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Chile y su Bicentenario

Chile es uno de los pocos países, supongo, que tiene en su calendario de efemérides dos hechos históricos muy especiales, sin contar un tercero, que resulta tanto más trágico y doloroso que los dos anteriores y al cual nos referiremos al final de este artículo. Especiales porque constituyeron una derrota militar y, pese a eso, se celebran con una puntualidad que ha sobrevivido a los años. (Quizás el haber nacido y crecido en este ambiente nos haya de alguna forma capacitado para no solo reírnos
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 18 DE SEPTIEMBRE DE 2010 22:00 h

Una fue el Combate Naval de Iquique (21 de mayo de 1879) donde, en el ámbito de la Guerra del Pacífico (Chile contra la confederación Perú-boliviana) nuestros hermanos los marinos peruanos, al mando del capitán Miguel Grau, nos mandaron a pique a nuestra nave estrella, la Esmeralda. Y con ella, a la eternidad a nuestro propio capitán, Arturo Prat y sus muchachos.

En esta guerra, a la que los gobernantes de aquel tiempo metieron a Bolivia, este querido país andino perdió 158.000 kilómetros cuadrados de tierras, costas y mar nada de lo cual hasta ahora, 131 años después, ha podido recuperar.(*)

La otra fue lo que se conoce como el Desastre de Rancagua (1 y 2 de octubre de 1814). Aquí, el desastre se produjo, en buena medida, por la inferioridad numérica de los patriotas chilenos respecto de las fuerzas españolas. Otro factor que, sin embargo, influyó para la derrota fue que nuestros máximos líderes político-militares, Bernardo O´Higgins por un lado y José Miguel Carrera por el otro, nunca se llevaron muy bien, diferencias que aun se palpan, a doscientos años de distancia. (Los carreristas se diferencian de los o´higgiginianos en que tienen arriscada la nariz y cuando toman el té, lo hacen con el dedo meñique coquetamente alzado mientras observan, indiferentes, con sus párpados a medio cerrar.)

Pues, que estamos celebrando el Bicentenario.

Todavía ronda por mi memoria el intento de celebrar, en 1992, los 500 años de la llegada de los españoles a tierras sudamericanas. No sé si vosotros lo recordáis pero aquello fue un fracaso. En realidad, poca gente, tanto de España como de Sudamérica, tenía muchas ganas de celebrar. Y los actos que se programaron hubo que suspenderlos o reducirlos a un simple coctelito donde los más que asistieron fueron aquellos que toman el té con el dedo meñique alzado.

Porque hacer de las matanzas, las violaciones, las esclavitudes, el robo, la destrucción indiscriminada de los grandes valores culturales y espirituales de nuestros ancestros un festejo, eso sí que sería masoquismo. Y el masoquismo latinoamericano pareciera no dar para tanto.

El establishment o las fuerzas políticas que gobiernan Chile, ayudados eficazmente por los medios de comunicación (recuérdese que el ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuando el año pasado era candidato para un segundo periodo dijo que de ganar Sebastián Piñera, tendría a su disposición el poder político, la Presidencia de la República; el poder económico, ostentado por él mismo, sus parientes, socios, empresarios y políticos que lo apoyan, muchos de ellos multitudinarios y dueños de las más importantes fuentes de riqueza del país. Juan Stam dice que nuestros gobiernos no son democráticos sino plutocráticos; y el poder mediático, El Mercurio y su cadena a lo largo del país, las radios y los canales de la televisión, incluyendo TVN) han demostrado estar decididos a tirar la casa por la ventana. Pues esta clase gobernante ha hecho esfuerzos que van mucho más allá de una simple celebración para que todo el mundo en Chile se olvide de lo (y los) demás y se dedique a celebrar. No importa que no sepan con claridad qué significa celebrar un bicentenario.

Hay que olvidarse de los pobres y que nosotros mismos somos pobres.

