El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Hemos de pedirle al Señor sabiduría para poder distinguir adecuadamente y no confundir nuestros principios políticos con nuestros principios espirituales.
Hemos de tener cuidado en no provocarnos a nosotros mismos sufrimientos innecesarios que no son el resultado de vivir justamente.
En la última bienaventuranza no se pretende exaltar la propia persecución, sino la fidelidad a Jesús.
Quienes hacen la paz serán llamados hijos de Dios porque en realidad actúan como su Padre celestial.
El hacedor de paz conoce esta situación de caída moral en que se encuentra el ser humano y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para promover, a pesar de todo, la gloria de Dios.
La Biblia enseña que el problema está en el corazón del hombre y mientras éste no cambie su manera de ser, no habrá verdadera paz en el mundo.
Quienes desean hacer la paz en el mundo tienen que llevar también la cruz con su Señor. No se trata de una tarea fácil.
La paz que deben construir los cristianos no puede buscarse a cualquier precio que rompa el compromiso con Cristo o con los valores del evangelio.
¿Puede el hombre lograr por sí mismo semejante limpieza que le conducirá a la visión del Creador?
Quien puede subir al monte del Señor y permanecer ante su presencia es aquel que posee las manos limpias y puro el corazón.
La Biblia dice, en contra de las teorías de la Ilustración, que los problemas del hombre se originan en el mismo centro de su ser.
Una nueva visión de las bienaventuranzas.
Si no somos misericordiosos con nuestros semejantes es porque todavía no hemos comprendido lo que significa la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida.
La mejor manera de poner a prueba la verdadera misericordia es frente a la ofensa injusta.
Es posible deducir del sermón del monte que, en la vida del cristiano, es más importante el verbo ser que el hacer.
Los misericordiosos son los que abren su corazón, o sus entrañas, ante el sufrimiento de sus semejantes y procuran ayudarles a disminuir sus males.
Podemos ser perfectos en Cristo y, a la vez, irnos perfeccionando progresivamente a lo largo de toda la vida.
Tener hambre y sed de justicia es albergar en lo más profundo del alma el deseo de ser liberado del pecado en cualquiera de sus manifestaciones.
La cuestión importante para los seguidores de Cristo es: ¿puede el ser humano alcanzar esta clase de justicia?
El secreto de la mansedumbre es la relación diaria con el Señor a través de la oración franca.
Humildad y mansedumbre son dos términos que no gozan de demasiado prestigio en plena era de la globalización.
La perspectiva de la finitud de la vida humana es la principal responsable de la angustia vital que caracteriza a toda persona en lo más profundo de su alma.
¿Cómo vivimos los cristianos este dolor espiritual por el mundo? ¿Será quizás que no influimos más en la sociedad porque nuestra vida no es como debiera ser?
La verdadera Iglesia de Jesucristo está siempre preocupada y sufre por la maldad del mundo, vive acongojada ante el dolor que causa tanto pecado y tanta rebeldía a Dios.
Es triste tener que reconocer que en ciertos ámbitos evangélicos se detecta un grave déficit solidario hacia los numerosos problemas de injusticia social que existen en nuestro mundo global.
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