El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
En ocasiones, creer pueda dar miedo, y esto porque, con frecuencia, creemos más en nosotros que en Dios.
Lo queramos o no, todos somos pastores que vamos por la noche de este mundo comunicando a otros lo que Dios nos ha permitido gustar.
Perder el alma por vivir ajeno al amor de Dios, a la gracia de Cristo y al don del Espíritu Santo es una pérdida insustituible e irreparable.
La incredulidad no constituye oferta de vida para nadie. Combatir todo este ideario es el gigantesco trabajo que aguarda a los discípulos de Jesús.
Toda obediencia implica el reconocimiento de la voluntad del Señor.
Con toda seguridad podemos dar por sentado que nuestra fidelidad tiene que ver con la oración de intercesión de Jesús.
Jesús aparece en esta tierra lleno de gracia. Su gran amor redentor se observa en el hecho de que es él quien toma la iniciativa para liberar al hombre y darle seguidamente vida eterna.
El nombre de Dios es una promesa de ayuda y asistencia en todo momento.
La presencia de Jesús saca a los demonios de sus escondites y los expone a la luz.
El pecado es una forma incomprensible de locura. Y esto se pone claramente de manifiesto al observar qué hace el ser humano llevado o dominado por el pecado.
Es evidente que estamos en caída libre. Es como si se nos quisiera destruir y hacer desaparecer. Pues bien, para estos insoportables, como el endemoniado, ha venido Jesús.
A veces, enterramos nuestros talentos bajo velos religiosos, pero insolidarios y de espaldas hacia aquellos que necesitan que los trabajemos.
Esta historia solo se puede entender y exponer correctamente como un testimonio auténtico y verdadero de testigos oculares.
Los evangelistas nos muestran a Jesús como el que tiene todo el poder sobre los elementos de la naturaleza, sobre los demonios, sobre las enfermedades incurables y sobre la misma muerte.
La parábola rompe los esquemas de la realidad cotidiana forjada a base de valores radicalmente opuestos a los de Dios.
Recordemos sin olvidarlo nunca que Dios está por nosotros, no contra nosotros, que en su amor no hay temor alguno.
Entrar en el Reino es aceptar con Jesús que Dios se manifiesta en el mundo y que las cosas no son como eran.
Los años silenciosos de Tarso tienen su importancia y desempeñan una labor decisiva para la formación del futuro gran misionero.
¡Pablo tiene que retirarse al desierto para orar y reflexionar sin que nadie le estorbe! Y así el desierto, la tierra de la muerte, se convierte para Saulo en lugar de vida y verdor espirituales.
Después de haber conocido personalmente a Jesús como su Salvador y Señor, él debía hacer todo lo posible para que otras personas gustaran su misma experiencia de conversión al Señor.
Lo que hacemos los hombres es importante, sin embargo, lo decisivo es lo que hace Jesús en los hombres.
Cuatro cosas aprende Saulo de la pregunta que le formula Jesús.
Sus enseñanzas están al alcance de todos los que quieran escucharle.
Pablo era un hombre confundido en su camino. ¿Cómo es posible equivocarse tanto? Hay varias razones para ello.
Pablo cursó sus estudios religiosos en la ciudad de Jerusalén. Ésta era el centro del saber rabínico.
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