Especialmente cuando en el Palacio de Gobierno se ha asentado el poder político, el poder mediático y el poder económico, a los pobres es mucho más fácil movilizarlos con unas cuantas empanadas, una garrafa de vino y un par de pies de cueca. Lo que importa es que nos olvidemos de los que sufren y de nuestras propias postergaciones.

Quinientos y setecientos kilómetros al sur de Santiago, en las ciudades de Concepción y Temuco, hay un grupo de mapuches que, para que el gobierno los escuche, luchan mediante una de las pocas armas que tienen a mano: la huelga de hambre. Y el presidente Piñera los llama al diálogo siempre y cuando depongan la huelga de hambre. Los mapuches se niegan porque saben que hasta ahora y a lo largo de doscientos años han depuesto doscientas o más huelgas de hambre sin que nunca se atiendan sus demandas. Se los trata como terroristas porque defienden sus derechos y buscan que se les devuelva lo que siempre fue de ellos. Pero nadie trata de terroristas a los grandes empresarios que construyeron edificios defectuosos, los vendieron a precio de oro y cuando el terremoto del último febrero los dejó inhabitables, se escurrieron, cerraron sus oficinas y abrieron otras, con nueva razón social, unas cuadras más allá, desentendiéndose de quienes se quedaron viviendo en la calle después de haber perdido sus departamentos y el dinero que pagaron por ellos.

Isabel Allende, entrevistada el jueves 16 en Chile a donde acudió a recoger su Premio Nacional de Literatura no tuvo empacho en señalar que nuestros mapuches es una raza perseguida y explotada durante 500 años.

En la Isla de Pascua, territorio chileno a poco más de tres mil quinientos kilómetros del Chile continental, gente oriunda de la Isla ha iniciado un movimiento para recuperar la tierra que una vez fue de ellos y que, poco a poco, ha ido pasando a manos de particulares que no son hijos de ese suelo. Se están encontrando, sin embargo, con una fuerte represión cívico-policial. Los pascuenses han adelantado que de no conseguir la devolución de sus tierras, se desvincularán políticamente de Chile.

Ni los mineros en el Norte, ni los mapuches en el Sur, ni los pascuenses en la Polinesia tendrán mucho para celebrar este bicentenario.

Y la cuarta derrota que este año de 2010 se ha empezado a celebrar como una victoria (¡insólito!), es el golpe militar de 1973. Ya este año no se recuerda el quiebre de la democracia por una dictadura brutal y asesina; ni se rinde homenaje al Presidente elegido democráticamente y sacado de la Casa de Gobierno después de acribillarlo a balazos. Hoy se pretende celebrar el golpe militar como si se tratara del más grande triunfo del respeto por la dignidad humana y los derechos individuales.

¿Celebrar el golpe en el que la familia chilena fue desmembrada, se mató impunemente a miles y a otros cientos de miles se les sacó violentamente por la fuerza de los fusiles y se los mandó al exilio?

Puro Chile es tu cielo azulado
que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

¡Qué va!



(*) Los chilenos, para celebrar el bicentenario prefieren mirar para otro lado y olvidarse de sus hermanos bolivianos. Ignoran deliberadamente que no fue el pueblo —que es hoy el que sufre— sino los líderes políticos de aquel tiempo y fuerzas económicas exógenas las que pusieron en sus manos un fusil, en sus cabezas una gorra y en la cintura una cantimplora y los mandaron a matar y a morir. Por esto y otras razones preferimos mantenernos al margen de cualquiera celebración bicentenaria. Lejos de nuestra intención el querer establecer una relación causa-efecto entre el egoísmo chileno en negarse a devolver aunque sean 170 kilómetros de largo por 1 de ancho de mar a Bolivia y el tsunami del 27 de febrero, pero la vida y la Palabra de Dios nos enseñan una verdad incontrarrestable: «Todo lo que el hombre siembra, eso siega».
 

 


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