El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Tan poco apercibidos sobre lo que somos en esencia, sigue inquietándonos la expresión más básica de nuestra humanidad.
Si la película de Gibson se considera antisemita, entonces todo el Nuevo Testamento lo es.
El cine captó el horror de un conflicto, que lejos de exaltar los grandes ideales, mostró la podredumbre humana.
La película de Sabatino comienza con el título de “una historia bíblica”, no porque cuente la vida de un personaje de la Escritura, sino porque en su protagonista reconoce la sabiduría y necedad de muchos caracteres bíblicos.
Si tuviera que escoger a un director de la historia del cine, sería sin duda Hitchcock. Y de toda su inmensa obra, me sigo quedando con Vértigo.
Una reflexión previa a la paternidad, en un año en el que la realidad del contraste entre la vida y la muerte ha sido especialmente notoria.
El anhelo de la inmortalidad ha revestido la visión de la existencia en cada civilización. Vivimos constantemente preguntándonos por esta vida y buscando extravagantes formas de conservarla.
Las cosas que edificamos sobre anhelos egoístas y con una conciencia carente de sentido, con el tiempo se vuelven banales y molestas. Nos incomodan hasta que desaparecen.
Es conocida su adicción a los tranquilizantes, su relación con los Kennedy, sus matrimonios con el jugador de béisbol DiMaggio y el escritor Arthur Miller, su falta de puntualidad, desgraciada infancia e inseguridad ante las cámaras.
La directora catalana representará a España en la próxima edición de los galardones más reconocidos del cine con su última película, Alcarràs.
A todos nos parece que nuestro dolor tiene algo de peculiar, y sobre todo por el hecho de ser propio. Es al observar esta vida que, necesariamente, debemos comprender que solo somos un grito del coro de voces.
Los anhelos más profundos de justicia reflejan, al mismo tiempo, las mayores de nuestras frustraciones. Y de todo ello, ¿qué queda para los que han de venir después?
Debes hacer uso de las fuerzas que puedes reponer, pero no de las que comprometen tu propia salud.
Es bueno recordar, especialmente en esos momentos en los que podemos observar la crudeza de nuestro propio ser, lo que dice la Biblia sobre el amor de Dios.
¿Hay algo que equilibre el recuerdo en su justa medida? El autor de Eclesiastés nos recuerda que necesitamos una perspectiva de vida redimida en Cristo.
El drama estático que a veces parece esta vida, no es que simplemente se haga más llevadero, sino que cada lágrima se acaba convirtiendo también en una expresión particular de la alabanza.
Es tanto una figura mesiánica como alguien dominado por el mal. Es un improbable Cristo, por su imperfecta humanidad, aunque tenga una misión que domine su conciencia.
Todo comenzó en octubre de 1962, cuando el director releyó el evangelio según Mateo y le impresionó muchísimo. En su arrebato, decide hacer una película sobre el Evangelio.
En la película la infancia aparece como una institución que permanece firme ante las guerras y desilusiones de los ‘adultos’.
Es extraña la angustia de la muerte. Es agudo su dolor. Pero, sobre todo, la muerte es suspiro. Una dolorosa coma, pero una coma.
Hablar de lo eterno sin hablar de Cristo solo puede generar cargas insoportables, piedras que nadie estaría dispuesto a mover. Necesitamos de la esperanza cristiana para afrontar algo así.
No deja de ser sorprendente la innumerable cantidad de ‘imitaciones’ con las que se vive esta vida, con las que se pretende olvidar ese concepto bíblico tan relevante como es el de “vivir”.
Somos seres de contrastes. Eso, a veces hace que perdamos de vista la condición que tiende a dominarnos.
Si esta obra es ya un clásico contemporáneo, es porque nos interroga cada vez que nos acercamos a ella.
Si hay algo particularmente cristiano, eso es la Encarnación, una doctrina incomprensible, tanto para el judío, como para el pagano. No está mal pensar en ello, por lo menos una vez al año.
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