El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
A veces estamos tan inmersos en nuestras actividades y en nuestra vida religiosa que no nos damos cuenta de qué tipo de personas podemos llegar a ser.
Olvidamos que cuando hablamos mal de otra persona, llenamos de amargura nuestro corazón y dejamos de ser nosotros mismos.
Pocas cosas deshonran tanto a Dios como aquellos que dicen seguirle y no le aman.
El honor de haber hecho el bien es algo inenarrable, porque va más allá de las consecuencias de lo que hacemos.
Lo más trascendental en nuestra vida es amar a Dios y saber que él está con nosotros.
Podemos vencer cualquier circunstancia y enfrentarnos a las situaciones más difíciles, pero no sabemos como desprendernos de los recuerdos que nos hieren.
El secreto de la primera iglesia fue la absoluta dependencia del Espíritu Santo en oración en todo lo que hacían.
La diferencia capital entre la religión y el Señor Jesús es, quizá, la expresión de la gracia.
La promesa de la vida eterna es una de las esperanzas más firmes de todos los que confiamos en Dios.
Cuando vivimos estresados no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado y lo más importante para Él no es lo que hacemos ¡Nos quiere a nosotros!
Cuando van pasando los años nos damos cuenta de que ya no medimos los días, sino que se escapan de entre nuestras manos.
Muchos ya no comprenden que el matrimonio puede ser algo sublime, si sabemos trabajar el amor.
Podemos encontrar algo dentro de nosotros mismos por lo que reírnos. El buen humor es un regalo de Dios.
Estamos construyendo una sociedad basada en la apariencia, en la que los “buenos modales” muchas veces son la mejor distinción de un ladrón.
Cuando buscamos la trascendencia en cualquier otra cosa, persona o situación, dado que es material y finito, nuestro corazón sufre porque se vuelve limitado.
Vivir disfrutando de la presencia de Dios en todo momento realmente puede transformar nuestra vida porque Dios nos espera, nos escucha, nos habla y derrama su amor y su gracia sobre cada uno de nosotros.
A veces llegamos a vivir absolutamente inmersos en el pecado mientras asistimos a la iglesia o incluso «servimos» a Dios, así que pensamos que estamos un poco mimados por él y nos sentimos especiales.
Esperar la segunda venida del Señor Jesús y nuestra boda con Él no es abandonar lo que estamos haciendo, sino sencillamente desear ese día con todo el corazón.
Hoy los amigos ya no se comprometen, simplemente porque no saben abrazar ni mirar a los ojos ¡Ni mucho menos llorar juntos!
A veces no nos damos cuenta del peligro de dejar que los días pasen de cualquier manera.
En la Biblia cuando se habla de aquellos que no creen en Dios, no se les llama ignorantes sino necios, porque esa es la mejor definición para aquel que no quiere creer.
El deseo de trabajar y de terminar bien lo que hacemos es un reflejo del carácter de Dios. A él le gusta hacerlo todo bien.
Vivimos en un mundo esclavizante que no nos permite descansar ¡y mucho menos meditar! La tiranía de lo instantáneo nos ha absorbido por completo.
Todos sabemos de todo y creemos que nadie puede enseñarnos nada. De esa manera vamos avanzando hacia el caos.
Dios nos regala mucho más de lo que imaginamos, pero nosotros siempre estamos anhelando aquello que nos deslumbra.
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