El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
¿Es demasiado pedir en tiempos convulsos como los que vivimos que, al menos, haya cierto juego limpio y valores deportivos, no solo en la pista, sino en la cancha de la vida?
Medimos nuestras fuerzas de forma imprecisa, incorrecta y profundamente arriesgada. Lo hacemos, además, de forma frecuente, sistematizada.
Cuando las pequeñas cosas marcan tanto, cuando lo minúsculo repercute y se amplifica de forma titánica, la descompensación es tan enorme entre lo uno y lo otro que verdaderamente aturde.
Igual resulta que nada de esto puede salir bien cuando, en vez de cooperar, a lo que nos dedicamos es a usarnos unos a otros para conseguir cada cual lo que queremos.
Esto sí parece realmente una pandemia, más allá de la sanitaria a la que nos enfrentamos. Atañe directamente a nuestra falta de sabiduría y discernimiento, a la falta de afecto natural por el prójimo e, incluso, por nosotros mismos.
A lo que ya esperábamos, hemos de añadirle el “entretenimiento extra” de tener que hacer lo mismo, solo que mucho más complicado por nuestra mala cabeza.
La psicóloga Lidia Martín publica un libro escrito durante los meses de confinamiento.
Como sociedad somos egoístas porque como individuos lo somos. Ahí está la base de todo: en el corazón humano.
El virus que tocó nuestro corazón hace siglos ya lo dejó tocado y hundido de manera irreversible, de no ser por la obra de Jesús.
Se está perdiendo de vista lo que hace tanto hemos decidido ignorar: el corazón humano, que nos lleva de vuelta al Edén.
No se trata de estar en un pánico constante, ni en una sobrevigilancia obsesiva, pero sí de estar atentos, velar y seguir teniendo presente lo frágiles que somos.
Traigo delante de ti cuatro conceptos, precisamente para ayudarnos a hacer balance en este momento del año.
Porque sé y me recuerdo que Dios es amor y lo muestra hacia mí y hacia el mundo al que quiere reconciliar consigo, es que confío en lo que aún no puedo ver y tengo la certeza de que veremos bendición en medio de todo esto.
La nueva normalidad nos va a obligar a tomar decisiones y como cristiana sé que mi decisión compromete mi fe frente al mundo.
Hoy se habla de inteligencias múltiples, de habilidades sociales, de cuánto éxito se alcanza... pero la sabiduría ha quedado desterrada.
Lo fácil era salir al balcón a aplaudir. Eso no cuesta nada. Lo difícil es ser personas responsables y consecuentes.
Demasiados confunden a Dios con la religión que les han contado e intuyo que, ante una situación lo suficientemente compleja, algunos reaccionarían y se plantearían buscar a ese Dios del que se habla, en vez de esperar y ya está.
Para acercarse a Dios ha de creerse que Él existe, y la fe tiene que ver muchas veces con ese primer paso de aproximación a la realidad que se está buscando.
Mucha gente que nunca se planteó que hubiera un Dios siquiera, no solo lo valoran porque sienten alguna necesidad en medio del caos, sino que por primera vez están alzando su vista al cielo.
El trabajo editado por el Grupo de Psicólogos Evangélicos se ha extendido en estas semanas. Tras la versión en inglés, se preparan traducciones al ruso, eslovaco y otros idiomas.
Debemos concretar si poder hacer ciertos movimientos porque se nos da permiso desde la ley y es lo más conveniente y se están presentando como nunca antes en esta pandemia los picos de ansiedad.
En el cumplimiento de su voluntad moral en toda esta crisis, en la búsqueda de Él y sus principios, podremos hallar gozo y paz sobrenaturales.
Empezamos a ser conscientes de algunos elementos de luz que reconocemos como buenos y que producen en nosotros los mejores afectos.
Todos nuestros esfuerzos van orientados a la preservación de lo que se tiene, aunque sea mediocre en comparación con lo que podría ser.
Cuando decidimos como seres creados que no nos interesaba encajar al Creador en nuestros planes, establecimos que caminaríamos solos.
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