El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Se acabó aquella amenaza que comenzó hace 33 años en Belén.
Dios, en la persona de Jesús, sitúa su gloria abajo, cerca y dentro, construyendo un hogar entre nosotros.
Jesús de Nazaret no vivió un simulacro de humanidad.
La distinción entre Creador y criatura es decisiva para no caer en la trampa de elevar la iglesia a un cuerpo cuasi divino.
¿Por qué nos cuesta tanto perdonar?
¿No somos todos un poco como Felipe y Andrés, según se nos presentan las circunstancias? Vemos la realidad que nos nubla, no el prodigio que puede suceder.
Jesús no es una construcción ideológica de la iglesia.
Cada generación tiene la responsabilidad intransferible de distinguir y discernir, por sí misma, la diferencia entre Tradición y Palabra.
Amamos la comodidad dentro de las cuatro paredes de nuestra iglesia mientras que, insolidariamente, damos la espalda al grito y al gemido de los pobres y excluidos de la tierra.
Percibo un claro sentido de urgencia de parte del cielo para la inminente venida del Señor.
Hemos convertido la existencia en una permanente insatisfacción, buscando lo que creemos que nos falta siempre en lugares equivocados.
La parábola rompe los esquemas de la realidad cotidiana forjada a base de valores radicalmente opuestos a los de Dios.
¿Será que en la “pecera digital” en la que se ha convertido este mundo, podemos encontrarnos mucho más desorientados y perdidos de lo que pensamos?
Lo que ha marcado la diferencia en mi actitud ante la vida es mi descubrimiento personal de Dios. Sí, me estoy refiriendo a ese buen Dios que creó los cielos y la tierra y a todos los seres que gozan de vida orgánica.
Jesús es bueno, cumple con su misión. Se entrega generosamente por los suyos. No es un pastor asalariado que trabaja para el dueño del rebaño. No abusa. Sí reparte ternura y amor, conoce a cada oveja en lo más íntimo.
Jesús aconseja hacerse tesoros en el cielo, pues allí ni la polilla ni el orín pueden destruirlos.
Hemos de acabar cuanto antes con la duda bloqueante, este asesino invisible de nuestra fe.
Sobre el gesto de los hombres que matan a Jesús se eleva la acción final y decisiva de un Dios que resucita.
El Cristo solo, abandonado, despreciado y angustiado es, en un sentido muy real, la prueba de la solidaridad de Dios en el sufrimiento.
Las principales evidencias bíblicas de la resurrección de Jesús demuestran la falsedad de todas las teorías naturalistas inventadas por los escépticos a lo largo de la historia.
Joaquín quiere dar a conocer su saber, y no pierde ocasión para atribuirlo a la Gracia de su Señor.
Todos precisamos del Señor, no con supercherías o como si fuese un talismán de la buena suerte, sino con verdadera fe en su persona.
Todo reside en el hecho de un Dios crucificado, que Aquel que recibió el castigo reservado para los peores criminales, la crucifixión, sea Dios mismo.
Es imposible demostrar la ascensión de Cristo arqueológicamente, y los lugares que se han presentado se basan más en la tradición cristiana, pero como cristianos, por fe tenemos la promesa de que Jesucristo volverá un día.
El seguimiento de Jesús supone enfrentar peligros y amenazas desconcertantes pero, a la vez, se nos invita a desterrar el miedo paralizante.
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