El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Mi único propósito es remontar las corrientes y volver al lugar del que provengo, quiero llegar allí con la satisfacción del deber cumplido.
Hoy es primer día del resto de tu vida, disfrútalo, vívelo.
Madre e hijo, juntos y solos. Lejos de todo lo que podía dañarlos, cerca el uno del otro alimentado el amor que los unía.
Dios no desea que vivamos vidas ajenas, por ello nos regaló una propia para que la vivamos plenamente.
He comprendido que lo más importante es que mi mano no se separe nunca de Dios. Que siempre conduzca mis pasos unida a él.
Quiero aprender a esperar sin miedo a lo que ha de venir. Poner mi mirada en lo alto y dejar de ver lo que pisan mis pies.
Ser imitador de Cristo es el mejor de todos los títulos que uno puede tener.
Allí, en lo más profundo del mar, Dios ha mandado sepultar todos nuestros pecados. Están ahí, ocultos en los abismos marinos, cubiertos por un insondable manto de agua.
Hoy regalo mis torpes frases a quienes las merecen. A seres plagados de amor que hacen que la travesía de quienes circundamos sus vidas sea mucho más agradable.
Confío en ti. Tú llevas el control de todo este desvarío.
Algún día comprenderemos el sentido de todo este desajuste, seremos conscientes de que la mano de Dios siempre ha estado ahí, cerca, muy cerca.
Cuando no perdonamos, tejemos una red de amargura en torno a nuestras vidas.
Estamos llamados a arropar, a proveer, a llevar allí donde no hay.
Acuna en tu interior aquellas virtudes que deseas ver crecer y riégalas con el agua de tu constancia.
Pon flores en tu vida, hacen que tu casa-corazón luzca más hermosa.
El silencio nos aporta la claridad que necesitamos para poder ver las situaciones de forma distinta.
Démosle su merecido a Goliat, a ese corpulento adversario que está restringiendo la libertad.
La vida pasa demasiado deprisa, a menudo no somos conscientes de su velocidad. Hoy somos y mañana dejamos de ser.
Cuando estamos desnudos peligramos ante las inclemencias de fuera. Somos frágiles criaturas expuestas a un mundo demasiado hostil.
Cuando estoy cerca de Dios, emito mi ruego con la voz del alma y espero que este clamor llegue vivo a sus oídos divinos.
Quiero disfrutar de cada tramo y vivir la vida con la intensidad que cada momento reclama.
Hoy como ayer exhalo el perfume que desprendes y cerrando los ojos sigo creyendo en la palabra amistad.
Un confuso y sucio joven vio reflejado en los ojos del padre un amor que jamás había sentido.
Anhelo encontrar en la tersura de tus manos las caricias que han de mermar mi inquietud, el bálsamo preciso para paliar mi dolor.
Él nos asiste con ternura y ante nuestras continuas caídas espolvorea de su misericordia proporcionándonos la calma que precisamos.
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