El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El respeto a la libertad de conciencia es una asignatura pendiente todavía en España; la jerarquía católica suspende en ella vez tras vez, no por falta de entendimiento sino de voluntad; la jerarquía civil también suspende, aunque por falta de resolución y valor.
Según la Biblia tenemos un problema que se llama pecado, no brote psicótico, desde el mismo comienzo de nuestra existencia y que se manifiesta de mil maneras distintas.
Las normas establecidas ponen en lo más alto del listón de deberes la devoción inquebrantable al núcleo familiar, en la que hay que velar, sobre todo, por su honor.
Si lo que estamos construyendo está basado solamente en números, no es difícil predecir lo que le pasará, sin necesidad de ser profeta.
El fracaso es el umbral de la victoria, la muerte la puerta de la vida y el patíbulo la antesala de la exaltación.
Al final el péndulo se ha ido al otro extremo, pues mientras antes, quisieras o no, solamente contaba la religión establecida, ahora es la religión secular lo único que cuenta.
La única manera fiable que tenemos de comprobar la autenticidad de cualquier mensaje es sometiéndolo a la prueba irrefutable de la Palabra.
Frente al legítimo deseo de saber, hay otro que es malsano y fuente de desorden y destrucción.
Si Cristo es primicias, significa que hay una garantía de que lo que ha ocurrido con él ocurrirá con los suyos.
Estamos asistiendo en España a un intento, por parte de algunos, de derribar el prestigio que tiene lo que sucedió tras la muerte de Franco.
Dios intervendrá indefectiblemente ante la continuada violación de las normas morales más elementales. Y hasta puede usar los medios más abominables para hacerlo, aunque nosotros no podamos entenderlo.
Resulta admirable que la agitada ola de la incredulidad reciba una contestación adecuada simultánea en la inquebrantable solidez de la creencia cristiana.
El papa Francisco, con su golpe de timón, pone en entredicho la afirmación de que la Iglesia siempre ha enseñado lo mismo en temas morales.
Maquiavelo es el maestro de tantos y tantos políticos, de ayer y de hoy, que han hecho de la obtención de resultados su divisa, relativizando los medios para lograrlos.
Este mundo es un gran mercado en el que todo es factible de comprarse y venderse, incluso los seguidores en Twitter o los fans en Facebook.
El islam no es, por definición, una religión tolerante, a no ser cuando le conviene serlo, ya que su meta consiste en imponer la uniformidad religiosa allí donde llega siempre que puede.
Un anuncio en estas Navidades transmite la exaltación del yo, entronizado, convertido en eje alrededor del cual todo gira.
No hay duda que Hamás postula la destrucción del Estado de Israel, sea al precio que sea, incluido el del terrorismo, aunque obviamente ellos no lo denominen así.
Promiscuidad es el término que de un tiempo a esta parte se ha introducido en el lenguaje cotidiano para definir cierto comportamiento.
Lo políticamente correcto está por encima de las opiniones partidistas ideológicas y consiste en ciertas señas de identidad que una sociedad asumie como propias.
Nunca puede ser un auténtico "mártir" el que se destruye para destruir, ni siquiera en el hipotético caso de que lo haga por una causa justa.
Cuando la promiscuidad sexual es jaleada y difundida es señal de que la marea desbordante de lo vergonzoso ha alcanzado cotas alarmantes.
Las reglas son el precepto regulador superior que arbitra y establece, por encima del capricho de cada cual, el proceso a seguir. Pero algunos quieren imponer otras reglas distintas a las que hay.
La solución para los males de España que está en boca de muchos es regeneración: una gran palabra que tiene resonancias trascendentes.
Se anuncia un futuro, no demasiado lejano, en el que la sospecha y finalmente la acusación de ilegalidad recaerá sobre todo aquel que no concuerde con el pensamiento hegemónico.
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