Otros deberían hacer reseña y divulgar una obra de tal calidad; por mi parte, doy unas notas aquí sobre esta edición.
La pregunta que se adelanta a cualquier apreciación es
¿por qué el pueblo evangélico de habla hispana se ha perdido durante tanto tiempo una obra de tal riqueza? Creo que la propia pregunta es respuesta y explicación de las carencias lamentables que a veces este pueblo muestra. En cualquier caso, sin reproches al pasado, ya está con nosotros y, además, en la compañía de la traducción (también del latín) que Francisco Ruiz de Pablos ha realizado de su comentario a Eclesiastés que, d. v., saldrá en breve. Con ello tendremos a este personaje en su plenitud formando parte hoy de su Iglesia Española, y de ese modo podremos conocerla mejor en su fiel vivencia del XVI y en su expresión actual.
La obra incluye una introducción (del propio traductor) esclarecedora del personaje y su circunstancia –que se ampliará con la correspondiente del comentario a Eclesiastés–. Una presentación a los que habían protegido y dado ocasión de enseñar a Antonio del Corro (creo que de lectura obligada en cualquier curso que se precie sobre pastoral, ética, predicación, etc.); el comentario propiamente dicho, en una modalidad pedagógica singular; unas explicaciones breves de cómo otros vieron la carta a los Romanos; una exposición de la justicia y la santidad en el ejemplo de los injertos (el gráfico de portada); y una confesión de fe del autor para callar a los que negaban su ortodoxia calvinista (escrita años atrás).
Por su especial significación respecto al carácter íntegro de nuestro autor, debe quedar señalado el terrible peso que experimenta con la cruz del exilio de su tierra, pero más por el exilio de su lengua (aunque en todo sale aprobado por su fiel sumisión a la voluntad divina que ordena y arregla las circunstancias para bien de los suyos). Esto se debe especialmente a su disposición, como fiel dispensador de la palabra de Dios, de ser claro y fructífero en su ministerio, pero ¿cómo atinar en claridad lejos del campo conocido de su lengua madre? No sólo se ve obligado a comer en mesa extraña –aunque filial–, sino a comer una nueva lengua. ¡Qué añoranza de su castellano de Sevilla! ¡Qué alegría –reposo, lo llama él– cuando en esa lengua puede enseñar y aprender con
su iglesia española!
Cuando abundan tantos pastorcillos y pastorcillas, que a lo sumo alcanzan a formar algún belén (“… Y ningún bien hicieron a mi pueblo”), la dignidad ministerial de Antonio del Corro es un regalo de nuestro Dios para la edificación de su Iglesia.
Este regalo de la memoria de nuestra Iglesia del XVI, la divina providencia lo ha trasladado de modo muy especial (no único, ciertamente, como muestra la reciente edición de la obra de Valera, o los trabajos sobre Enzinas de García Pinilla y Nelson, y otros) por la disposición de la editorial Mad, con su máximo responsable como impulsor efectivo.
Digo esto por constatar la deuda de gratitud que cualquier amante de la libertad reconoce por ello, y también para adelantar un paso más en la recuperación de esa memoria por dicha editorial.
Precisamente
con el nombre de “Investigación y Memoria” se inicia una nueva serie donde ofrecer obras fundamentales para el conocimiento de la Reforma en España. El primer volumen (ya disponible) es un trabajo excepcional de Juan B. Vilar y Mar Vilar: “El primer Hispanismo Británico en la formación y contenidos de la más importante biblioteca española de libros prohibidos; Correspondencia inédita de Luis de Usoz con Benjamín Wiffen (1840-1850)”. Merece atención aparte, por eso aquí sólo lo apunto. En otro encuentro lo comentamos.
En esa serie le seguirán, d. v., los volúmenes (seguramente cuatro, el tercero de la edición original es de 900 páginas) de la traducción del alemán de la obra de Ernst Schäffer de 1902. Todavía imprescindible para conocer los pormenores de la Iglesia española del XVI.
Con pleno sentido del término, ¡bendiciones!
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