Eso sí, dos cadenas, pero todo un trajín ejerciendo de mando a distancia andante cuando se requería un mini-záping después de echarle un vistazo a la imprescindible revista Tele Programa (el TP, vaya), que se ve que todavía existe (o al menos da unos premios). A lo que iba:
el robot más majo de la historia, pilotado por el huérfano Koji Kabuto, mandaba sus puños fuera para derrotar un día tras otro al malévolo Doctor Infierno, aunque su criatura más terrible era su lacayo, el lugarteniente Barón Ashler, un personaje que daba un yuyu considerable (hasta en los cromos me daba cosa mirarlo mucho rato), ya que era mitad hombre, mitad mujer, pero no en el plan de algunos colaboradores actuales de la telebasura, no: Ashler (lo de Barón, masculino, nunca lo entendí) tenía medio cuerpo de cada.
Mazinger Z supuso el relevo a las anteriores series japonesas de los 70 (no, nadie hablaba entonces de Manga), un relevo temático y estético, ya que hablo de creaciones lacrimógenas como
Heidi y, especialmente para mí,
Marco. Anda que no lo pasé mal viendo las desventuras de ese niño a un mono pegado que, desgracia tras desgracia, intenta reencontrar a esa madre que se fue de los Apeninos a los Andes. Un culebrón en toda regla que marcó a una generación de niños, hasta que
Mazinger Z nos recordó que podíamos disfrutar viendo, simplemente, mamporros robóticos y comprobando como el bien siempre derrotará al mal.
Cada episodio era casi un calco del anterior, con nuestro hombre de hierro emergiendo desde una especie de piscina de un instituto de investigaciones fotoatómicas para enfrentarse a los brutos mecánicos (así llamaban a esos robots) engendrados por la pérfida mente del Doctor Infierno. Las peleas (ante criaturas que respondían a nombres deliciosos como Brutus M3 o Genocider F9) eran el eje central de cada capítulo (de apenas 25 minutos).
Evidentemente, mi mentalidad de niño se quedaba con una estética atractiva (alguien lo podrá dudar al revisitarlo ahora, pero así era) y con una serie de duelos en los que el bien siempre acababa triunfando, una moralina más llana y fácil de entender que las de Marco. De hecho, resulta que
el nombre del robot surge de la raíz japonesa Ma (que significa demonio) y jin, que es dios. El autor, Go Nagai, unió esos dos conceptos (primero en un cómic) al de Energer Z, el primer nombre en el que pensó, para su Mazinger Z, un nombre que nos recordaba que la máquina podía representar al bien o al mal, dependiendo del uso que se le diera. De hecho, el creador de Mazinger en la serie (el
científico Juzo Kabuto) encarga, antes de morir asesinado, a su nieto Koji la responsabilidad de dirigir los movimientos del robot (con un planeador que se instalaba en la zona del cerebro de la máquina) con unas palabras más que reveladoras: “Con Mazinger te puedes convertir en un dios o en un demonio”.
Lo que en ese momento no supe es que TVE sólo llegó a emitir 32 de los 92 episodios de los que constaba la serie, algo que no se enmendó hasta que Tele 5 los programó todos unos años más tarde (ya en 1993, que me pilló mayorcito). Pero daba igual: todos queríamos ser Koji, nos enamorábamos de Sayaka (que pilotó a la robot fémina de la serie, Afrodita A), nos caía bien el hermanito de Koji, Shiro, odiábamos a los malos más malos y reíamos con las torpezas del trío de científicos, los profesores Iz, Diz y Biz, siempre atentos a las necesidades mecánicas de Mazinger.
Hay quien cuestionó la serie por violenta y hasta en algunos países se llegó a censurar (algo que siempre acaba provocando un mayor consumo, por cierto), pero esa media hora semanal en la hora tonta de los sábados por la tarde era una cita ineludible para los locos bajitos que nos plantábamos ante la tele e imaginábamos que teníamos el peinado pop de Koji, que montábamos en el planeador y que dirigíamos a Mazinger para luchar contra los malos de turno.
Con esa serie, me divertía, me ponía al lado de los buenos, menospreciaba a los malvados y, como las misses, quería paz para el mundo. Con eso, y con un bocata de Nocilla, tenía más que suficiente para salvar al planeta con unos
puños fuera (ese gesto era habitual entre compañeros de clase) un sábado a primera hora de la tarde, esa hora tonta.
Hoy nos iría muy bien un nuevo Mazinger Z, que en lugar de enfrentarse a los brutos mecánicos, pudiera entrar en algunos platós y hacer algo de limpieza, pero ya se sabe que con la violencia no se va a ninguna parte. En fin.
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