El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Los Padres fundadores lo tenían claro. Como esta república se convierta en imperio, a nosotros que nos borren.
Con John Winthrop (1588 [nació en enero, depende cómo se cuente]-1649) tenemos a un personaje formidable para estudiar, y una situación social y política digna de estudio.
El templo religioso y el palacio del poder civil tienen sus reliquias que los unen. Nosotros tenemos la cruz de la victoria sobre la muerte, y no es una reliquia.
Nos han puesto en bandeja, de plata, artística y sacra, la ocasión para trabajar y dar a conocer a nuestro Redentor y las circunstancias de sus redimidos.
Junto a la publicidad imperial también tenemos el buen trabajo, sin publicidad y medios de los medios, de gente en la universidad, en la investigación, etc., que proporcionan valiosos frutos.
Los que estamos en él lo estamos desde la eternidad. Nadie puede ponerse ahí su nombre, ni quitarse cuando está puesto.
La perspectiva plural con que hoy se abordan los movimientos eclesiales reformistas permite valorar mejor el enorme conjunto de movimientos espirituales que se desplegaron por toda Europa y que hoy se engloban bajo el membrete de “anabautismo”.
Saber a Jesús Mesías crucificado es conocer y predicar todo el consejo de Dios, pero sólo su consejo, no el nuestro.
La vieja alianza, con sus leyes, santuario, sacerdocio, etc., ha quedado clausurada por la Nueva.
La predicación del Evangelio implica necesariamente el anuncio de la clausura del código legal levítico.
Ahora, cumplida la Promesa, en la obra y persona del Redentor, no tenemos templo o santuario terrenal. No existen sitios sagrados.
La adoración, lo mismo que la Palabra, el perdón, es nueva cada momento. Siempre brote fresco, y eso viene de Dios, que con el Primogénito nos lleva a su casa.
Si buscamos la referencia final de la gloria en el ser humano, recorreremos todas las sendas de la frustración de Eclesiastés.
La ocasión del Senado ha sido modelo de la confusión entre acción política y doctrina religiosa. Ambas mezcladas como una “verdad”.
La Iglesia tiene una historia de paso, pero su existencia no está en esas pisadas, porque existimos en el futuro.
La presencia de reliquias es la negación del sacrificio de Cristo celebrado en la santa cena.
La recuperación de quiénes somos y para qué somos, nuestra identidad y misión, necesariamente conlleva el retorno a las raíces, que en nuestro caso es el Evangelio.
Los bulos del poder de las reliquias para salvar, o ayudar en el camino y ante el tribunal eterno, y de proteger en el tiempo presente son mentiras gordísimas.
Quisiera destacar su decisiva contribución a la recuperación de la memoria de la Reforma Española del siglo XVI.
En un intento de seguir en la misma tradición de reflexión y diálogo, después de los cinco siglos que han pasado, viene al caso hacer una evaluación sobre la pertinencia del protestantismo.
El misterio de la iniquidad solo se derriba por la Espada del Espíritu, y esa la tiene y usa solo quien la tiene.
Dos actos, uno institucional, con presencia de autoridades políticas y religiosas, y otro como culto unido, celebraron el 507º aniversario de la Reforma
Oro para que nuestras nuevas generaciones recuperen el valor, descaro, convicción, determinación, y firme seguridad en el Señor para plantarse ante el mundo.
Lutero había salido airoso de su encuentro con las verdades teológicas paulinas lo que le permitió descubrir en toda su intensidad la doctrina de la justificación sólo por la fe y desarrollar después una sólida “teología de la cruz”.
Este 31 de octubre se conmemora en todo el mundo la Reforma Protestante, algo más de cinco siglos después de que Lutero clavase sus 95 tesis en Wittenberg (Alemania).
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