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El día que Dios desapareció del lenguaje de los hombres

Es curioso cómo el lenguaje refleja, para unos y para otros, cosas completamente diferentes. La misma frase, oída por determinado individuo, tiene un significado que no tiene por qué coincidir con el que surgirá en la mente de otra persona cualquiera que también la escuche. Y así, el lenguaje, que tantos avances y progresos supone para la raza humana, es también, llevado a una de sus muchas esferas prácticas, fuente de múltiples malentendidos e incomprensiones cuando cada uno, como no podía ser
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 09 DE OCTUBRE DE 2010 22:00 h

Lo que se dice, además, va acompañado también de lo que se quiere decir y esto último, a su vez, toma un cariz diferente en función del contexto y del bagaje personal de cada cual. Así de complicadas son las cosas, luego una frase no es sólo una frase, sin más.

El lenguaje es rico, complejo, permite innumerables combinaciones y matices y puede ser, por cierto, y en esto precisamente me detendré hoy, tremendamente sutil. Lo es particularmente en lo que se refiere a lo abstracto, a lo trascendente, y es el reflejo manifiesto de una de las formas de engaño más claras que el enemigo usa hoy en nuestro mundo para confundir y desviar al ser humano de su destino eterno con Dios.

Las aseveraciones que nutren hoy todo nuestro mundo son el reflejo patente del pensamiento del hombre moderno. Y en ese pensamiento, al igual que en su lenguaje, Dios no parece tener cabida. Las denominaciones de lo religioso han pasado, no sólo a un discretísimo lugar, sino más bien a uno inexistente y en su lugar se han colocado otras ideas y conceptos que a las personas de nuestro siglo parecen sonarles bastante mejor a los oídos y, desde luego, mucho menos hirientes al corazón.

Hay frases que parecen decir lo mismo, ser prácticamente “primas hermanas” entre sí, trasmitir una idea de trascendencia, de espiritualidad que, en el fondo, no es más que filosofía barata. ¿Qué más da hablar de “energía”, “fuerzas”, “karmas” o “naturaleza” en vez de Dios? ¿No son, acaso, algo parecido al margen de cómo le queramos llamar? Pues no. Les falta fondo, sustento y responden más al intento desesperado de desterrar a Dios completamente de nuestras vidas y no a la creencia profunda y aparentemente espiritual de la que pretenden convencer. Con esto no quisiera desmerecer las buenas intenciones de muchos que hablan probablemente desde la profunda convicción de estar en lo correcto, pero sí destacar que forman parte, deséenlo o no, de una corriente con el manifiesto interés de llegar a un punto en el que Dios no signifique nada, no sólo para ellos, sino para nadie más.

El objetivo último es que ni siquiera el nombre de Dios esté presente, cuánto menos Su persona. Muchos dedican de forma evidente y alevosa todos sus esfuerzos por desvirtuar, no ya la religión, cosa que me importa más bien poco, sino a Dios mismo. No lo quieren, no lo comprenden, ni siquiera les interesa conocerle (a pesar de que Dios está profundamente interesado en ellos, dicho sea de paso) y su lenguaje no hace más que poner de manifiesto esa triste realidad.

El otro día consideraba esta cuestión justamente a raíz de ver la oscarizada “Precious”, el drama de una chica negra de Harlem a la que las desgracias de todo tipo no hacen más que sobrevenirle. Al margen del argumento del film, que es francamente sobrecogedor, me llamaba la atención la sentencia con que se inicia la película: “Todo lo que tenemos es un regalo del Universo”. Y reconozco que los primeros minutos del visionado me costaba centrarme porque no podía parar de darle vueltas a la frase. ¿Cómo se puede estar tan ciego? ¿Cómo se puede confundir al Universo con Dios mismo, que es quien le da funcionamiento y concierto? ¿No hemos vuelto claramente a un estado parecido al de tantas culturas ancestrales, que rendían pleitesía al Sol, a la Luna y otros entes de la naturaleza, sin entender que detrás de ellos había un Dios soberano que los gobernaba a todos? Muchas de esas civilizaciones lo hacían desde su ignorancia probablemente, pero la Biblia no encuentra justificación para esto ni siquiera en estos casos, ya que Dios se ha hecho manifiesto al hombre por muchas maneras, por lo cual el hombre no tiene excusa. ¡Pero cuánto menos en una sociedad como la occidental, en que el Evangelio se ha hecho visible y patente para todos! Sin duda, hay una intención de fondo en este tipo de frases, y ésta es desplazar a Dios del sitio que le corresponde.

