositivo mediante el cual están unidos y a través del cual ejerce control sobre su máquina. Aparentemente, el asunto es la panacea: se reducen los inconvenientes del día a día, uno no se enfrenta en persona a aquellas cosas cotidianas que detesta, se reduce la criminalidad ya que las agresiones a sustitutos no afectan a sus dueños… En fin, el deseo de toda sociedad evolucionada: poder delegar los aspectos tediosos de la vida en alguien que los resuelva sin mayor complicación para nosotros y afrontar la existencia de forma apacible y sin riesgos innecesarios.

Sin embargo, conforme uno se adentra en la historia va descubriendo poco a poco la profunda desgracia que acompaña a esa vida de sucedáneos. Algunos de quienes han delegado su vida en otros, entre ellos el protagonista, descubren que su existencia no es más que una consecución anodina de días, que les da miedo salir a la calle, que se han convertido en paralíticos sociales y que, no sólo es que ellos se han sustituido a sí mismos de cara a sus propias vidas como forma de ganar comodidad, sino que los que les rodean, usan sustitutos también para relacionarse con ellos, de manera que ni siquiera tengan que verse de frente. Los sustitutos son la forma perfecta para evitar tratarse de manera directa.

Para algunos, tal y como se muestra en la película, afrontar la vida con sucedáneos no sólo es legítimo, sino que es incluso mejor que la propia vida real. Les libera de las incomodidades y los inconvenientes de tener que relacionarse en persona con los demás, del esfuerzo que implican las cuestiones menores (y mayores de la vida). Pero también, como parte indivisible de ese lote, se pierden las satisfacciones, el afecto, el calor humano, y principalmente una buena dosis de realidad, que si bien está cargada de complicaciones cotidianas, también de consecuencias positivas derivadas de ello, por no hablar de que la vida también tiene una cara amable, aunque plagada de altibajos. Y es que, ¿qué es nuestra existencia sin estas características, al fin y al cabo? ¿No estamos hablando, ni más ni menos, que de una vida normal, absolutamente normal, que es de lo que se trata?

Si hubo algo que acaparaba mi atención durante esa película fue el hecho de que quienes acudían a adquirir sustitutos no eran personas cuyas vidas se caracterizaran por una absoluta desgracia ni mucho menos. Eran personas normales, como tú y como yo que, quizá, descontentas con algunas facetas de su vida, aspiraban a un sueño, más bien a una falacia materializable en su caso en forma de sustituto (aunque sin haber medido adecuadamente antes los efectos colaterales que conlleva) pero que distaba mucho de ser una vida humana, real tal y como la conocemos hoy.

Esas personas habían desarrollado un ideal en el que podían vivir la vida de otro, ponerse en su piel, evadirse de aquellas secciones de su realidad que no les gustaban, conseguir las cosas que se proponían aquí y ahora, de forma inmediata, todo ello a través de un sustituto que encarnaba todo lo que hubieran querido ser y no eran. Sustitutos altos, guapos, atléticos, inteligentes, intrépidos, en constante auge social, laboral, aparentemente siempre felices, seguros de sí mismos… artificiales, alejados de la realidad y principalmente, espejismos que sólo reflejan una realidad que está en sus mentes, pero que no tiene nada que ver con el suelo que pisan.

¿No buscamos nosotros en nuestra sociedad y a nivel personal, tantas veces, algo parecido? Porque si nos detenemos un poco a pensarlo, nos daremos cuenta de que, si bien nadie ha desarrollado aún una máquina que nos sustituya de cara a la vida, no son pocos los sucedáneos y sustitutos a los que acudimos tantas veces de forma habitual para dar respuesta a nuestros deseos y nuestras frustraciones, como intentando vivir una vida que no es la nuestra.

Veamos algunos ejemplos cotidianos…
  • ¿Nos suena familiar todo lo que tiene que ver con los programas de corazón, por ejemplo, en que parecemos estar mucho más interesados en la vida que otros llevan que en la nuestra propia? ¿Será, quizá, que mientras ponemos nuestros ojos en otras cosas, en otras vidas, no pensamos en las nuestras y sus complicaciones? ¿No vivimos, aunque sea de manera virtual, la vida que nos gustaría vivir, una con dinero, viajes, fama, glamour, aunque también con sombras por todas partes, como la vida de cualquier ser humano?

