En la
primera parte de esta entrevista, Eva López explicaba acerca de qué es lo que los adolescentes realmente valoran del tiempo de ocio y de su relación con otros. En esta segunda parte, la autora de este libro dirigido a estudiantes de Secundaria nos explica sobre las presiones que ellos y ellas reciben de medios, amigos y sobre todo, de los adultos.
Pregunta.- Aparte de los amigos, ¿en qué basa hoy en día un joven su identidad?
Respuesta.- El primer y más importante elemento que afecta (para bien y para mal) a la formación de la identidad del niño y del adolescente es sin lugar a dudas la familia. En ella es donde aprendemos valores y principios morales útiles para la vida práctica y que decidirán en gran parte el tipo de joven y adulto en el que nos convertiremos. Ser honestos, sentir compasión por el otro, tener autocontrol de nuestro carácter, ser optimistas, administrar bien el dinero, aprender a esperar la gratificación y muchas otras cosas se aprenden en el círculo familiar. El consumismo es también una práctica que se aprende de jovencitos, así que si lo vemos en los adolescentes es porque posiblemente lo aprendieron en la familia. Me temo que la familia en general (como institución) está fallando en muchas áreas y esto es para reflexionarlo seriamente.
Si nos quejamos de que los adolescentes son materialistas, individualistas, mal educados, superficiales, tendremos que preguntarnos qué cuota de responsabilidad tenemos los adultos que los rodeamos y en los que se fijan ellos. ¿Somos buenos modelos o dejamos mucho que desear?
Algunos han dicho que los “13 son los nuevos 18”. Es decir, todo se ha adelantado… ¿Estamos forzando a los adolescentes a crecer a ritmos que no pueden seguir? ¿Les estamos dejando crecer a un ritmo normal?
Me temo que los dejamos expuestos a contenidos de todo tipo (ya sea por Internet, series de televisión, películas, realities, etc) sin valorar el impacto negativo que eso puede tener sobre chavales que están en una etapa de sus vidas terriblemente influenciables. A veces lo hacemos sin darnos cuenta, por ejemplo la tele está puesta en casa y los adultos que están con ellos están viendo los típicos programas donde solo hacen que sacar los trapos sucios del famosillo de turno y donde se ridiculizan, gritan y se insultan como si todo estuviera permitido, y los chavales están viendo eso. O ciertas series de carácter juvenil que pretenden reflejar a los jóvenes de 15-18 años, pero cuyo comportamiento es más bien de veinteañeros universitarios; y delante de la tele tenemos al jovencito/a de 11-12 años que lo ve y piensa: “ah!, esto es lo que yo podré hacer dentro de un par de años cuando llegue al instituto”. Los medios de comunicación no ayudan en todo esto, pero los principales responsables de los contenidos que se ven en casa deben ser los padres o los adultos al cuidado del menor.
Y luego hay cosas que son de sentido común. Me molesta muchísimo escuchar a algún adulto que por hacer un poco de gracia y congeniar con el niño de 5 o 7 años les preguntan: “¿qué, ya tienes novia, campeón?”; “con la niña tan guapa que eres, seguro que tienes a todos los niños de tu clase enamorados de ti”. O si no, adultos que al chaval de 13 que todavía está loco por jugar al futbol y a la Wii, lo machacan (por no decir, ridiculizan) a preguntas y comentarios de: “y esa chavalita, ¿no te gusta para ti? ¡Algún día tendrás que espabilarte!”. Entiendo que estos comentarios se hacen a la ligera, de broma, sin ánimo de ofender, por sacar tema de conversación, pero son de una torpeza monumental. Si no se te ocurre nada inteligente y constructivo que decir, mejor no decir nada.
Así que vivimos ante una adolescencia adelantada, con una pérdida prematura de la inocencia, y los responsables de todo esto, los adultos. Yo diría que es para reflexionarlo con detenimiento y hacer autocrítica.
Dicen algunos sociólogos que ahora mismo los adolescentes tienen tantas posibilidades en cada área de su vida, que ello les lleva a un colapso a la hora de tomar decisiones. Tú insistes en el libro en lo importante que es tomar estas decisiones, ¿cómo pueden los jóvenes evitar caer en el ´no sabe/no contesta´?
