El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Jesús nos ha llamado por nuestro nombre, sabe nuestra vida y nuestros retos, no le ha importado que seamos de la minoría y ha pasado por encima de nuestros pecados, solo nombrándolos para que nosotros mismos nos demos cuenta que son el claro síntoma de nuestra sed.
En las aulas complutenses comenzarían a surgir diferentes sensibilidades, que en su nacimiento estuvieron entrelazadas unas con otras y daban más de un quebradero de cabeza a la Inquisición.
La consecuencia evidente es que no a todos los procesados por la Inquisición por luteranismo podremos llamarles protestantes.
Nuestros protestantes, eran nuestros protestantes, y creían en doctrinas bíblicas, certeras y sanas como la Palabra en la que se basan.
Se equivocan los que muestran orgullosos en mítines diferentes estampitas marianas, los que encomiendan su suerte política públicamente a una talla de madera o incluso condecoran militarmente a vírgenes. Se equivocan también los que imponen un laicismo excluyente y agresivo como única opción.
La cruz, como auténtico y efectivo símbolo de esperanza, está ahí, esperándonos siempre.
El Auto de Fe era aquél acto público mediante el cual la Inquisición procedía de una forma solemne a la declaración de culpabilidad de los herejes.
Al igual que el sistema penal actual, las penas eran divididas en dos grandes bloques: principales y accesorias. Sin embargo, y a diferencia de éste, no existían motivos tasados ni métodos minuciosos de cálculo de penas.
Como en el paso previo a la audiencia de tormento, cada uno de los miembros procedía a expresar la motivación de su voto.
No era este un motivo humanitario, sino el de mantener la Inquisición el negro orgullo de no derramar una gota de sangre con sus manos.
Era el propio acusado quien desde su celda debía presentar esta defensa, cosa harto difícil en el caso de personas incultas o analfabetas.
Se acusaba al reo de ser un gran hereje luterano, incurso en motivo de excomunión mayor, más todas las penas legalmente previstas para sus delitos.
Pocos asuntos suscitan tanto interés, cuando no morbo, como las cárceles inquisitoriales o las torturas que en ellas se sufrían.
España no es un país laicista, es decir, aquel que saca fuera de la esfera y protección pública al fenómeno religioso equiparándolo a un movimiento ciudadano más, sino que lo ampara y se obliga constitucionalmente a cooperar con él.
La denuncia era un mecanismo similar al sistema procesal actual. Pero el resto del proceso, aunque con visos de legalidad, posee cualidades arbitrarias y subjetivas.
Este sistema hacía de toda persona un agente inquisitorial, dispuesto a denunciar a todo vecino, familiar o amigo por el más mínimo acto sospechoso. A su vez, infundía un tremendo temor a que cualquier palabra o acto propio sospechoso, pudiera acabar con el sometimiento a un terrible proceso inquisitorial.
En el XVI se impedía obtener cualquier grado académico a todo hijo o nieto de condenado por la Inquisición.
Continuando con la serie de artículos, hoy me acercaré a la reconfiguración sufrida por aquella Antigua Inquisición. Es la que denominaré Nueva Inquisición.
Cuando en España se habla de Inquisición, inevitablemente se nos retrotrae a la maquinaria de control social creada ad hoc por los Reyes Católicos.
Hay dos periodos diferenciados en cuanto a la Inquisición Española: el primero comportaría desde sus comienzos hasta la gran remodelación sufrida en tiempos de los Reyes Católicos.
La cristiandad nombra a Cristo pero no le conoce. Cree en el proselitismo forzado, en la supremacía social. Descansa en sus fuerzas y no en Cristo.
"Trató de buscar las raíces de su fe en sus semejantes, en su pueblo, en su tierra. ¡No podía estar sólo! Y las encontré, vaya si las encontré: cinco siglos atrás", explica Juan Ramón Méndez Martos, que hoy estrena la serie 'España protestante' en nuestro magazin.
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