El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Las principales evidencias bíblicas de la resurrección de Jesús demuestran la falsedad de todas las teorías naturalistas inventadas por los escépticos a lo largo de la historia.
La Biblia presenta a un único Dios, frente al politeísmo primitivo mesopotámico, y afirma que el mundo tuvo un principio, en contra de la idea de eternidad de la materia acuosa que tenía esta religión.
Durante el último siglo, la arqueología no ha desmentido al texto bíblico sino todo lo contrario, ha venido añadiendo más y más de estos “puntos cruciales” a la fiabilidad de la Biblia.
¿No es lógico pensar que nuestras mentes finitas evidencian la existencia de una mente superior que las creó?
Después de casi cincuenta años de manipulación genética, parece que el riesgo no es tan grande como antes se pensaba.
Desde los supercúmulos de galaxias hasta la propia Tierra, todo evidencia cuidado y protección hacia la especie humana.
Si se compara el texto completo del ADN humano con el del simio, los parecidos son notablemente inferiores. De entrada, ni siquiera tenemos el mismo número de cromosomas.
Los divulgadores y la gente común continúan creyendo y enseñando principios, por medio de los libros de texto, que fueron descartados hace ya tiempo por los expertos en evolución.
Al abandonar la idea de un creador sabio, providente y misericordioso, la ciencia se ha vuelto impersonal, inhumana, injusta y se ha convertido a su vez en un auténtico ídolo.
Ni la vida ni los ecosistemas naturales existirían sin esta extraordinaria reacción química que viene ocurriendo silenciosamente desde los orígenes.
No existen tantas evidencias de la evolución como la gente suele creer. El creador podría haberlo hecho todo a partir de la nada repentinamente, o bien por medio de la creación de tipos básicos de organismos que poco a poco se diversificaran por microevolución.
¿Acaso el raciocinio humano no puede ir de la mano de la esperanza teísta?
Hay que admitir la creación como un principio necesario e irrefutable. Por mucho que esta conclusión pueda desagradar a algunos, lo cierto es que la ciencia actual asume que el universo no ha existido siempre.
La compleja arquitectura de las plumas aviares, así como las alas, pulmones, cerebro o el aparato circulatorio de estos vertebrados voladores evidencian un elevado diseño aerodinámico.
La validez actual del principio de conservación de la masa-energía no tiene que ver tanto con la eternidad de la energía sino con las transformaciones que ésta experimenta en el mundo.
El universo rebosa intención desde la partícula más elemental a la más remota galaxia. Y en las fronteras invisibles de la materia, allí donde se hace borrosa la realidad, se intuyen los caminos del espíritu.
La realidad de la existencia de Dios no puede ser detectada por el método científico habitual porque trasciende dicha materialidad.
Algunos medios de divulgación continúan hablando del “lizard brain” para referirse a esa supuesta parte primitiva cerebral donde residirían los instintos que nos alertan del peligro inminente.
La NASA está alimentando falsas esperanzas en la opinión pública acerca de encontrar vida microscópica en Marte.
La creencia en un Dios que ha diseñado inteligentemente el cosmos y a todos los seres que lo habitan estimula el progreso científico, mientras que el materialismo naturalista lo dificulta.
Creer que la tradición judeocristiana tiene la culpa es fácil para el ser humano de hoy que tiende a alejarse de las cuestiones religiosas. Ahora bien, ¿es acertada semejante acusación?
La moralidad requiere también algún punto de referencia objetivo y estable. Y ese punto de referencia es Dios.
Lo que resulta evidente a través de los escritos de Marx es que nunca se enfrentó seriamente con la concepción bíblica de Dios, de Jesucristo y del propio ser humano.
La religión puede convertirse en una ilusión, en una especie de neurosis o de inmadurez mental, como señaló Freud, pero no tiene que ser necesariamente así.
La grosera cosmovisión politeísta nada tiene que ver con el fino tejido monoteísta, sobrio y elegante, que envuelve toda la Escritura.
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