El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Todos llevamos máscaras, bien para ocultarse o para mostrarse, fabricarse una identidad o combatir las pesadillas que te atormentan dentro del espejo de ti mismo.
Para Van Gogh, el cristianismo consiste en un amor que Cristo despierta en nosotros, pero que nosotros debemos lograr con todos nuestros esfuerzos.
Lo que hace del mundo de Gotham algo tan parecido al nuestro, es la realidad oscura de sombra y corrupción, que hace que nadie esté libre de pecado.
No somos salvos mirando a las estrellas, sino al Dios que se revela en Cristo Jesús.
Su exaltación de la nobleza, la integridad, la confianza y la fidelidad siguen hablando a un mundo desesperado.
Los cristianos no son personas mejores que los demás, ni más morales, o religiosas. Son seres rescatados por Dios, que nos arrebata del poder de la oscuridad.
La expresión de Keats que ha escogido Faithfull para hablar de la “capacidad negativa” recuerda al lenguaje del apóstol Pablo en Romanos 7, cuando reconoce que “no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere”.
Una de las grandes ironías de la vida, es que cuando el ser humano intenta ser algo más que un hombre, se vuelve menos humano.
La poderosa metáfora de esta isla sigue hablándonos de la realidad del corazón humano ante las preguntas últimas de nuestra existencia.
El discurso victimista ha hecho de Jones un monstruo, cuando fueron los miembros del Templo del Pueblo los que le convirtieron también en un dios.
En una democracia no se puede gobernar, independientemente de la opinión pública. La búsqueda de consenso y la práctica de persuasión tienen que ser una prioridad para los cristianos que quieran servir a esta sociedad.
En este país de fanáticos siempre me ha sorprendido su capacidad de ponerse en el lugar del otro. No es casualidad que este sea también el tema central de la Biblia, que él siempre lee en la versión Reina-Valera.
Se calcula que fue la mayor pérdida civil americana de vidas humanas por un acto deliberado, hasta los ataques del 11 de septiembre del 2001.
Según la Escritura, si tememos tanto al hombre, es porque tememos tan poco a Dios.
Los miembros del Templo de Pueblo debían haberse dado cuenta que Jones no era Dios, como decía.
Si hemos puesto nuestro corazón en el lugar y la persona equivocada, no habrá más que decepción y muerte.
Si he prolongado esta serie a pesar de no ser tan popular como otras, es porque creo que, si no entendemos la Historia, seguiremos cometiendo los mismos errores.
Es cierto que en este país hay mucha ignorancia religiosa sobre todo lo que no es católico y los periodistas están cada vez menos informados, pero tampoco podemos decir que se inventen las cosas.
La principal forma de atracción que tenía Jones –el énfasis en los milagros– se convierte en la razón por la que es denunciado por la prensa, hasta el punto de sentirse tan acosado, que se traslada finalmente a Guyana.
La astucia y sutileza de este dirigente sectario contrasta con la torpeza que la mayoría de los evangélicos siguen mostrando frente al poder establecido.
Jones había introducido cambios en su mensaje de amor. Ahora predicaba que el amor físico era tan bueno como el espiritual y animaba a sus fieles a desechar el egoísmo de una relación exclusivista.
Todos creemos distinguir bien a las personas, cuando se pone en evidencia su lado oscuro. Lo difícil es percibirlo en uno mismo, cuando nuestras motivaciones nos parecen tan dignas, como la conciencia por la justicia social de Jones.
Jones no podía dormir pensando cómo extender su visión, mientras luchaba contra su inseguridad, pero ¿qué papel jugaba la Biblia en todo ello?
Era un proyecto inacabado, lleno de las mejores intenciones, pero también de la torpeza y necedad que acompaña incluso los actos más desinteresados.
Es la tragedia del ser humano. Somos nuestros mayores enemigos. Nos bastamos para destruirnos a nosotros mismos y a los que más queremos.
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