El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Habrá quien necesite muchas explicaciones, pero otros, ante la angustia que le crea su propia necesidad les bastará decir: “¡Señor, ten misericordia de mí!”.
La inteligencia fue concedida al ser humano para dudar. Un hombre honrado como Don Quijote no puede renunciar a una duda honrada.
Convendría que unos y otros nos hiciéramos algunas preguntas y tratar de contestarlas a la luz, no de nuestras ideas personales y particulares, sino de las enseñanzas de Cristo.
No estaba tan loco Don Quijote. En el fondo de sus pensamientos y sentimientos tenía claro que la señora Dulcinea no era un personaje real.
El capote no era para “torear”, era para que cuando llegara el invierno, el apóstol Pablo, anciano y encarcelado por causa de su testimonio acerca de Jesús, pudiera abrigarse con él.
Las meras palabras, cuando lo que hace falta son hechos, solamente van a producir pobreza. Acabarán en indigencia.
Hay en este episodio muchos elementos autobiográficos, ligados a esta obra de Cervantes.
Como es el fruto lo que determina la validez, se desprende que la reprensión es lo que vale y no la lisonja, por lo que el reprensor, a posteriori, recoge un valioso fruto de aprobación.
Las letras es uno de los temas que con sabiduría y técnica trata Cervantes en su doble de Don Quijote.
El Caballero intuye, y así lo dice a Sancho, que su amor por la mujer del Toboso era un amor intangible, inmortal, inexistente para el resto de los hombres.
La fortaleza del alma redimida está en no confundir lo que realmente es con lo que pretende ser. Esto afecta también al cristianismo.
Nada se sabe del origen de Don Quijote, pero el hombre existía. Nada sabemos del origen de Dios, pero Dios existe.
Vida eterna, eternidad. Es injusto estar creciendo siempre. Nacemos, crecemos, envejecemos, morimos. ¿Y después qué? La Escritura inspirada afirma que Dios es eterno.
La apologética secularista avanza en Occidente y cada vez se hace más necesario presentar defensa y dar razones de la esperanza que hay en nosotros.
Esta volatilidad que en realidad tiene lo que en apariencia se presenta como imponente, debiera hacernos reflexionar sobre lo que verdaderamente es creíble.
Tú, el Verbo, siempre el Verbo que se nos hace carne, que nos habla con y sin fonemas.
Estamos delante de una de las más altas manifestaciones poéticas de exaltación de la Palabra divina.
Olvidamos que cuando hablamos mal de otra persona, llenamos de amargura nuestro corazón y dejamos de ser nosotros mismos.
Cada generación tiene que repensar la misión. Atreverse, como escribió Juan A. Mackay y gustaba citar René Padilla, a dejar el balcón para ser discípulos y discípulas del camino.
Es un reto salvaguardar el espacio en el que podamos estar expuestos y sin obstáculos al compromiso y la oración bíblicos. Pero la entrada determina la salida y dará forma a nuestros pensamientos y luego a nuestro discurso.
El egocentrismo nos lleva a olvidarnos de las necesidades del prójimo que, igual que nosotros, precisan el bien.
El ateísmo niega todo lo que el cristianismo afirma.
Unamuno quiere definirse como persona única y al mismo tiempo conmover a la sociedad para que conceda mayor cabida a la vida del espíritu y a su desarrollo.
El concepto agonizante del cristianismo, Unamuno lo extiende a su patria, España: “La agonía de mi patria, que se muere, ha removido en mi alma la agonía del cristianismo. Siento la agonía del Cristo español, del Cristo agonizante”.
Tal sentimiento trágico hace su aparición desde el momento que nos interrogamos sobre el sentido de la vida, su origen, finalidad y justificación.
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