La mayor parte de los comentaristas del Antiguo Testamento coinciden en que el asunto del aborto no entra dentro de las previsiones ni del espíritu de este quinto precepto divino. ¿Hay que deducir del silencio bíblico sobre el aborto que la Escritura aprueba su práctica? Nada más lejos de la realidad.
Existe un único pasaje que se refiere explícitamente a este tema. Se trata de Éxodo 21:22-23, texto al que ya nos hemos referimos al tratar sobre el estatus del embrión humano.
Estos dos versículos han hecho correr mucha tinta, sobre todo entre autores que pretenden ver en ellos una licencia bíblica para justificar el aborto, pero también en aquellos otros que defienden todo lo contrario. Los primeros se fijan en la pequeña multa impuesta al hombre que durante una pelea causa un aborto accidental, para afirmar que Dios no considera al feto como vida humana y que, por tanto, abortar no es un crimen ni un pecado. Por otro lado, los teólogos antiabortistas argumentan que el aborto al que se refiere el versículo 22 no causa la muerte del feto porque éste ya se considera viable y puede sobrevivir. De manera que correctamente interpretado, el pasaje de Éxodo 21 no otorga justificación bíblica de ninguna clase a quienes quieran liberalizar las leyes sobre el aborto.
Lo cierto es que el contexto en el que se desarrolla este pasaje es el propio de la ley hebrea sobre los actos de violencia y lo que se prohíbe expresamente es el homicidio. Es decir, la muerte de una persona. El hecho de que quien causa negligentemente un aborto accidental sea obligado a pagar una multa, indica que el acto se consideraba como un daño y una pérdida para la mujer embarazada y para su marido. Sin embargo, es evidente que la muerte del feto no era considerada como un homicidio. La pérdida del nonato no era tan grave como la de su madre o la de cualquier otra persona. Sólo cuando la madre moría había que aplicar la ley del talión,
“vida por vida, ojo por ojo, diente por diente...” (
Ex. 21:23-24). Lo demás es, en nuestra opinión, forzar equivocadamente el texto.
No obstante, sería un gran error concluir de este pasaje y del silencio veterotestamentario sobre el aborto, que el Antiguo Testamento aprueba o legitima de alguna manera la interrupción provocada del embarazo. Si alguna cosa resulta evidente a lo largo de toda la Escritura, es que la vida se considera siempre como el bien supremo, mientras que la muerte es el peor de los males. Los niños son contemplados como una bendición y nunca como un inconveniente, se conciben como un don del cielo y jamás se ven como una maldición. Dios es el Padre eterno que conoce a cada criatura y puede entablar con ella una relación íntima incluso antes de que comience a existir en el vientre materno (
Job 31:15;
Sal. 127:2-3;
128:1-3;
139:13;
Is. 44:2,24;
46:3;
49:1,5;
66:9;
Jer. 1:5; etc.).
El pueblo de Israel consideraba la vida como algo extraordinariamente valioso, por eso también veía la esterilidad como una vergüenza, una afrenta y hasta un castigo divino. Es difícil creer que en un pueblo así, con tales convicciones morales, la práctica del aborto encontrara algún tipo de cobijo. De ahí que el silencio del Antiguo Testamento acerca del aborto provocado sugiera fundamentalmente que este asunto no constituía ningún problema para el pueblo elegido.
No era necesario legislar o dictar normas sobre una práctica inexistente. Ni el aborto ni el infanticidio se contemplan en la ley mosaica debido al enorme respecto que los hebreos sintieron siempre hacia la paternidad y la descendencia.
La próxima semana veremos desde la perspectiva del Nuevo Testamento el aborto y el infanticidio.
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