El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La práctica del ritual nos puede convertir en cumplidores religiosos, pero el encuentro con Dios, auténtico objeto de la fe, es el que va a cambiar nuestras relaciones con el prójimo.
No puede haber auténtica evangelización de espaldas al dolor del prójimo y sin mancharnos las manos en acciones concretas.
¡Cuánto se necesita en el mundo de cristianos impregnados de los valores bíblicos, de los valores del Reino!
El sentimiento religioso nos puede ayudar a entender algo del sentido de la vida o de la muerte, quizás también el sentido de la enfermedad o del dolor.
¿Sabemos bien lo que implica el concepto de projimidad, el amor al prójimo que debe estar en relación de semejanza con el propio amor a Dios?
El concepto de projimidad neotestamentario puede ser una de las bases más sólidas para trabajar por la paz.
La vivencia de la espiritualidad cristiana se da en un doble compromiso: el compromiso con Dios y el compromiso con el prójimo.
Lo último que debe perder el ser humano enfermo es su dignidad.
Jesús, con su resurrección, transformó su debilidad en vida abundante, en fuente de poder que es capaz de vencer incluso a la muerte.
En Él se juntan el Rey poderoso y el siervo en debilidad.
La cultura que se encierra en sí misma, minusvalorando a las otras, está condenada a muchos fracasos y empobrecimientos.
No es que esté mal buscar la pureza, pero cuando se hace desde la confianza en uno mismo, resulta ser eso de lo que estamos hablando, falsa pureza.
Podemos estar dándonos baños de falsa pureza que nos hunde en la miseria del desprecio al otro. Son los peligros de los religiosos.
Debemos evaluar cuál y cómo debe ser nuestra presencia evangélica en un mundo injusto, un mundo que también necesita de nuestros valores, los valores del Reino.
El cristianismo debe de tener en cuenta el concepto de projimidad que nos dejó Jesús. Esto no llevaría a tener en cuenta nuestra función social en todo lo relacionado con el prójimo que sufre.
El silencio cómplice que, quizás, atrona al mundo debe saltar hecho pedazos con la voz solidaria de los creyentes del mundo.
¿Habría que inculturar el Evangelio teniendo en cuenta esta sed popular de lo religioso?
No hay rincón desde donde no se pueda gritar. Mundo globalizado en donde el eco de mi voz puede ser universal.
¿Tiene vigencia hoy esta frase de Dios a través del profeta Isaías: “El despojo del pobre está en vuestras casas” (Isaías 3:14)
El ochenta por ciento del mundo en pobreza conforman un cuadro horroroso que expone en público, ante los ojos de todos, el gran escándalo de la humanidad.
Me refiero a aquellos que han sido victimizados, excluidos, pasados a una especie de reino del no ser y allí han quedado mudos, aunque quizás están transmitiendo toda una teología que yo la llamo muda.
¿Sabremos en este año ir creando caminos de paz, cultura de paz?
¿Existe la posibilidad hoy de que la gloria y el resplandor de Dios se pueda manifestar también en una especie de repetición de la primera Navidad?
La solidaridad cristiana no debería ver tiempos, ni momentos, ni lugares, sino personas que sufren, a las que hemos de tratar como nuestros prójimos.
Es el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de alguien que viene lleno de luz y resplandor capaces de iluminar y destruir todas las tinieblas.
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