Nunca se estaría en condiciones de saber si se actuaba bien o mal, puesto que no se podían conocer todas las consecuencias de los actos y por tanto no era posible tampoco elegir con libertad. Por el contrario, Kant creía que la conducta moral correcta es aquella que obra con el fin de hacer lo que está bien. Lo importante son las intenciones que brotan de la conciencia. Las acciones son buenas si surgen de una voluntad que desea hacer lo que es bueno y lo que se debe hacer. Este pensamiento ejerció años más tarde una gran influencia sobre algunos teólogos protestantes.
Pensadores como Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer, Helmut Thielicke y Paul Ramsey entre otros, coinciden en aceptar la ética de situación, es decir, la creencia de que la voluntad de Dios sólo se puede descubrir mediante la ayuda del Espíritu, capaz de iluminar la conciencia humana en cada situación concreta. Las conclusiones a las que llegan todos ellos acerca del problema del aborto son completamente opuestas a las del utilitarismo de Joseph Fletcher.
Barth, por ejemplo, afirma que el embrión es un ser humano desde el momento de la concepción y que, por tanto, es necesario respetar su vida en gestación ya que Cristo también murió por él. Considera que el aborto es siempre un pecado,
pero en aquellas situaciones en las que la vida del feto se contrapone a la de su madre y se decide la muerte de éste, hay que tener fe en que Dios sabrá perdonar los elementos pecaminosos de tal acción. Thielicke sugiere para el mismo caso que, como el niño está menos desarrollado que la madre, existe un fundamento cuantitativo -aunque no cualitativo- para aprobar el aborto. En tal situación habría que considerar la interrupción del embarazo como un mal menor.
EL ABORTO EN LOS CASOS LÍMITE
Aparte del aborto terapéutico que como se ha visto ocurre con una frecuencia mínima y no suele plantear problemas éticos de difícil solución, los otros tipos se prestan a valoraciones más delicadas.
El
aborto eugenésico, como intento de eliminar a los bebés con posibles anomalías, resulta mucho más difícil de justificar desde el punto de vista ético. Mientras que cuando el embarazo no deseado se produce a causa de
violación, el tema se transforma en uno de los llamados casos límite. La mujer que concibe en tales circunstancias no ha podido elegir. Se la ha forzado a engendrar un embrión que ella no desea. Es lógico que sienta aversión hacia su agresor y se niegue a tener un hijo de él. El aborto en tales situaciones debe ser considerado como un mal menor en un mundo de pecado y violencia. La sociedad no puede imponerle a una mujer en tal situación que tenga al niño si ella no desea tenerlo. Lo mismo cabe decir para los casos de
incesto, también aquí el aborto puede ser el medio de acabar con un embrión que no se quiere.
No obstante,
cabe otra posibilidad. ¿Y si la madre decide libremente engendrarlo y darlo a luz? Es evidente que la víctima de una violación tiene poderosas razones para rebelarse contra lo que le ha ocurrido, pero el bebé no es el agresor. Es una criatura inocente que ha heredado de ella tanto como del violador. Un ser que tiene también derecho a la vida como cualquier otro. ¿Hasta qué punto eliminar al feto es sólo evadir el problema y no realmente solucionarlo?
Desde la ética cristiana del amor al prójimo y el valor del débil e indefenso, este conflicto puede iluminarse con una luz nueva. La Biblia enseña que hasta las experiencias más amargas de esta vida pueden beneficiar al ser humano y transformarse en bendición. Para aquellos que a Dios aman todas la cosas son susceptibles de ayudar a bien. La fe del cristiano es capaz de convertir en victoria incluso hasta las propias tragedias.
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