No decidir es no vivir. La vida implica acción, implica “mojarse”. Si uno no decide, otros decidirán por nosotros. Equivocarse forma parte del riesgo que supone decidir.
El día a día está lleno de situaciones en las que hay que tomar decisiones, algunas son aparentemente intrascendentales: “¿qué me pongo hoy de vestir?”, “¿qué me preparo para comer?”, “¿me compro esas zapatillas o puedo pasar con las que tengo?”, “¿hago mis deberes ahora o después de jugar a la PlayStation?”, “¿voy a clase o me quedo en el parque con mis amigos?” Decidir bien sobre temas “pequeños” es un buen entrenamiento para cuando lleguen situaciones más importantes y con mayores consecuencias.
Creo que hay que estimularles a que tomen sus decisiones, animarles a que piensen de forma responsable en las consecuencias. Por mucho que se les instruya o advierta, serán ellos los que tendrán que decidir si este o aquel es un buen amigo, si me bebo o no mi primer cubata, si me fumo o no mi primer porro, si veo tal o cual página por internet, si aprovecho más el tiempo para estudiar o paso del asunto, si me enrollo o no con tal chica o tal chico, si soy un buen amigo y estoy dispuesto a ayudar a los demás o soy un egoísta y sólo quiero a los demás para aprovecharme de ellos, si respondo con agresividad o con amabilidad… En todas estas situaciones (y muchas más) los padres no están presentes.
Hacia el final del libro, y después de hablar de muchos temas, hay un capítulo que has llamado “Qué opina Dios de todo esto?”. ¿Qué crees que Dios opina de los propios adolescentes, con todos sus sueños y sus luchas?
Estoy convencida que ser adolescente e ir al instituto hoy en día es más complicado y hay muchísima más presión que soportar que hace 15 o 20 años. Por eso, los adolescentes merecen mi respeto.
Creo que Dios los mira con ternura y con compasión. Los ve de la misma forma que nos ve a todos (con la edad que sea): perdidos, abrumados, cansados, insatisfechos, buscando algo pero sin saber el qué; como ovejas sin un pastor que las guie y proteja. Y Dios quiere ser ese pastor que da la cara y se la deja partir por rescatar y cuidar de la oveja menos llamativa, de la menos productiva, de la más débil.
Jesús sale al encuentro de cada joven, de cada adolescente; tanto del que llama constantemente la atención porque no para de hablar o se porta mal o siempre se mete en problemas, como del que pasa desapercibido dentro del grupo, el que es introvertido, tímido, el obediente, el correcto. Jesús sabe mirarnos más allá de nuestras máscaras y nos conoce en lo más íntimo. Para Él no somos invisibles, no pasamos inadvertidos y siempre nos trata con Gracia, es decir, no nos da aquello que nos merecemos.
Y para acabar, de tu tiempo colaborando con GBE (Grupos Bíblicos Estudiantiles), ¿qué has aprendido de los adolescentes que te haya sorprendido?
Que debajo de la apariencia que proyectan (sea cual sea, bien de chicos buenos, malos, tímidos, extravertidos, alegres, tristes…), hay chicos y chicas que sufren y luchan por conocerse, por cambiar aquello que no les gusta de su forma de ser, averiguar si Dios es real y si merece la pena confiar en Él, que anhelan ser significativos para alguien, ser queridos y aceptados. Y si te acercas a ellos con sinceridad, respeto y cariño, son muy agradecidos y honestos, y te abren su corazón. Están sedientos de relaciones de calidad, de personas adultas confiables en los que fijarse y apoyarse.
Tengo la teoría de que el adolescente en general tiene un agudo olfato para detectar la hipocresía, mucho más que el adulto. Saben perfectamente identificar quien les está “predicando” desde la teoría y con un punto de superioridad, y quien habla de aquello que vive, con todos los fracasos y frustraciones que eso conlleva. Discipular y servir entre adolescentes es todo un reto e implica enfrentarse constantemente a la atenta mirada de alguien que sabe si estás siendo íntegro y sincero en lo que enseñas.
*“Tiempo Libre, ¿lo disfrutas?” de Eva López, se puede conseguir poniéndose en contacto con Publicaciones Andamio: [email protected] ó tel. 93 432 25 23. También puede conseguir el libro en su librería cristiana más próxima.
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