El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Todo cristiano debería hacer una reflexión para ver si su espiritualidad porta cadenas de esclavo o, realmente, es libre en la vivencia de los auténticos valores del Reino.
Usemos la fuerza de la Palabra, de la denuncia, de la solidaridad y amor entre los hombres.
El compromiso cristiano debe ir mucho más allá del posicionamiento del líder que busca el poder o la fuerza de los votos.
Sin amor a Dios, no puede haber auténtico amor al prójimo. Sería un amor que dependería solamente de las fuerzas humanas sin el apoyo que nos da el amor a Dios para entender el amor al prójimo.
Muchos practican la religiosidad que han aprendido, la que les van enseñando y mostrando sus líderes, sin tener jamás preocupaciones por la justicia y la misericordia.
Quizás, fuera de la utopía, estamos condenados a un materialismo más o menos burdo, al comamos y bebamos que mañana moriremos.
Jesús, uniendo lo trascendente y el amor al hombre en su aquí y su ahora, nos dice: “Yo he venido para que tengáis vida y para que la tengáis en abundancia”.
Se nos reclama, bíblicamente, el uso de la palabra, hablada o escrita. Una palabra que explote en forma de denuncia, de grito por solidaridad humana.
Según la Palabra, no todo consiste, para la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, en el cumplimiento de las prácticas que nos pueden hacer caer en rutinas y vivir un cristianismo lleno de preceptos.
La Palabra es para hacerla vida en nosotros, y que esto repercuta en auténticas realizaciones sociales, por amor al prójimo.
¿Puede existir en el mundo una iglesia que se mueve fuera de los templos, o eso es un imposible?
Hoy debemos tener claro que creer ya es comprometerse con el prójimo.
Aunque creamos en la salvación por gracia, en nuestra relación con el mundo nos guiamos por la ley del mérito.
El desprecio puede ser algo tan oculto que se puede cubrir hasta con el lenguaje religioso.
Peligro de todas las idolatrías: Querer convertir en dioses cosas terrenales.
Quizás los que ahora lloran, serán los que finalmente van a poder reír con una risa liberadora y sana.
Los religiosos de la parábola del Buen Samaritano, estaban condicionados por el cumplimiento del ritual. Cumplidores religiosos que no entendían nada de lo que podría ser el Evangelio.
Tenemos un peligro si nos dejamos moldear por los valores sociales de hoy, que se viven en las sociedades modernas de bienestar individualista, en contracultura con los valores del Reino.
Buscamos el gozo del seguimiento, la felicidad de la vivencia cristiana, pero entre algodones.
Compartir el pan, usar solidariamente las posesiones, hacer entrega de lo que tenemos por amor al prójimo, puede abrir los ojos del alma.
¿Cómo es posible que alguien ande sobre nuestro miedo como si no pasara nada?
Agencias misioneras aprovechan este tiempo para hacer campañas evangelísticas, aunque este año, con la pandemia de la Covid-19, será algo diferente.
Decimos que amamos a Dios, que queremos servirle, pero, en nuestra esquizofrenia espiritual, ni amamos al prójimo sufriente, ni le servimos.
El gran pecado de la búsqueda de la uniformidad y el rechazo de la diversidad, está en que, normalmente, esa uniformidad se construye con la prepotencia, la superioridad y el desprecio del diferente.
Eliminamos la interculturalidad y nos convertimos en un gueto empobreciéndonos culturalmente. ¿Cómo puede afectar todo esto a la evangelización?
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