  • Las propuestas que nos bombardean desde la publicidad y los medios, por poner otro ejemplo, no son más que sucedáneos de aquello que queremos y que nos cuesta conseguir porque quizá, como objetivo, está tremendamente alejado de la realidad y porque conlleva malestares. Se nos ofrecen soluciones “mágicas” para adelgazar sin esfuerzo y de forma prácticamente inmediata, se nos dan respuestas a problemas tan antiguos como “añadir un codo a la propia estatura”, tal como lo expresa el texto bíblico y hoy podemos acudir incluso a implantes en nuestro cráneo para poder medir algo más.

  • Estamos rodeados de sucedáneos alimentarios por todas partes, que sustituyen (con su parte buena y con su parte mala) al esfuerzo que implica alimentarse de forma equilibrada y no solamente prestando atención a lo que nos apetece comer.

  • Las operaciones quirúrgicas de estética parecen librarnos de forma temporal, por supuesto, aunque sea paradójico, del mal del tiempo. Los cuerpos desafían las leyes más contundentes de la física, como la gravedad o el paso del tiempo, a golpe de talonario y bisturí, pero no dejan de convertirnos en sucedáneos de lo que nos gustaría ser y esperpentos de lo que somos en realidad.

  • Las sustancias psicoactivas, las drogas, siguen siendo uno de los sucedáneos más utilizados por las personas, especialmente por los jóvenes, que viven a través de ellas una vida en la que, a ratos, pueden desconectarse completamente de su cotidianeidad, hacerse la ilusión de que son más divertidos, cuentan mejores chistes, caen mejor o ligan más, para darse cuenta de que, en realidad, bajo los efectos de las drogas los demás (y en ocasiones ellos mismos) les conocen “disfrazados”, pero no se puede vivir disfrazado indefinidamente.

  • La nueva generación ni-ni dedica todos sus esfuerzos para buscar cualquier sustitutivo que le libre de estudiar o trabajar. Prefieren una vida fácil, libre de tener que esforzarse para conseguir lo que quieren. Buscan montañas de fama y dinero a cambio de nada, a costa de todo, pero esa vida no es real y no es para quien quiere, sino para quien puede, no para quien la busca, sino para quien la encuentra. Pero incluso hallándola, permítanme que ponga en duda las “bondades” de una vida tal.
Si algo proporciona madurez a las personas, responsabilidad, sentido común, son los avatares de la vida, las pequeñas y grandes dificultades que nos forman como seres más capaces, más cercanos a la realidad de otros, menos centrados en el propio ombligo y, sin duda, mucho más cercanos al enfoque bíblico en que por ninguna parte encontramos que la vida esté libre de dificultades y problemas, de decepciones y fracasos, de luces y sombras.

La vida a la que aspiramos, la que tiene que ver con una existencia en la que no habrá más llanto ni dolor, ni enfermedad ni injusticia, la encontraremos cuando estemos en la presencia de Aquel que es Santo y que ha ido a preparar lugar para nosotros, para los que hemos depositado nuestra confianza en Él y en Su sacrificio por nosotros. ¿O pensamos que Cristo se sacrificó gratis? Si Su propia vida no estuvo libre de pena y dolor, de sacrificio llevado al extremo, ¿podemos nosotros, de verdad y en conciencia, aspirar a algo así?

Mientras estemos aquí, Jesús mismo nos indicó que nuestra vida no sería fácil. Tampoco lo es para quienes no lo conocen, precisamente por no poder contar con un consuelo y ayuda que no responde a sustitutos. Nada nos aleja más de Cristo y Su obra, de una realidad con Dios, que pretender vivir nuestra vida a través de sucedáneos, de anestésicos, mirando para otro lado cuando nos encontramos con nuestras miserias, con las dificultades que la propia vida trae. Mientras no nos topemos de frente con nuestras sombras, no podremos contemplar con todo su esplendor la luz y la gloria en la persona de Cristo, máxime teniendo en cuenta que no podemos llegar a Dios sin reconocer antes nuestra pequeñez, nuestra incapacidad, nuestra iniquidad y pecado, nuestras ofensas, pero principalmente nuestra imposibilidad para alcanzarle por nuestros medios como Él quiere ser alcanzado.

No hay sucedáneo para Cristo y Su obra. No hay otro medio por el que podamos ser salvos.
 

 


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