El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Con matices, pero por todas partes crece la cultura de la banalización, el afán de trivializar todo, la disposición a consumir/difundir charlatanerías que compiten por likes.
El drama estático que a veces parece esta vida, no es que simplemente se haga más llevadero, sino que cada lágrima se acaba convirtiendo también en una expresión particular de la alabanza.
Inexorablemente, siempre saldrá a la luz lo que somos y llevamos por dentro.
Finalmente, la torpe risa del necio y la cauta circunspección del inteligente, tendrán cada una su justa remuneración.
Es evidente que estamos en caída libre. Es como si se nos quisiera destruir y hacer desaparecer. Pues bien, para estos insoportables, como el endemoniado, ha venido Jesús.
Los bellos ocelos policromos de la cola del pavo real simbolizaban, para los antiguos, el ojo de Dios que todo lo ve.
Nos convencemos de que somos poderosos, pero la vida da un giro inesperado que nos trastoca y desordena.
Cometemos un craso error cuando en nuestro deseo de combatir la falta de conocimiento bíblico, convertimos el conocimiento en un fin y no en un medio.
El llamado a vivir la vida cristiana es un llamado contracultural en términos de la agenda y las prioridades que el mundo enfatiza.
La Biblia dice que el cuerpo de los creyentes es templo del Espíritu Santo.
Este libro nos hace reflexionar sobre el vacío de una vida sin Dios.
La vanidad del ser humano es una especie de religión con muchos fieles. Incluso entre nosotros, los que profesamos la fe cristiana.
Hagamos lo que hagamos en la vida y ¡sí!, en algunas profesiones más que en otras, el tema del orgullo se muestra demasiado patente.
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