El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Después del juicio -y a veces en medio de él- viene el avivamiento. El árbol del Reino de Dios crecerá sin parar y jamás será tallado. Europa no será una excepción.
La manipulación psicológica existe y goza de buena salud también en el ámbito evangélico.
Vamos a enfocarnos en algunas verdades que deben de formar parte de la expectativa por un despertar espiritual.
Para una persona que es renovada o avivada por el Espíritu Santo, la vida no sigue igual.
El avivamiento, según Edwards, era una exhibición del poder de Dios que le da gloria a su Nombre y que sale de la gracia soberana de la omnipotencia del Altísimo.
Dios no es una fuerza anónima, sino una persona que lleva a cabo sus planes según su voluntad.
Un avivamiento no se hace, sino se produce por intervención divina. Cada avivamiento en la historia parece ser el resultado de unos pocos que tienen hambre y sed de Dios.
En las próximas semanas quiero aportar mi grano de arena para facilitar una sencilla “teología del avivamiento”.
No nos resignemos. No vamos a dejar este mundo en manos de los servidores del mal.
Hace falta un cambio en nuestra mentalidad derrotista y sumisa a las circunstancias para asumir el papel que le corresponde al pueblo de Dios: ser sal y luz de este mundo.
La respuesta principal de la Iglesia ante la persecución debe ser más bien litúrgica y no política.
Aunque vivamos en medio del torbellino, somos portadores de la esperanza y embajadores de la luz en medio de la desesperación.
Cuando una sociedad y su gobierno se rebela contra Dios, siempre hay respuesta de parte de Él.
Los juicios de Dios suelen dirigirse justamente contra aquellos que se arrogan el papel de Dios.
Al inicio del año 2023 se puede decir que vivimos en un continente moribundo, cansado, decadente, corrupto y hostil a la fe cristiana y los valores bíblicos.
Estos líderes tienen la idea de resolver todos los problemas a golpe de talonario o con decretos y con leyes cada vez más extravagantes y absurdas que no solo desafían al sentido común sino a Dios mismo.
La soberbia y el orgullo buscan la unidad, la concentración y la centralización como mecanismos decisivos para construir una sociedad sin Dios.
Cuando la iglesia no toma en serio su función de sal y luz, contribuye a la descomposición de una sociedad de forma decisiva.
Es Dios el que mide la maldad de los pueblos y que decide cuándo sus pecados colman el vaso de su ira.
Si Jesucristo escribiese hoy una octava carta, esta vez no a las iglesia de Asia Menor, sino a la Iglesia evangélica del siglo XXI, ¿qué nos escribiría?
En Europa ya no se puede mencionar el nombre de Dios porque no encaja en la cosmovisión agnóstica europea y de sus “valores”.
Estamos viviendo el ocaso de una civilización que ha dejado a Dios y que va a recoger los frutos de su rebeldía.
La manera de la que hacemos nuestro trabajo es la piedra de toque de nuestra cosmovisión eterna.
Descansar en el Señor no es otra cosa que un acto de fe, un tiempo donde sacamos fuerzas de la eternidad para poder dedicarnos de nuevo con ganas a nuestro trabajo.
La necesidad de medidas y pesos correctos es fundamental para un orden social que se basa en la justicia.
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