El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
Acabo de regresar a Madrid después de un largo viaje: Colombia, Venezuela y Cuba.
“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más.
Entre Dan Brown con su “Código Da Vinci” y Juan Arias con su “María Magdalena” transcurren dos años, pero el cura apóstata da la razón al novelista inventor de fábulas.
Así es la novela. Todo lo aguanta. Con todo carga, por muy disparatado que sea. Ninguna pretensión de originalidad. La suma de artificio vano, falso, inconsistente.
El tener que ganarse la vida con la literatura perturba la serenidad y a la mentira no se le da importancia. Se la considera parte del oficio. La pluma –decía Byron- ese poderoso instrumento de los hombres insignificantes.
Tom Wolfe: “No, no soy creyente, y creo que la teoría de la evolución es un cuento bien intencionado”.
A un investigador como lo presenta el libro se le exige rigurosidad, documentación, como menos. Nada de esto aporta el autor. Y el lector, por lo general, no está en disposición de averiguar sus insinuaciones.
Señor director: No encontraremos los confines del amor si no recorremos los caminos del alma.
Cuando surge un tema que capta al público, los editores se vuelcan en la producción de obras que especulen sobre el mismo entramado. Es su negocio. Y hay un empecinamiento literario en casar a Jesús con María Magdalena.
A todos ellos, desde este rincón madrileño que pronto abandonaré, les envío un saludo a través de las nubes.
Venturosa la novela, en general, que admite todas las fantasías capaces de ser inventadas en la mente del humano.
Si todo acabara con la muerte seríamos los más desgraciados del Universo. Pero no es así.
La Biblia es, indudablemente, un libro religioso. Pero también puede ser considerado como una obra literaria. Como en literatura, la Biblia contiene multitud de géneros.
La resurrección es para los cristianos mucho más que una definición dogmática. La vemos, la sentimos, la vivimos ya, la esperamos con ilusión.
Conforme avanzamos en el tiempo, especialmente en nuestro siglo mecanizado y tecnificado, angustiado por la falta de oportunidades laborales, surgen nuevas causas de stress.
Dios quiere que descansemos en la certeza de su perdón. Quiere que vivamos felices en Su amor.
Criados como musulmanes sunníes por el líder de una mezquita, vivieron el Islam con intensidad antes de su conversión a la fe de Jesucristo.
El cristiano es santo por derecho de redención, porque Cristo, al salvarle, le ha comprado con su sangre.
Todos sufrimos, pero las palabras de los amigos alivian. Sin embargo, no hay cosa más dificultosa que hallar palabras proporcionadas a un gran dolor. Los amigos de Job, más que consoladores se muestran en ocasiones acusadores.
La Iglesia del Señor, el Cuerpo de Cristo, no puede tener muchas cabezas. Como existe un solo cuerpo existe también una sola Cabeza: Cristo.
Es capital preguntarse si la fe en un Dios vivo debe incluirse entre las costumbres llamadas a desaparecer, como parecen anunciar algunos teólogos que repiten, decenios después de Nietzsche, que Dios ha muerto. O bien si nuestra fe aguantará con firmeza los embates de la incredulidad en este siglo XXI.
El sábado 25 se cumplirán tres meses de la muerte de Fidel Castro. Este breve aniversario me ha llevado a la consideración de la brevedad y vanidad de la vida.
En general la poesía de Alencart no se reduce a describir una ceremonia piadosa, ni a nombrar a Dios por imperativo profesional o por obligatoriedad devota. Al contrario: pocas voces de habla española han expresado la búsqueda de Dios como Alencart y exaltado al Cristo que Darío llamó perdonador de injurias.
No somos ministros de la letra, es decir, de fórmulas vacías; somos ministros del Espíritu, a saber, de vida, de poder, ministros de la revolución de Dios.
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