El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
También, en nuestro momento histórico, hay muchos obreros injustamente pagados que necesitarían de la justicia misericordiosa que usó Jesús con los trabajadores de la viña.
Nuestro Maestro, entra en una nueva dinámica que supera todas estas radicalidades. Se sitúa en la radicalidad de la ley del amor.
El rico necio de la parábola se ha agrandado, se ha hecho un enorme gigante que guarda en sus almacenes mucho más de lo que necesita.
La ética cristiana, aplicada al mundo, podría salvar tanto a la tierra como al hombre que la habita, así como a sus ecosistemas.
El no ver al Dios humanado en Jesús, y dejar de mirar al Padre a través de Él, nos puede llevar a olvidarnos del prójimo.
Si no practicamos la misericordia, el compartir y la justicia, nuestras alabanzas pueden ser ruido que interceptan la relación con Dios.
Ante el coronavirus, ante la enfermedad, ante la muerte inesperada, debemos trabajar en una ética que busque el rostro humano, el rostro de los sufrientes en este momento de pandemia.
¡Hay justicia para los débiles y oprimidos de la tierra! ¡Escuchad! Jesús se identificó con vosotros, débiles de la tierra.
El grito de Jesús es tan fuerte y conmovedor que es posible que escuchándolo comprendamos mejor cuánto sufrimiento y abandono costó que nos abriera las puertas de la salvación.
La sed física de Jesús pierde parte de su valor si no lleva a sus hijos a la sed de justicia.
Los seguidores de Jesús, y que ya han sido acogidos por Él, también deberían ser acogedores de los desvalidos.
¿Se puede hablar de desarrollo humano ante ese escándalo que es que el ochenta por ciento de la humanidad esté en pobreza?
La fe no es solamente una experiencia mística, sino que puede transformar la realidad, también la realidad sociopolítica y las estructuras económicas marginantes.
Los religiosos de la época no fueron intocables para Jesús. Usó la crítica y la denuncia a los dirigentes religiosos a favor del hombre.
Hay valores que entran en la iglesia, que son antibíblicos, pero que, subrepticiamente, se cuelan en las congregaciones.
El cristianismo, su enseñanza y su práctica, debe ser integral, de cara a la ética bíblica, asumiendo tanto el amor a Dios y el mirar hacia el más allá, como el amor al prójimo.
Cielo y suelo se unen en Jesús. El Reino de los Cielos es también el Reino de los Suelos.
Los valores cristianos, los valores del Reino, pueden redimir la vida política.
La iglesia tiene los valores, la ética, los conceptos y las herramientas ideológicas, superando a cualquier tipo de humanismo ateo.
Hay mucha religiosidad popular expresada de una forma lo más estética posible, quizás con el olvido de toda ética y de los valores del Reino.
Se debe querer un mundo mejor, más justo, una tierra en donde los valores del Reino comiencen a fructificar.
Que los cristianos seamos un fermento de búsqueda de justicia social, aunque también de misericordia y de amor en acción.
No hay que arrancar, desarraigar, desconectar la Navidad del fuerte compromiso de Dios con los hombres.
El Cántico de María no es un recital de pleitesía a los ricos de esta tierra, sino una crítica que intenta clamar por justicia.
El Adviento pone los cimientos de una gran revolución que nos hace estar exultantes de alegría. Cuando llegue su final e irrumpa la Navidad, el Nacimiento, se establecerá el reinado de Dios en la tierra y a los pobres será predicado el Evangelio.
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