El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La sabiduría de Rahab proclama una fe que además de creer en lo no visto, espera que acontezca lo inimaginable.
La vida cotidiana de esta joven era hacer cosas comunes, cosas simples pero de mucho valor ante los ojos de Dios.
¿Cómo pueden las agencias misioneras y las iglesias locales responder al riesgo?
No se puede ser ciego para el hombre y creer que estamos solamente contemplando la gloria de Dios.
¿Soy realmente el reflejo de Dios o simplemente un insinuante brillo que se camufla entre los fuegos de artificio de este mundo?
Hoy vivimos un cristianismo que se esconde en el lujo y la apariencia porque sólo busca el éxito y la grandeza.
El panorama podría ser un poco desolador, triste, injusto y con sensaciones de abandono y exclusión de muchos. Quizás por eso es bueno pensar en el tiempo prenavideño, tiempo que puede cambiar nuestras sensaciones, nuestras sensibilidades, nuestras solidaridades.
Tenemos el testimonio, por la Palabra y por la experiencia, que el Espíritu Santo acciona de manera especial en el llamado al arrepentimiento.
Invocamos al Dios crucificado sabiendo que, a su vez, es el Dios Omnipotente que, sin lugar a dudas es también bondad.
Cuando vivimos en la gracia de Dios, aprendemos a dar, a compartir, a pensar en los demás; de esa manera llegamos a parecernos a nuestro Padre.
Aterra pensar en lo que la humanidad se ha convertido olvidando las directrices del Creador, y en lo injusto y atroz de sus repartos.
Necesitamos entregar en las manos del Padre no solo todo lo que nos preocupa, o lo que no podemos solucionar, sino nuestra vida por entero.
Necesitamos estar más que dispuestos a obedecer a Dios, hacer lo que Él quiere, ir a donde Él quiera enviarnos, hacerlo a Su modo y en Su tiempo.
Yo quiero al Jesús de Nazaret, el galileo, el que pedía que dejaran que los niños se acercaran a Él, el que comía con publicanos, el que habló con la mujer samaritana.
Como buenos administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno de vosotros sirva a los demás según el don que haya recibido. 1 Pedro, 4,10
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