La Iglesia Católica mantuvo también este mismo planteamiento a lo largo de los siglos. Su doctrina fue siempre la misma, promover la defensa de la vida por encima de cualquier otro valor social, económico, psicológico o sanitario, ya que se entendía que ninguno de éstos últimos podía compararse en dignidad y trascendencia con el primero. No obstante, tal defensa incondicional de la vida naciente le llevó a paradojas como la de preferir la muerte de la madre y del feto antes que la de uno sólo.
En efecto, tal como reconoce el teólogo católico Eduardo López: “Todos sabemos que durante mucho tiempo se mantuvo una postura intransigente: ni siquiera para salvar la vida de la madre estaba permitido acelerar la muerte del feto, condenado irremisiblemente a ella. La única alternativa ética consistía en aceptar con resignación que ambos murieran” (López, E.,
Ética y vida, San Pablo, Madrid, 1997: 139). Sin embargo, en la actualidad son muchos los católicos que defienden la interrupción del embarazo para salvar, al menos, una de las dos vidas.
En el mundo protestante el problema del aborto fue en un principio poco tratado. Los grandes reformadores tocaron muy raramente este asunto en sus enseñanzas morales.
De los comentarios de
Martín Lutero a los diferentes libros bíblicos puede deducirse que respetaba el orden natural establecido por el Creador y que veía en la fecundación un acontecimiento único y exclusivo de la mano de Dios. Se ha señalado que la doctrina luterana de la justificación por medio de la fe, tendía a quitarle importancia a las buenas obras. Tal doctrina se oponía radicalmente a lo que enseñaba la tradición católica y en base a la opinión de Lutero de que, en determinadas ocasiones, las leyes deben ceder ante la conciencia humana, algunos han sugerido que el padre de la Reforma no veía el aborto como un acto inmoral. Sin embargo, tales interpretaciones resultan muy arriesgadas y especulativas ya que, en realidad, Lutero nunca se manifestó abiertamente sobre la moralidad del aborto.
Juan Calvino, representante típico de la segunda generación de la Reforma, sí que habló explícitamente acerca del aborto. Al referirse al relato bíblico de Onán, condenó de manera clara la interrupción del acto conyugal así como el aborto y escribió: “Si una mujer expulsa el feto del útero por medio de medicamentos, comete un crimen considerado inexpiable con razón” (Calvino,
Opera quae supersunt omnia, Brunsvigae, 1863-1900, XXII, 495). Calvino estaba convencido de que el feto en el vientre de la madre era ya un ser humano y, por lo tanto, debía disfrutar de una protección especial. Si era grave matar a un hombre en su propia casa, pues ése debería ser el sitio más seguro para él, mucho más lo era acabar con el nonato en el mismo claustro materno.
En pleno siglo XX, el teólogo luterano alemán,
Dietrich Bonhoeffer, que fue ahorcado en 1945 por oponerse al nazismo de su época, escribió en su
Ética (Lebeurrier, J. P. y otros,
Aborto ¿solución o problema?, EEE, Barcelona, 1975: 86):
“Matar al embrión en el seno de la madre significa violar el derecho que Dios otorga a la vida en gestación. La discusión de saber si se trata ya de un ser humano no hace más que camuflar este simple hecho: Dios ha querido crear un hombre a quien le ha sido impedido, intencionadamente, el nacer. Esto no es más que un asesinato”.
Asimismo otro resistente del nazismo, el teólogo protestante suizo
Karl Barth, redactó las siguientes palabras en su monumental
Dogmática (Kirchliche Dogmatik 1932-1964, vol. 16):
“Quien destruye una vida en germen, mata a un ser humano; tiene el atrevimiento, cosa monstruosa, de disponer a su arbitrio de la vida y la muerte del prójimo, de tomar una vida y destruirla como si le perteneciera más que la suya propia; olvida que Dios es el único dueño, porque fue Él quien la otorgó”
No obstante, en 1967, la asamblea de obispos de
la Iglesia Episcopal estadounidense se manifestó partidaria de suavizar las leyes entonces existentes sobre el aborto. Se continuaba reconociendo el valor absoluto de la vida humana como argumento principal para impedir los abortos de conveniencia pero, a la vez, se contemplaba también la posibilidad de interrumpir el embarazo en beneficio de la madre, del hijo o de ambos, cuando las condiciones terapéuticas así lo recomendaban.
La
Convención Bautista de América dio un paso más en su aceptación del aborto provocado. Es conveniente señalar, sin embargo, que tal convención estaba formada preferentemente por las iglesias del norte, mientras que las del sur, más conservadoras e independientes, no se identificaban con tales resoluciones. Incluso entre las iglesias bautistas del norte, de estructura congregacional, no todas tampoco asumían las conclusiones de la convención.
Pero, lo cierto es que, en mayo de 1968 se propuso el siguiente dictamen:
“Porque Cristo nos enseña a afirmar la libertad de las personas y la santidad de la vida, creemos que el aborto debe ser un problema dependiente de una decisión personal responsable. Para conseguir este fin, nosotros, como bautistas americanos, urgimos que se ponga en vigor una legislación que tenga en cuenta:
Que la terminación de un aborto antes del final de las 12 primeras semanas (primer trimestre) dependa de la petición del individuo (o individuos) a que ataña; al mismo tiempo se ha de considerar el aborto como un procedimiento médico electivo gobernado por las leyes que regulan la práctica médica” (Grisez, 1972: 255).
En el mismo documento se recomendaba una mitigación de las leyes para permitir el aborto después del primer trimestre por las siguientes causas: peligro de muerte para la madre, defectos en el feto, así como embarazo por violación o incesto. También se aconsejaba a las iglesias locales que mantuvieran una visión más realista y adecuada sobre el aborto y la planificación familiar. El principal interés de tal documento fue, sin duda, que
supuso un primer enfrentamiento a la doctrina tradicional del protestantismo y que, probablemente, se produjo como una reacción frente al problema social del aborto criminal en Estados Unidos, así como al incremento de la llamada “nueva moralidad”, el individualismo y el realce dado a la idea de libertad personal.
En España, sin embargo, las iglesias evangélicas seguían condenando mayoritariamente el aborto, tal como se desprende de las siguientes palabras de José Grau: “La conciencia cristiana evangélica -coincidiendo en este punto con la católico-romana- condena el aborto como medio de control de la natalidad. La regulación de los nacimientos y la paternidad responsable deben llevarse a cabo por medios preventivos del embarazo, no por la interrupción del mismo. Esto último equivale a matar vidas humanas, no a controlar su aparición; es un asesinato, no una regulación de la vida” (Lebeurrier, 1975: 99).
Los protestantes españoles, a partir de las Sagradas Escrituras, continúan aceptando el carácter sagrado de la vida humana y, aunque no existe unanimidad entre las numerosas iglesias evangélicas, sí se da una opinión mayoritaria que rehúsa claramente el aborto, a excepción de los poco frecuentes casos en los que está realmente amenazada la vida de la madre.
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