El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
En este nuevo panorama ecologista, de conferencias globales e infinidad de organizaciones, la carga política parece haber ocupado el lugar de la reflexión y el pensamiento. Solo se ven enemigos por doquier.
Sea como sea, siempre encontramos la manera de descargar en los demás la responsabilidad de nuestros errores y la causa de nuestras situaciones. La Biblia, en cambio, nos habla de alguien que nos acoge.
Si contásemos la vida como una inversión, es legítimo preguntarnos qué valores nos acaparan. Pero, al final, es una cuestión que tiene que ver con nuestros deseos y su carácter.
Algunas reflexiones personales sobre esa relación tan peculiar, como la que une a hijos y padres, a raíz de algunas referencias a ello en la gran pantalla.
El futuro, y en concreto el fin, es para muchos cuestión de especulación e imaginación, hasta el punto que uno se pregunta qué lugar queda para el amor y la gracia en esos escenarios tan extremos.
Como en el principio del texto bíblico, en el audiovisual se repiten las historias de una pareja en el ámbito rural que sucumbe ante algún tipo de mal. Sin embargo, los enfoques son distintos.
No hay nada más alejado del concepto de amor divino que el tiempo. Éste, nos dice la Escritura, no puede verse sometido al paso de la historia, básicamente porque ya era antes del principio.
Muchos reflexionan y debaten ahora sobre el problema de la vivienda y se siguen sorprendiendo que haya quienes solo piensan en el beneficio ante cuestiones tan básicas. Pero esto refleja lo más esencial de nuestra naturaleza como humanos.
“Las acciones adecuadas hechas por la razón errónea” no sirven de nada, decía C. S. Lewis. Aunque, en realidad, siempre tratamos de justificarnos con lo que hacemos.
Las consecuencias de una voluntad y deseos desviados no son ambiguas ni cómicas, sino que reflejen las profundidades del ser humano y su principal problema.
La definición de lo que es justo y lo que no siempre ha preocupado al ser humano. Otra cosa es su capacidad por llevar a cabo la justicia que verdaderamente necesita.
Cada vez nos sorprende más el hecho de pasar toda la vida junto a la misma persona cuando se habla del matrimonio. La sorpresa, sin embargo, no puede ocultar nuestros anhelos.
Como para el ficticio magnate de la comunicación, la muerte sigue representando para muchos nada más que una sospecha imposible.
Tan poco apercibidos sobre lo que somos en esencia, sigue inquietándonos la expresión más básica de nuestra humanidad.
Somos, como seres humanos, una constante contradicción, y vivimos anclados en ella. Solo en Cristo se encarna la perfecta humanidad, y aspirar a reproducirla produce verdaderos monstruos.
Las grandes guerras, los conflictos internacionales, la sensación homogénea del mal extendido por todo el planeta, en realidad comienza en lo cercano de un pequeño pueblo y en lo íntimo de nuestros corazones.
Nos afanamos por vivir en plenitud una vida que, carente de perspectiva eterna, solo acaba siendo un puñado de emociones transitorias. Excluir a Dios de la totalidad de lo que vivimos nos reduce a un deísmo impertinente y descorazonador.
Debemos aprender a valorar esas formas de expresar el evangelio que, sin comprometer la verdad esencial acerca de Cristo, pueden no corresponderse con nuestro estilo. El gusto no es suficiente para cuestionar la sinceridad.
La historia de Joaquín Rehués, un cristiano de largos años que asegura haber descubierto la fórmula matemática en números decimales mientras estaba en una institución mental, es un ejemplo de una perseverancia inusitada para muchos. “Dios es Señor de la ciencia suprema”, dice.
El hecho de que un fenómeno evangelístico adquiera una capacidad de influencia internacional, no debe suponer que renunciemos a la reflexión crítica, sin perder de vista el amor que nos une por el mismo mensaje.
Una reflexión previa a la paternidad, en un año en el que la realidad del contraste entre la vida y la muerte ha sido especialmente notoria.
El anhelo de la inmortalidad ha revestido la visión de la existencia en cada civilización. Vivimos constantemente preguntándonos por esta vida y buscando extravagantes formas de conservarla.
Las cosas que edificamos sobre anhelos egoístas y con una conciencia carente de sentido, con el tiempo se vuelven banales y molestas. Nos incomodan hasta que desaparecen.
Personajes como él nos sitúan ante una confusión de proporciones cósmicas, que muchas veces nos aterra afrontar y tratamos de resolverla con simpleza.
Cuando pensamos en la condición del ser humano, lo fácil es imaginar siempre escenarios de poder, de avaricia, de lujuria o desenfreno. Lo difícil es reconocerlo en lo más sutil y cotidiano.
Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.