El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Todos pueden desistir de nosotros y abandonarnos, pero él nunca se da por vencido. Siempre nos espera.
Los hijos de hoy necesitan padres que no se comporten como todos lo hacen: que no busquen lo mejor para ellos mismos, sino que sean en primer lugar, padres que les amen.
Jesús, el buen pastor, vivió siempre al lado de los despreciados, de los que no tenían nada, de los que se sentían desamparados y traicionados.
Perdonar es intentar seguir el ejemplo del Señor, que siempre quiere restaurar a las personas y poner paz en las relaciones. Cuando perdonamos, nos parecemos a Él.
No importa cuál sea la situación, ni lo que hagan los que tienen el poder, siempre podemos confiar en Dios y abrazarnos a su amor.
La Biblia nos dice que el Señor lucha con nosotros esas batallas, así que lo mejor que podemos hacer es entregárselas a él.
Dado que el amor de Dios es absoluto, su “contrato” con nosotros no tiene letra pequeña que pueda darse a engaño.
A veces queremos hacer muchas cosas para el Señor, pero él no espera nada de eso en primer lugar; él nos quiere a nosotros.
La pasividad nunca es buena. Uno sólo puede mantenerse al margen de ciertas situaciones cuando decide hacerlo, pero no por dejarse llevar.
Jesús nos está anunciando que no todo ha terminado, que va a volver como Rey de reyes y Señor de señores.
Si no conocemos la verdad no podemos ser libres, porque viviremos siempre engañados.
Todo lo llevó consigo para que nosotros pudiéramos ser perdonados.
A veces, cuando pensamos en nuestra relación con Dios, llegamos a creer que Él se mueve bajo los mismos principios que rigen en nuestra sociedad, y no es así.
No estamos permanentemente soñando con una vida futura, sino que vivimos luchando y trabajando en el nombre de Dios para que este mundo sea mucho mejor.
Nosotros decidimos si vamos a estar toda la vida atrapados en el fango o si aprendemos a volar por encima de las circunstancias.
No pueden quitarnos nuestra relación con el Señor, ni nuestra salvación, pero sí amargarnos el ánimo e impedirnos disfrutar con él.
Todos tenemos la posibilidad de escoger como reaccionamos en cualquier situación: podemos permitir que el mal nos desborde y seguir viviendo en la amargura de no perdonar, o podemos liberar nuestra alma dominando el deseo de venganza.
Nuestro Padre celestial nos ayuda a vivir de una manera completamente diferente, porque nos asegura su presencia y su cariño en todo momento.
Hablar con Dios lo es todo, porque Él nos regala todas sus riquezas y bendiciones espirituales.
La Palabra de Dios solo puede ser usada por medio de su Espíritu para glorificarle a Él y no para nuestro provecho.
La fidelidad, la lealtad, la comprensión, la ayuda, la compañía, el cariño, la sinceridad, la ilusión, el buen humor, y muchas otras actitudes parecidas, son las que hacen la diferencia en nuestra vida.
Jesús entregó su vida en una cruz y resucitó para expresar la justicia y el amor de Dios por cada uno de nosotros.
El estado natural de un hijo de Dios es la despreocupación y la confianza en su Padre Celestial.
Sea cual sea la situación, Dios sabe qué hacer con ella y cómo cuidarnos.
Eso es lo que hace la religiosidad en nuestra vida: matar la relación con el Señor.
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