El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Esta clase de cristianismo, que con una mano parece tocar las estrellas de Dios mientras que con la otra clava la espada en el cuerpo del supuesto hereje, no puede producir más que fanatismo e ignorancia.
Vivimos encadenados a nuestra libertad; solitarios en un universo repleto de vida; nos ahogamos en las ciudades y nos aburrimos en los campos; llevamos dentro de nosotros mismos el hastío, el desinterés por cuanto nos rodea.
Tanto en este como en otros de sus libros Pedro Puigvert se revela como un maestro de la exégesis bíblica.
Misterio es todo aquello que no podemos comprender ni explicar. Aquí encaja la Trinidad.
Los denominados dioses que tienen a Dios sobre ellos no pueden ser dioses ellos mismos. Es decir, Dios no tiene similar.
En algunas ocasiones he escrito que Alencart es poeta internacional, pero me está pareciendo universal. Creo que el protestantismo español no ha despertado aún a esta evidencia.
La expresión con sanas palabras indica la calidad que tienen, porque lo sano es lo contrario de lo enfermo o infectado, cualidad que es vital para que la enseñanza sea saludable.
El creyente en Cristo anhela la segunda venida del Señor, explicada por Pablo pero aún no realizada y gime con el último versículo del Cantar: “Apresúrate, amado mío”.
Fernandes clama desde sus páginas por aquellas mujeres que en algunos casos “poca o ninguna repercusión tuvieron en la época que les tocó vivir”.
Es inglés, de Inglaterra, nacido en el condado de Lancashire. Sin embargo escribe en puro lenguaje de Castilla con una prosa natural y rítmica que, diría el francés Gaumont, como un movimiento respiratorio.
Surge eso que llaman cargo de conciencia. ¿Quién va a trabajar en las Iglesias de Santa Cruz y la Orotava? Todo estaba previsto desde las alturas.
La poesía de Alencart es una llama que Dios ha puesto en su alma, creo yo, desde la hora de su nacimiento.
Freud aprendió más de los grandes maestros de la literatura universal que de los grandes psicólogos. Entre estos maestros no pudo faltar Cervantes.
La conversión de Graham Greene al catolicismo no fue vital, sino intelectual. No le atrajo la romanidad de la Iglesia católica. Por eso ha sido tantas veces puesta en duda la auténtica conversión de Greene.
Unos presentan a Diderot como un charlatán deslumbrante, obsesionado con demoler la religión. Otros descubren al pensador profundo, en cuya cabeza, como decía Saint-Beuve, entran Goethe, Kant y Schiller a la vez.
El tema de la novela, creer o no creer, creer creyendo que sólo se cree por la obligación profesional de creer, acerca al lector al planteamiento último del tema unamuniano: la fe en Dios en esta vida y la fe en otra vida después de la muerte.
Ni Azaña era ateo ni defendía la causa del ateísmo. Pero creía que había llegado el momento de acabar con la dependencia del Vaticano.
Cuando Azaña emprendió la reforma de todas las estructuras estatales, abordando como cuestión capital la separación total de la Iglesia y el Estado, estaba firmando su sentencia de muerte política.
Concluiremos que la permanencia de Sartre en el ateísmo ideológico no fue, precisamente, por falta de oportunidades para conocer al Dios de la Biblia ni por carencia de testimonios personales.
O sea, que Dios se nos hace patente en la religación, ¿no? Pues es todo cuanto queremos. Vivir para siempre aquí, ahora y hasta la hora de nuestra muerte, amén. Para siempre, ligados y religados a Dios. Y que nada ni nadie pueda desligarnos ni desreligarnos.
Lo espiritual está presente en todas sus obras. Y no es una presencia circunstancial, sino intencionada, meditada, creada aposta. Dios no es en él un recurso teatral, como en otros autores; es una realidad viviente.
El escritor ruso vivió amando la verdad y murió con ella en los labios. Esto ya es mucho para un hombre. Lo demás corresponde al juez justo.
Camus desentierra el eterno tema del sufrimiento de los sin culpa. Es la punta más aguda del problema del mal. Pero el escritor sabe también que sólo el Cristianismo de Cristo ha dado una respuesta a la pregunta de por qué sufren los inocentes.
Tagore sufre la aparente ausencia de Dios, quien parece jugar caprichosamente al escondite con el hombre que le busca y le llama. Pero Dios no desaparece.
Hay que matar la duda. Estrangular las vacilaciones y las incertidumbres que impiden una fe genuina, total, que nos hace desconfiar cien veces y confiar una sola.
Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.