Pero esto, como el lector ya sospechará, es simplemente una muestra ínfima de los muchos intentos que tienen lugar en este sentido. De hecho, me atrevería a animar a quien quiera y pueda a dedicar un poquito de tiempo y atención a intentar detectar más manifestaciones del lenguaje en este sentido, e incluso iría un poco más allá: intente buscar, no sólo conceptos “sustitutivos” de Dios en el lenguaje, sino frases tremendas, prácticamente de carácter célebre, según podrían entenderse humanamente, pero que quedan muy carentes de significado cuando se pronuncian al margen de una idea de trascendencia y eternidad con Dios.

Pongo algún ejemplo también en este sentido, sólo alguno de los más recientes con los que me he topado, por ejemplo, en una serie de televisión ambientada en el mundo de las drogas. La frase que una ex-adicta les comunicaba a sus apadrinados en la terapia era muy elocuente: el mayor poder del hombre es su capacidad de elección. Aplastante pero, ¿no choca esto frontalmente con el mensaje del Evangelio, en que el hombre no es nada al margen de lo que Dios le permite ser? ¿Qué poder real tiene el ser humano sobre su vida, si Dios no le sostiene? Pero con todo y siendo cierto que el hombre tiene libertad de decisión, ¿no adquiere esta frase mucho más sentido, más exactitud ya que se plantea desde términos tan universales y vehementes, teniendo a Dios en cuenta? Sin duda que las decisiones del hombre respecto a la eternidad van a determinar su futuro, y no sólo de forma inmediata. Pero cuando esto ocurre, cuando la decisión del hombre se inclina a favor de Dios, no es por el poder que el hombre pueda aplicar a su propia vida o salvación, sino a la Gracia inmerecida que Dios pone a disposición de ese hombre cuya voluntad se rinde a la Suya. Así, la frase toma un cariz completamente diferente: ya no es el hombre quien está en el centro de la cuestión, sino Dios, a través de una decisión humana, efectivamente, que Dios le permite tomar: la de aceptarle o la de rechazarle.

Bajo el sugerente título de “Vivir es un asunto urgente”, del Dr. Mario Alonso Puig (por cierto, fantástico conferenciante y expositor al que tuve la oportunidad de escuchar no hace mucho) leía algunas frases que para mí personalmente adquirían una dimensión mucho más profunda a la luz del papel que Dios tiene en la vida del hombre, al margen, incluso, de que éste quiera reconocérselo. Evidentemente, el escritor no la planteaba en ese sentido, pero para mí era inevitable profundizar un poco más y considerarla a la luz de lo trascendente.

La frase reza textualmente “Soy de los que creen que no existen los momentos ordinarios, sino que cada uno de ellos es mágico si tenemos la visión de contemplarlo así; que la naturaleza no es muda, sino que somos nosotros los que estamos sordos; que la vida es un milagro continuo y que nosotros estamos demasiado ciegos como para darnos cuenta de ello. Un momento de reflexión, un sencillo descubrimiento pueden mover la trayectoria de nuestra vida unos humildes grados y, sin embargo, con el tiempo esta mínima desviación es capaz de conducirnos a un nuevo y apasionante destino”.

Al leer esta frase no podía por menos que considerar cuán cerca está esta afirmación de lo que la propia Biblia establece, sólo que no es el hombre ni la naturaleza quien está en el centro de la cuestión, sino Dios mismo. Isaías ya hablaba de un pueblo que, teniendo ojos, no veía y que teniendo oídos, no oía lo que Dios tenía que mostrarles. Este es el problema del hombre en general, ceguera y sordera espiritual, con consecuencias mucho más graves que no poder disfrutar el momento presente. La gran tragedia de la visión humana al no considerar a Dios en sus caminos es que no puede producirse esa desviación en la trayectoria vital que diferencia una eternidad apartado de Dios de una en la que la presencia de Dios lo llena todo. Es a un “momento de reflexión sencillo” a lo que yo invito al lector hoy, no tanto para considerar sus propias capacidades para vislumbrar lo que el mundo tiene que ofrecerle, sino más bien para contemplar cómo considerar la vida bajo el prisma de Quien la creó y Quien es la Vida misma dota a la existencia de un cariz completamente diferente, completo, eterno.

El nuevo y apasionante destino al que estamos llamados es entonces una eternidad con Dios, ante el que no podemos ser ya sordos y ciegos por más tiempo, un día en el que, por mucho que el hombre quiera, no podrá desterrar a Dios de su discurso, sino en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:10-11)
 

 


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