El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Estamos ante un “libro militante” fruto de la experiencia de un laico católico que ha respondido a las exigencias sociales y políticas de su tiempo.
La Magdalena del autor danés Lars Muhl nada tiene que ver con la tierna figura femenina que aparece en los cuatro Evangelios inspirados.
Régis Burnet traspasa la frontera de lo ético y llega a la blasfemia. Juega con dos términos que pocas veces coinciden, proximidad y sexualidad. Si todas las personas que mantienen una relación de proximidad con otras derivaran en prácticas sexuales, la sociedad sería un caos.
La Magdalena, muerta hace unos dos mil años, ¿dónde está? ¿En el cielo? En todo caso, en espíritu. Un espíritu, ¿puede alargar la mano a un ser mortal y entregarle “unos rollos pergaminos”?
Las invenciones e imaginaciones hasta resplandor tienen, sin ser soles ni estrellas. La imaginación de un escritor tiene el don de persuadir al lector de que lo que lee es ciencia pura, sin atender a los gritos contrarios de la razón.
Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
El título del volumen hace alusión al empeño constante de los seres humanos actuales por labrarse una vida que poco tiene que ver con la felicidad y sí con un mundo cada vez más alejado del “cielo” en el que antes se creía.
“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más.
La serie de Netflix encierra el análisis descarnado de una sociedad que se esfuerza por impostar los signos externos de una excepcionalidad moral de la que carece.
Así es la novela. Todo lo aguanta. Con todo carga, por muy disparatado que sea. Ninguna pretensión de originalidad. La suma de artificio vano, falso, inconsistente.
El tener que ganarse la vida con la literatura perturba la serenidad y a la mentira no se le da importancia. Se la considera parte del oficio. La pluma –decía Byron- ese poderoso instrumento de los hombres insignificantes.
A un investigador como lo presenta el libro se le exige rigurosidad, documentación, como menos. Nada de esto aporta el autor. Y el lector, por lo general, no está en disposición de averiguar sus insinuaciones.
Me gustaría, a través de la pluma y el pensamiento de un escritor de nuestro ámbito, Juan Mackay, recordar a los místicos españoles.
Cuando surge un tema que capta al público, los editores se vuelcan en la producción de obras que especulen sobre el mismo entramado. Es su negocio. Y hay un empecinamiento literario en casar a Jesús con María Magdalena.
Venturosa la novela, en general, que admite todas las fantasías capaces de ser inventadas en la mente del humano.
La obra reconstruye el momento en que Lutero decidió hacerse monje en medio de la oscuridad de la tormenta que cerca estuvo de acabar con él,
La Biblia es, indudablemente, un libro religioso. Pero también puede ser considerado como una obra literaria. Como en literatura, la Biblia contiene multitud de géneros.
Teófanes Egido traza un ágil panorama del surgimiento y la evolución del movimiento que encabezó el monje agustino alemán.
La visión dualista, explica Egido, fue una muestra de análisis con contornos bien definidos, sin la capacidad de advertir aspectos positivos en el lado opuesto debido a sus simplificaciones y prejuicios.
Criados como musulmanes sunníes por el líder de una mezquita, vivieron el Islam con intensidad antes de su conversión a la fe de Jesucristo.
Todos sufrimos, pero las palabras de los amigos alivian. Sin embargo, no hay cosa más dificultosa que hallar palabras proporcionadas a un gran dolor. Los amigos de Job, más que consoladores se muestran en ocasiones acusadores.
Es capital preguntarse si la fe en un Dios vivo debe incluirse entre las costumbres llamadas a desaparecer, como parecen anunciar algunos teólogos que repiten, decenios después de Nietzsche, que Dios ha muerto. O bien si nuestra fe aguantará con firmeza los embates de la incredulidad en este siglo XXI.
En general la poesía de Alencart no se reduce a describir una ceremonia piadosa, ni a nombrar a Dios por imperativo profesional o por obligatoriedad devota. Al contrario: pocas voces de habla española han expresado la búsqueda de Dios como Alencart y exaltado al Cristo que Darío llamó perdonador de injurias.
Tres textos extraídos del último libro publicado por este cristiano y poeta que ejerce de juez.
Para Ismael, su hijo, el libro es "una pequeña parte de su historia como fotógrafo, periodista, escritor y ciudadano. Una muestra que cuenta la historia que este fotógrafo tenía en la cabeza".
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