El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Vivir la espiritualidad cristiana debe implicar el comprometernos tanto con Dios como con el prójimo.
Lo que garantiza la profundidad y el supremo valor de lo humano es lo divino, la propia divinidad que también asume Jesús en su encarnación. Se hizo hombre sin dejar de ser Dios.
La cruz de Jesús, más que en las fachadas o interiores de las iglesias, más que colgada con una cadena a nuestros cuellos, debería estar en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Los injustos resucitarán para condenación. Ese será su juicio y su pago.
La muerte de Jesús en la cruz, representa y aglutina lo que fue su compromiso con el hombre que sufre. Jesús fue humano, muy humano.
Hay que contactar con las problemáticas, las inquietudes y los anhelos que dan densidad y sentido a la existencia humana.
Los cristianos tenemos la obligación ante Dios de subvertir y trastocar los valores en contracultura con la Biblia.
El campo de misión urgente y preferente que son los centros de las grandes ciudades debería de ser una de las prioridades de la misión de la iglesia.
La paz en el mundo en el que vivimos en nuestro aquí y nuestro ahora, también es algo que interpela al creyente.
¿Hay una iglesia del templo y otra que gira en torno a los hombres en medio de los pueblos, atenta al dolor de los sufrientes?
El desarme es uno de los mayores imperativos éticos en el mundo hoy, frente a la muerte de niños, mujeres y ancianos desvalidos e inocentes.
Creo en el Reino de Dios, en su “ya” implantado en nuestro mundo, y en sus valores, y en ese “todavía no” del Reino para que llegue a su plenitud.
El bajar a la arena de la realidad donde se mueven los que están en el no ser de la pobreza y marginación no está entre las prioridades de los buenos samaritanos de hoy en día.
Para forjar en el mundo una cultura de paz, es necesario emparentarla con la búsqueda de la justicia. Podríamos afirmar que no hay paz sin justicia.
Hablar de pecado o de pecadores no tiene mucho sentido hoy para muchos. Piensan que eso es asustar a los hombres y alejarles de un optimismo que, quizás, la Biblia no tiene.
En la Biblia nunca se aprueban ni los orgullos ni las prepotencias, pero, curiosamente, muchas veces hay religiosos que los potencian en sus oraciones.
Desde el punto de vista estrictamente acumulador de riquezas, no resulta muy deseable leer el texto bíblico, aunque busquemos mil subterfugios y recovecos para no ser interpelados.
¿Tenemos los cristianos elementos suficientes para trabajar sobre una pastoral del mercado?
¡Que venga tu Reino, Señor, y el mundo pueda ir conociendo tu justicia!
La luz de Dios que quiere iluminarnos es un mensaje de posibilidades de cambios, de nuevas iluminaciones, de nuevos valores, de diferentes etilos de vida.
Ningún tipo de palabrería inactiva puede estar en el centro del Evangelio. Los que la practican están edificando su casa sobre la arena.
Los valores del Reino no están solo para proclamarlos, sino para vivirlos e impregnar todas las capas sociales, culturales, económicas y políticas con ellos.
Vivir y potenciar la interculturalidad se debe dar de manera necesaria, importante y urgente y, de forma clara, se debe reflejar en la evangelización del mundo.
Las líneas de pensamiento honesto y respetuoso que no atacan a los fundamentos de la fe y del cristianismo, son una bendición o, en su caso, pueden ser una bendición para todos.
El cristiano no puede tener una ética intramuros de las iglesias y otra cuando se encuentra inmerso en las realidades temporales, sean políticas, sociales o económicas.
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