El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Somos llamados a convertirnos en gente que tiene la vista puesta en la ciudad de Dios y en el mundo venidero.
Seamos valientes precursores a la vez que dignos embajadores del regreso en gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Una de las cosas más relevantes que un creyente tiene que aprender es saber distinguir entre cosas que tienen valor eterno y cosas que no lo tienen.
Todos tenemos planes para seguir viviendo muchos años más aquí en la tierra, pero los soberanos designios de Dios nos pueden tomar por sorpresa.
Pero vivo desterrada, lejos del hogar, de la casa, solo con la fuerza que me brinda una promesa mucho tiempo atrás profetizada.
Nunca está de más meditar en esta paráfrasis de uno de los capítulos más conocidos de la Biblia, 1 Corintios 13.
Solo Dios puede llenar nuestro corazón, y es quién conoce nuestra hambre, nuestro deseo de eternidad, nuestra necesidad de significado y cariño.
Lo que sí sabemos, es que será una eternidad junto al Dios más asombroso y maravilloso que nunca jamás hayamos conocido.
Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. (Juan 11:25)
El viaje de Don Quijote y Sancho hacia la aldea se inició y consumó en vida. Nuestro viaje hacia la eternidad, que se inicia en vida, tendrá su culminación después de la muerte.
Dios sigue trabajando dentro de cada uno de nosotros para que nos parezcamos cada vez más al diseño que Él había trazado en nuestro interior.
Quisiera despertar el limpio entendimiento de quienes nos confesamos hijos de Dios y amamos su venida.
Hablar de lo eterno sin hablar de Cristo solo puede generar cargas insoportables, piedras que nadie estaría dispuesto a mover. Necesitamos de la esperanza cristiana para afrontar algo así.
Lo que ha marcado la diferencia en mi actitud ante la vida es mi descubrimiento personal de Dios.
— ¿Tú estás tranquilo aquí, mientras sufren nuestros hermanos los condenados?
Elijo estar a los pies de mi bendito Salvador, escuchando las sabias y profundas palabras del Maestro de Galilea.
No fuimos creados para morir: llevamos grabado en nuestro corazón el anhelo de Eternidad. Un artículo de Elisabeth Padilla Casas.
Vida eterna, eternidad. Es injusto estar creciendo siempre. Nacemos, crecemos, envejecemos, morimos. ¿Y después qué? La Escritura inspirada afirma que Dios es eterno.
No ha llegado a entender el ateísmo que la eternidad no es espacio de tiempo, sino tiempo sin fin al otro lado de la cortina terrestre. Perpetuidad que tiene principio, pero que no tiene fin. Vida del alma más allá de la tumba.
La Biblia presenta a un único Dios, frente al politeísmo primitivo mesopotámico, y afirma que el mundo tuvo un principio, en contra de la idea de eternidad de la materia acuosa que tenía esta religión.
Esta gran confianza en las posibilidades de la ciencia no es exclusiva de los últimos tiempos sino que nació ya en los siglos XVI y XVII con la Revolución científica.
Hermano en la fe y gran amigo, él desarrollaba su ministerio en la Unión Nacional de Traductores Indígenas.
El concepto de eternidad es ajeno a nuestra propia naturaleza material finita, de ahí la dificultad de entenderlo completamente.
La palabra eternidad es la que nos va a ayudar a dar contexto al concepto de “un poco de tiempo”.
Quienes “mueren en el Señor”, cuando exhalen su último aliento aquí en la tierra, estarán insuflando en su plenitud la vida eterna.
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