El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El Evangelio de Jesús no solo era anuncio, sino que casaba con la denuncia de las estructuras sociales injustas en donde reina la acumulación de riquezas.
Anuncio y denuncia. No eran dos fases encontradas, sino complementarias en Jesús en su evangelización del mundo.
La evangelización debería comportar el anuncio del Evangelio, la denuncia de la impiedad y del abuso de los débiles, así como la acción social evangelizadora.
Que los evangélicos podamos ser ejemplo de compromiso con el mundo dentro de la ciudad interreligiosa siguiendo los pasos de Jesús.
¿Cuántos cristianos hay hoy en nuestro planeta tierra que, a pesar de los medios de comunicación de todo tipo, pueden decir que son ignorantes de las situaciones de injusticia y opresión en el mundo?
Lo cristiano muere en muchas de las vidas de las personas que pueblan el mundo. Sin ningún tipo de pena ni aspavientos. Un fenómeno silencioso que debiera atronar los oídos de los creyentes.
Además del mensaje inmutable tiene que haber gestos y servicios, respuestas a interrogantes y comprensiones de situaciones y de sufrimientos, imposibles de poder comprender fuera del diálogo con el mundo.
Si la fe, como diría el apóstol Pablo, actúa por el amor, la verdad cristiana debe estar encarnada en la historia, en el mundo, en el concepto de projimidad.
El culto está condicionado por la búsqueda de la misericordia y el hacer justicia, así como por la práctica de una acción social evangelizadora y liberadora.
Tenemos que hablar de las dos dimensiones que debe tener la espiritualidad cristiana: la vertical y la horizontal.
El compromiso con el prójimo en nuestro aquí y nuestro ahora, con todas las repercusiones económicas, políticas, sociales y culturales que ello tiene, es inevitable.
El grito de la Biblia en contra de los que abusan de los trabajadores más débiles es atronador.
No tenemos la suficiente resistencia espiritual. Así, en nuestro mundo y en muchos aspectos, vivimos de forma muy similar a los que no tienen esperanza.
Somos nosotros, los cristianos, los que estamos en la fuente, en el manantial que muestra los auténticos valores capaces de restaurar la justicia y la paz en el mundo.
La separación y distinción que hoy se hace entre lo secular y lo religioso, no se corresponde con la separación que nuestros antepasados hacían entre lo sagrado y lo profano.
La fe cristiana nos compromete con el mundo y con el prójimo apaleado y tirado al lado del camino.
Debería replantarse la iglesia para ver como puede ser mucho más efectiva en las transformaciones sociales que necesita el mundo.
Observad: Jesús nunca estuvo aferrado al poder temporal.
Creer, siempre implica el compromiso de amor y de acción, el compromiso de trabajar por la justicia en el mundo.
A veces, la necedad y el egoísmo hace que nos sintamos satisfechos ante la acumulación maldita.
La espiritualidad cristiana se podría definir así: estar aferrados a Dios, al Padre con una de nuestras manos, con nuestro corazón y también estar aferrados en compromiso con el prójimo.
La práctica del ritual nos puede convertir en cumplidores religiosos, pero el encuentro con Dios, auténtico objeto de la fe, es el que va a cambiar nuestras relaciones con el prójimo.
No puede haber auténtica evangelización de espaldas al dolor del prójimo y sin mancharnos las manos en acciones concretas.
¡Cuánto se necesita en el mundo de cristianos impregnados de los valores bíblicos, de los valores del Reino!
El sentimiento religioso nos puede ayudar a entender algo del sentido de la vida o de la muerte, quizás también el sentido de la enfermedad o del dolor.
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