El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Los siempre ocupados en comprar todo lo nuevo en oferta, dicen ‘no tengo tiempo’ cuando se les invita a reflexionar; y se asombran de los ‘desubicados’ que no hacen como ellos.
Cien años antes de la invención de los escáneres de resonancia magnética el fisiólogo ruso Iván Petróvich Pávlov (1) usaba la secreción de saliva del perro para estudiar el cerebro. Casi dos mil años después de la presencia terrenal del unigénito Hijo de Dios revelado en el Evangelio, entre los que se congregan en Su Nombre sigue habiendo los que tropiezan con costumbres y tradiciones humanas.
Siempre se recuerdan como mejores los tiempos pasados, lo sé, pero para cada uno de nosotros, además del nacimiento de Jesús, en estas fechas la niñez trae recuerdos diferentes.
Podemos relacionarnos con Dios tal y como somos, sin aspavientos superfluos que se desvanezcan al salir del templo.
La Biblia nos enseña que el mismo pueblo de Dios dejó de creer en Él.
Qué navidades aquellas, alabando a Dios, pensando en el pueblo, sus hermanos. Presagiando el banquete que no se acabaría nunca. La copa rebosando. El bien y la misericordia.
Lo que muchos creyentes en muchas iglesias realizan, aunque bíblico, está hecho por la inercia, por la costumbre, por la religiosidad, por compromiso.
Las costumbres no las determina el Estado, ni siquiera son obligatorias, pero las buenas costumbres son necesarias y determinan si un Estado es bueno o ruin.
En un artículo, el compositor de gospel se muestra crítico con “la apariencia de perfección y felicidad” de las iglesias que parecen un “club cristiano”.
Cuando la promiscuidad sexual es jaleada y difundida es señal de que la marea desbordante de lo vergonzoso ha alcanzado cotas alarmantes.
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