El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El pecado se produce de forma larvada en nuestro corazón carnal y sinuosamente va seduciéndonos.
A menudo, pensamos que el impacto positivo que estamos haciendo para el Reino justifica o contrarresta las “prebendas” que nos concedemos en el camino.
La diferencia capital entre la religión y el Señor Jesús es, quizá, la expresión de la gracia.
La crisis climática es una proyección a escala más grande de la crisis del corazón humano. Y esta última no es natural, sino de carácter moral, que no es lo mismo que moralista.
Algunos medios de divulgación continúan hablando del “lizard brain” para referirse a esa supuesta parte primitiva cerebral donde residirían los instintos que nos alertan del peligro inminente.
La ciudad sigue durmiendo tranquila, continúa con sus rutinas habituales, mientras al mismo tiempo se produce la mentira, el engaño el adulterio y el asesinato.
En un sentido, El Padrino muestra las contradicciones de la religión americana. Su sacramentalismo pretende salvarnos mágicamente del pecado en que estamos inmersos.
¿Qué valor le damos a mantener las propias convicciones cristianas anteponiéndolas a cualquier otro provecho?
Lo que comenzó pareciendo una liberación, se convierte en una degradación, bajo la sutil fascinación de la promesa de progreso y avance.
En el poder plasmamos deseos y convicciones desde un temperamento que no admite errores, y mucho menos la incapacidad a la que nos vemos inducidos por el pecado.
Lo que repugna a algunos de El Padrino es la capacidad de corrupción del ser humano.
John Le Carré ha escrito algunas de las mejores novelas de espías. No es casualidad que lo fuera. Sabía de lo que hablaba. El error de las teorías conspiratorias es pensar que hay una trama perfecta.
Si Cristo lloró tanto, ¿por qué el hombre ha dejado de llorar?
Se presentó en una iglesia, donde se integró para seguir los pasos del más fiel de los creyentes.
Cualquier cosa que no es buena, que destruye nuestra relación con Dios, que nos enfrenta con los demás o que nos "mata" interiormente, es pecado.
Nosotros mismos somos el elemento que más nos desconcierta de este mundo.
El protagonista de Soldado Azul, John Chivington, encarna las contradicciones de ese cristianismo que nunca reconoce ser racista.
Pensamos que si tuviéramos la evidencia delante, nos daríamos cuenta de las cosas y actuaríamos en consecuencia. Juzgamos el pasado, creyendo que nosotros no lo repetiríamos.
Hitchcock evita todo reduccionismo al enfrentarse al misterio del mal. No hay duda de que, para él, “todos los hombres son potencialmente homicidas”.
Siempre hay un momento en el que la responsabilidad de la otra persona no puede ser cargada sobre nuestro corazón. Hubo uno que si llevó la carga del mundo sobre sus hombros.
Nos causa fascinación lo apocalíptico por el deseo de saber cuál será nuestra reacción ante la desesperación provocada por el fin de todo. Pero, en realidad, en nuestro corazón ya hay una respuesta escrita. Y esa respuesta, el pecado, tiene que ver con nuestra condición.
La Biblia muestra la locura de confiar en nuestro entendimiento. ¿De dónde creemos que salen todos esos cristianos ufanos de su santidad que juzgan a otros creyentes, poniendo en duda incluso su salvación?
Si Packer se refiere tanto a la santidad, no es porque viera simplemente falta de ella, sino porque creía que había un concepto equivocado de santidad.
El virus que tocó nuestro corazón hace siglos ya lo dejó tocado y hundido de manera irreversible, de no ser por la obra de Jesús.
Se está perdiendo de vista lo que hace tanto hemos decidido ignorar: el corazón humano, que nos lleva de vuelta al Edén.
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