El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La alegría de este Cristo manso, poderoso, sereno y victorioso en medio de todo nos debería bastar.
El pecado es algo que nos destruye a nosotros antes de nada. Tiene que ver con nuestras creencias profundas. No podemos andar a la luz y a las tinieblas.
Tener comunión con Dios nos hace tener comunión unos con otros; vivir en la luz, practicar la verdad, es lo que hace que esa comunión sea posible.
La Biblia nos habla de un Dios que es alegre, y que comparte esa alegría con sus hijos.
En esta obsesión por plantarnos unos delante de otros y hacernos la guerra, sinceramente, no estamos honrando la enseñanza de amarnos unos a otros.
En el mundo en que vivimos es más sencillo odiar. Es más sencilla la crispación.
En sus músculos, ya cargados de años, sintió una extraña llamada a no, no callarse, sino levantarse y hacer lo que estaba pensando.
Siempre llegaba, se sentaba y dejaba su Biblia a su costado, sobre el asiento, en vez de colocarla en el hueco del banco de enfrente, porque era muy grande y ancha y no cabía allí. Llevaba haciéndolo así todos sus años de devota vida de iglesia.
La moraleja se deja, casi siempre, en abierto. La hay, la reconocemos, pero Jesús no la obliga, no nos la impone.
Centrar todo el discurso cristiano en los valores supone una pérdida de la riqueza del evangelio. Supone centrar el evangelio en ideas y creencias, y no en una persona.
Seguimos viviendo a Dios a través del culto del domingo, en vez de invitarlo a vivir en nosotros cada instante de nuestra vida.
Como cristianos deberíamos mostrar más amor en las redes sociales, en vez de tratar todo el tiempo en tener la razón.
Amar como medida de todas las cosas es una de las acciones más valientes y radicales de la vida cotidiana, y sé que tiene la capacidad de cambiar el mundo.
Sorprendería la cantidad de veces que he escuchado este versículo con un “pero” detrás, una aclaración, una glosa, poniendo excusas.
Las señales de los falsos mesías apuntaban a sí mismos. Las señales de Jesús apuntaban a Dios, a su redención, su paz, la relación que quería reestablecer con todos los que fueran suyos.
Jesús tenía esa forma de ver a través de la gente, de conocerlos íntimamente con apenas una pequeña interacción. A él no se le puede engañar.
En nuestra obsesión por mitificar todo lo relacionado con Jesús, nos perdemos las huellas más genuinas de su humanidad.
He podido analizar lo que se sabe y se ha explicado con bastante detalle del caso de Ravi Zacharias. Por esa razón creo que tengo la obligación de explicar aquí esta historia, con la única intención de contar la verdad que ha quedado demostrada.
Los discípulos encontraron en Jesús la ventana abierta a la verdad y a la esperanza que cualquier persona necesita para que la vida no sea mera supervivencia.
Nosotros solo podemos entender a un Dios eterno desde nuestra temporalidad, y eso nos causa problemas.
Solemos estar mucho más dispuestos a encontrar nuestra identidad en lo que dicen los demás de nosotros que en lo que nosotros mismos sabemos que somos.
Somos pequeños nudos de dudas que no comprenden la realidad en la que viven. Y la razón para que todo esto pase es que desconocemos el poder de la gracia que está en nosotros, que hemos recibido.
La enseñanza de Dios está en que aquel que es de Dios, ve las cosas de Dios. El que no, anda esparciendo oscuridad y bulos a su alrededor.
Desde el principio del mundo, o al menos desde que tenemos memoria de nuestras vidas y de las de nuestros antepasados, las tinieblas siempre irrumpen, ocultan, corrompen y desgastan.
La Navidad, por muy pagana que sea, es una excusa impecable para ser cristianos de verdad y quitarnos los grilletes que nos imponemos.
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