El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Para conseguir un sueño necesitamos creer en que podemos hacerlo, pero necesitamos también rodearnos de personas que lo crean como nosotros.
Hay una lucha en la vida cristiana entre Cristo y el mal, y en cierta manera, cada uno de nosotros somos el “trofeo”.
Hoy se defiende que las pequeñas mentiras no le hacen daño a nadie. Pero eso no es cierto porque al final todos engañan a todos.
Que nuestra vida sea un baluarte de la verdad para competir de acuerdo a las reglas y el honor, buscando siempre lo mejor para todos.
Siempre hay un momento en el que la responsabilidad de la otra persona no puede ser cargada sobre nuestro corazón. Hubo uno que si llevó la carga del mundo sobre sus hombros.
Es uno de los mensajes más repetidos a lo largo de la Biblia: si amamos a Dios, lo demostramos amando a nuestro prójimo.
Las redes sociales viven de lo inmediato: Te sientes bien en un momento, pero nada de todo eso permanece.
Para eso somos jóvenes, para disfrutar de todo lo que Dios nos regala.
Cuando nuestro corazón se siente amado y comprendido en medio de la rutina de la vida, todo parece ir bien.
Nadie puede hacer nada para ganar su propia vida o la vida de alguien a quien ama.
Lo primero que hace el Espíritu de Dios al llenar nuestra vida es irradiar amor. Hacia dentro de nosotros y de nosotros a los demás.
Nadie contrata obreros enfermos. A nadie se le ocurre incorporar a su equipo a personas aparentemente inútiles. ¿A nadie?
El poder no tiene ningún sentido cuando estás destruyéndote a ti mismo.
En nuestro mundo la razón se establece por el número de personas que se adhieren a una idea, sea justa o no.
El Salvador crucificado parecía representar para muchos la derrota más humillante, pero significó para la humanidad una victoria eterna.
Dios nos dejó infinitas maneras de divertirnos y sentirnos aceptados sin tener que caer en la destrucción.
Mucho se ha escrito sobre el poder de las palabras, no sólo de lo que decimos sino también sobre cómo lo decimos.
Las bendiciones dan vida, las maldiciones la quitan.
¿Qué pasaría si todos nos diéramos cuenta de que lo más importante en la vida es ser nosotros mismos, y no tanto llegar a ser el número uno en algo?
La Biblia nos enseña que el mismo pueblo de Dios dejó de creer en Él.
Echamos la culpa a la “sociedad” de muchas cosas, sin pararnos a pensar ni un solo momento en que somos nosotros los que vivimos en ella.
Tomás sabía que Jesús era Dios, y así se lo dijo delante de todos ¡Lo sabía, pero las dudas estaban a punto de hacerle caer!
El maligno busca hacer que todo sean altibajos sin sentido y que dudemos de nosotros mismos.
Lo que es importante en la vida es aquello que nos abre las puertas de la eternidad.
Cuando sabemos que algo no está bien, nos escondemos.
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