Ya en 1537 el papa Pablo III prohíbe la entrada de los apóstatas a las Indias. Después del Concilio de Trento (1545-1563) se consolida la Contrarreforma y se intensifica el “cordón sanitario” en torno a las nuevas posesiones españolas. Con esto se busca mantener al Nuevo Mundo libre de la contaminación luterana que tantos espacios había ganado en Europa. Uno de los objetivos de la Inquisición en España, y su contraparte en ultramar, era evitar que la Biblia llegara al pueblo en su propio idioma.
La primera versión del Nuevo Testamento en castellano es publicada en 1543, y el autor de la traducción es Francisco de Enzinas, quien estudia en las Universidades de Lovaina y Wittenberg.(1) Cuando aparece el Nuevo Testamento de Enzinas (apenas dos años antes de que diera inicio el Concilio de Trento) ya hacía veintiún años que Martín Lutero había traducido dicho libro al alemán, y dieciocho de que William Tyndale había hecho lo propio en inglés. Las versiones italiana y francesa de Bruccioli y Pierre Olivetan, respectivamente, tenían ocho años de haber sido publicadas. Respecto al trabajo de Enzinas “hoy día existen poquísimas copias de esta edición del Nuevo Testamento, pues apenas sacadas a la luz, sus ejemplares fueron prohibidos, recogidos y secuestrados por las autoridades eclesiásticas y civiles”.(2)
Incluso antes de Trento la Inquisición española persigue con bastante efectividad la proliferación de las ideas heterodoxas, que buscaban infiltrarse al país a través de los libros de autores protestantes. En 1522, en Sevilla, el Santo Oficio decomisa alrededor de 450 biblias impresas en el extranjero, Sevilla era el área más vulnerable para burlar el control ideológico por ser un centro de comercio internacional. La prohibición de libros “luteranos” de 1521 es ampliada por el inquisidor general Valdés en 1551. El Índice de este año contiene la censura de 16 autores, dominando en la lista los reformadores más importantes. Además se decretan regulaciones especiales sobre impresión y circulación de biblias y libros en hebreo y árabe.
Otro decreto de 1558, reforzado al año siguiente, estrecha aún más el espacio para la difusión de las ideas perseguidas por la intolerancia inquisitorial, “Los libros se dividían en secciones según su lenguaje y se prohibían si caían en las siguientes categorías: todos los libros sobre judíos y moros con tendencia anticatólica; todas las traducciones heréticas de la Biblia;
todas las traducciones de la Biblia a lenguas vernáculas, aunque hubieran sido traducidas por católicos (énfasis mío, CMG); todos los devocionarios en lengua vernácula; todas las obras de controversias entre católicos y herejes; todos los libros sobre magia; todos los versos que utilizaran citas de la Escrituras ´en sentido profano´; todos los libros impresos desde 1515 sin especificar el autor y el editor; todos los libros anticatólicos; todos los cuadros e imágenes irrespetuosos con la religión”.(3)
Mientras en España, como consecuencia del temor a la que se consideraba
herejía luterana, hubo cerrazón y control cuidadoso de los impresos, en Alemania y otros países que se adhieren al protestantismo tienen un florecimiento en la producción de libros.
La imprenta representa una aliada importante de Lutero, es un instrumento eficaz para difundir masivamente sus ideas. El reformador germano consideraba que la imprenta era “un regalo divino” y el “más grande, el último don de Dios. Por su mediación… Dios desea dar a conocer la causa de la verdadera religión a toda la tierra, hasta los extremos del orbe”.(4) Incluso para los parámetros editoriales de hoy, es sorprendente que entre 1517 y 1520 se hayan vendido 300 mil ejemplares de una treintena de escritos de Martín Lutero. La mayor facilidad para producir cientos, miles, de copias de un escrito, gracias a la imprenta de tipos movibles, contribuye a la democratización del conocimiento de la gesta luterana. Como nunca antes en la historia, un gran número de personas se entera en poco tiempo de las razones de los críticos para alejarse del control de Roma.
Pasemos ahora a la Nueva España. Cuando hablamos de la Inquisición en esta parte del mundo, lo que más llama la atención al público en general es la descripción de los autos de fe en los que se castigaba a los herejes. Sin hacer de lado este tema, es necesario entender otro aspecto de las tareas del Santo Oficio que a primera vista puede parecer menos escandaloso, pero que en realidad se caracterizó por su efectividad para evitar la difusión de las ideas reformistas. Nos referimos al estricto control de los inquisidores sobre el material impreso que llegaba o se producía en la Nueva España.
En los tres siglos de Colonia la revisión de los libros procedentes de España es exhaustiva. Los comisarios hacen un cuidadoso inventario de las obras y las remiten a la aduana, donde las examinan cuidadosamente y las regresan a sus propietarios siempre y cuando las obras no estuvieran en la lista de libros censurados en España. De estar en ese documento los volúmenes son confiscados. Un estudioso del Santo Oficio novohispano afirma que: “Cientos de documentos en el archivo de la Inquisición de la época de 1571 a 1601 atestiguan que el tribunal de la Inquisición había emprendido una vigorosa campaña para que no entraran en Nueva España los libros sospechosos”.(5)
Alonso de Montufar, nombrado en 1554 segundo arzobispo de la Nueva España, tiene como una de sus primeras medidas la prohibición de libros que, según su percepción, difundieran ideas erasmistas. Por otra parte, entre 1539 y 1585 se imprimen en la Nueva España catecismos en cantidades muy importantes. Los concilios provinciales de 1565 y 1585 decretan la prohibición de sermones, epístolas, evangelios y otras partes de la Biblia vertidos a lenguas indígenas como el náhuatl, tarasco y otras que se destinaran al uso de los feligreses. Los franciscanos se oponen a que un proyecto iniciado por ellos, la traducción de las Escrituras, fuese vetado en forma tan severa.
Y aquí se abre una disputa interna en el catolicismo que a la larga servirá para abrir una puerta al Evangelio en México: la difusión de la Biblia en el país mexicano.
1) Para un estudio detallado del personaje ver Jorge Bergua Cavero, 2006.
2) Enrique Fernández y Fernández, 1976: 33.
3) Henry Kamen, 1990: 114-115.
4) Teófanes Egido, 1977: 11, y Jean-Francois Gilmont, 2001: 375.
5) Richard E. Greenleaf, 1981: 199.
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