El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El verdadero deleite del necio es hacer ostentación de sí mismo, siendo su protagonismo personal la auténtica razón que lo mueve y el nombre de Dios su utensilio para conseguirlo.
El necio ya lo es, aun antes de menospreciar el consejo. En cambio, el prudente llega a serlo porque primero ha aprendido a guardar la corrección.
La necedad de nuestra sociedad es incurable, porque aunque hay señales evidentes del desastre que se aproxima, ni siquiera así se humilla ante Dios.
Que no caigamos en la necedad de las avaricias insolidarias ni en las ansiosas inquietudes a la que nos lleva la acumulación.
Preciosa facultad es la prudencia, que preserva a sus poseedores de experimentar las duras consecuencias de andar descuidadamente.
No es su repetitivo acto lo que hace que el necio sea necio, sino que es su necedad lo que le arrastra a repetir el acto.
Teniendo en cuenta que los tiempos que vivimos son de necedad elevada a infinita potencia, ¿cómo saldremos airosos del desafío de responder, o no, al necio?
¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y mísero que yo?
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