El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
En la predicación se anuncia el Evangelio, y el Evangelio siempre salva. No es una palabra vana.
Esa nueva ley es la obediencia evangélica, la fe, y el arrepentimiento, obras ambas en manos del pecador, que le han sido ofrecidas por la gracia como único medio de salvación.
Se trata, pues, de que el ministro, el predicador, conozca lo que sucedió en la cruz, y de eso depende luego cómo la predique.
Cuando con el calificativo citado se descalifica, lo que ocurre es que se pierde la ocasión de estudiar un contexto que tiene muchos puntos valiosos para nuestro propio tiempo.
Todo en la mano de Dios, y de su voluntad. Eso es Jeremías, con sus lamentos, y eso es el Nuevo Testamento, con su carta especial a los Romanos.
Hasta la muerte, no es sólo un lema, es la vida. Somos unos privilegiados. Con pensión o sin ella, siempre saciados de grosura, siempre con mesa abundante.
Resulta paradójico el hecho de que fue precisamente el carácter ‘apolítico’ de la Reforma aquello que permitió su enorme efectividad política.
En el Nuevo Testamento, yo al menos así lo veo, hay una indiferencia política. Pero se requiere gran diligencia y vigilancia sobre las doctrinas que dañan.
Con la Escritura tenemos el deber de cerrar la boca de esas enseñanzas vanas y sin provecho.
Con nuestro buen flamenco Aventroot no solo leemos ese documento confesional fundamental en las iglesias reformadas, sino también aspectos de la situación en que se encuentra la Reforma en ese tiempo y territorio.
Reiterar la importancia de esos momentos donde la Reforma se reafirma, o se desmorona, es de gran utilidad.
El partido remonstrante no toleraba el modelo de confesionalización que se habían dado en los estados de las Provincias.
Sin caer en vanas palabrerías, en discusiones sin terminación, es lo cierto que aquí se dirimen asuntos como los que hemos tratado en conversaciones anteriores, especialmente sobre la capacidad de la razón respecto a las cosas del Espíritu.
La idea de una España unida, imperial y gloriosa es, para algunos, tema religioso.
Que esa “paganización del cristianismo” mata cada día a Cristo es lo que nos atañe, no solo en el XVI, también en nuestro tiempo.
Lutero no puede aceptar la pretensión de Aristóteles de que exista una dimensión teórica puramente contemplativa, por la cual la razón humana ve desinteresadamente el bien y nos orienta a él.
Por ese cristocentrismo Lutero conquistó algo que en ningún momento la cristiandad anterior había tenido: reconciliarse con la potencia del humanismo.
Más que un revolucionario religioso, Lutero de hecho provocó una revolución mental que se volcó en la religión porque era la única manera que tenía un teólogo y un monje de luchar contra sí mismo.
La Palabra, la Escritura, según la misma Escritura, y que la Reforma expuso, siempre es fresca, nueva. Brota a cada instante.
Los inicios de la Reforma son un ejemplo del poder de Dios en medio de un espacio de lo más adverso.
Calvino aborrecía a Servet con inquina radical y Servet tenía el mismo sentimiento contra Calvino.
Habrá momentos en que sea mejor aplastar con el silencio, que elevar la necedad a categoría de argumento; pero en otros, será necesario dejar al descubierto la necedad discurriendo sobre ella.
El gran momento de la Reforma puso en el centro a Dios en su condición de Señor del tiempo y las circunstancias. Ni Lutero, ni nadie en esos momentos, previó o actuó para producir lo que luego vino.
Siempre con excepciones de personas, grupos, o incluso el momento de la Segunda República, el Estado no puede, ni quiere, salirse de la tutela de Roma.
La iglesia, jerárquica y sacramental es medio necesario. Esto derribó la Reforma. Por eso trajo la libertad, y la fiesta de confiar sólo en Dios.
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