El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Este hombre es, hoy día, el Hombre que el ser humano necesita.
Su concepción sobrenatural puso a Jesús en una clase única, porque es el único que ha existido como Dios y hombre a la vez.
La pregunta que se hacen estos días los gobernantes occidentales es qué va a ocurrir ahora en Cuba. Ha muerto Castro, pero continúa el castrismo.
Existen en nuestras vidas muchos “señores” que hemos de desterrar, porque impiden el señorío absoluto de Cristo sobre nosotros.
Si en los Evangelios le vemos actuando como hombre, también le vemos obrando como Dios.
A pesar de esta rabiosa actualidad de Cristo, el Maestro permanece realmente ignorado. Ocurre lo mismo que en los casos que nos relatan los Evangelios.
Los autores inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, reconocen a Dios como Creador y Sustentador del Universo.
El Dios universal, el Dios que nos cuida como un Padre tierno, no es un ser débil, antes al contrario, es poderoso, es todopoderoso.
La fe en un Dios universal, celestial, arrinconado en su trono de nubes, no es la fe que mueve montañas ni tampoco puede mover a los cristianos.
Ser predicador del Evangelio en un mundo tan materializado como el que estamos viviendo, supone una aventura espiritual.
El Credo Apostólico nos introduce a un tema que en nuestros días es de capital importancia: la doctrina de la Iglesia del Nuevo Testamento.
La presencia de Dios tiene un significado vital y dinámico que anula la angustia.
La persona que padece angustia vital se siente doblegada por el peso de la vida.
El enfermo de ansiedad suele refugiarse en los tratamientos médicos. En las pastillas que suministra la farmacia. Pero pocas veces acude con sus problemas a Dios.
Considerada como el azote del siglo XXI, se le ha llamado también “la enfermedad del siglo”; pero la depresión no es nueva.
Constituimos ya una sociedad de solitarios. No somos personas unidas a otras personas. Somos individuos a los que les ocurren cosas.
Hace años, muchos años, descubrí el secreto de la felicidad. No una felicidad duradera, igual de un momento a otro, no, pero sí una felicidad segura, no dependiente de los azares de la vida.
Enrolar a Dios en la guerra de Irak fue una mascarada religiosa. Un abuso contra la divinidad. Un atropello atómico a la Biblia.
Este viaje evangelístico fue bendecido por el Señor con 39 personas convertidas, entre México y Cuba.
Razón sobrada asiste a Don Quijote cuando dice que aunque los atributos de Dios son todos iguales, más resplandece y campea el de la misericordia que el de la justicia.
Aún queda mucho por explorar en el texto sagrado, muchos misterios que desentrañar y muchas bellezas por descubrir. Parecidas características se dan en el Quijote.
Los escritos bíblicos no callan los defectos de sus autores ni se pintan a sí mismos intachables, cuando hubieran podido hacerlo. Otro tanto ocurre en el Quijote.
Tanto la Biblia como el Quijote son libros que ejercen influencia universal.
Mientras el Quijote se limita a analizar nuestra condición humana, la Biblia, después de analizarla por el ojo escrutador de Dios, nos dice cuál es el remedio divino a todas nuestras calamidades.
Colombia es tierra de indiscutible belleza, uno de los países más biodiverso del mundo en relación con su tamaño.
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