El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Promiscuidad es el término que de un tiempo a esta parte se ha introducido en el lenguaje cotidiano para definir cierto comportamiento.
Lo políticamente correcto está por encima de las opiniones partidistas ideológicas y consiste en ciertas señas de identidad que una sociedad asumie como propias.
Nunca puede ser un auténtico "mártir" el que se destruye para destruir, ni siquiera en el hipotético caso de que lo haga por una causa justa.
Cuando la promiscuidad sexual es jaleada y difundida es señal de que la marea desbordante de lo vergonzoso ha alcanzado cotas alarmantes.
Las reglas son el precepto regulador superior que arbitra y establece, por encima del capricho de cada cual, el proceso a seguir. Pero algunos quieren imponer otras reglas distintas a las que hay.
La solución para los males de España que está en boca de muchos es regeneración: una gran palabra que tiene resonancias trascendentes.
Se anuncia un futuro, no demasiado lejano, en el que la sospecha y finalmente la acusación de ilegalidad recaerá sobre todo aquel que no concuerde con el pensamiento hegemónico.
El pecado no es un mal que está ahí fuera, sino que forma parte de nuestro ser y condiciona inevitablemente nuestro pensar y actuar.
Una criatura microscópica es capaz de poner en aprietos a un gobierno y lo pequeño e ínfimo se convierte en enemigo letal de lo grande y magnífico.
Una persona puede ser brillante en determinados campos de la actividad humana, pero estar gobernada por un corazón necio.
¿Por qué cuesta tanto trabajo reconocer que la criatura que está en proceso de nacer tiene derecho a vivir, si se trata del derecho más fundamental de todos.
La causa de los no nacidos tiene los componentes necesarios para ser defendida por todo aquél que hace de su bandera la protección de los desamparados, los débiles y los vulnerables.
En el mundo que vivimos sigue siendo necesario que haya héroes que luchen por causas perdidas, pero que son justas, pues de lo contrario la iniquidad acabará siendo hegemónica.
El Nuevo Testamento atribuye directamente esa función divina a Jesucristo, al decir que "todas las cosas en él subsisten".
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